El hombre que quiso ser emperador (1)

Por Tiburciosamsa

El quinto personaje clave de la Historia política de China del siglo XX que nos faltaba es Yuan Shikai.

Yuan Shikai nació en 1859 en una familia de notables en Honan. Aunque su familia intentó educarle en la tradición clásica, Yuan era un zoquete con los libros. Suspendió las dos veces que se presentó al examen para convertirse en mandarín. Lo que le iba era la equitación, la caza y los uniformes militares.

En 1882 Yuan fue a Corea como parte de la misión que China envió para reafirmar su influencia sobre el país. Desde finales de la década de los 60 Corea se ha visto dividida entre los aislacionistas, que querían que las cosas siguieran como siempre, y los reformistas, que miraban sobre todo hacia Japón. El enfrentamiento entre las dos facciones llevó a un golpe de estado a cargo de los conservadores y a protestas antijaponesas en las que varios japoneses fueron asesinados. Para impedir que Japón aprovechara la coyuntura como una excusa para enviar tropas a Corea, el Virrey de Zhili se apresuró a enviar una brigada de 3.000 soldados chinos a Seúl para restablecer la situación. Con esa brigada iba Yuan, que pasaría los siguientes catorce años de su vida en Corea. Más importante todavía, Yuan descubrió allí lo que mola mandar.

Al comienzo de su estancia, la función de Yuan fue entrenar a los 500 miembros de la nueva guardia real coreana en la guerra moderna. Resulta irónico que fuera un oficial del anticuado ejército imperial manchú el que enseñase a los coreanos lo que es la guerra moderna. Más tarde, en 1885, Yuan fue designado Residente Imperial en Seúl. Sobre el papel podría parecer que era un mero Embajador. En la práctica Yuan le podía dar capones al Rey de Corea si no atendía a los deseos del Emperador de China.

Como con toda la carrera de Yuan, resulta difícil hacer una valoración objetiva del papel que jugó en Corea. Por un lado puede afirmarse que fortaleció la influencia china sobre el país: bloqueó los intentos del gobierno coreano de establecer relaciones diplomáticas con el Reino Unido, logró que se prohibiese la venta de arroz coreano a los comerciantes japoneses, frenó una intentona golpista a cargo de elementos reformistas pro-japoneses… Por otro, puede decirse que reforzó tanto la presencia china y pisó tantos callos que hizo inevitable la guerra chino-japonesa de 1894-95.

En marzo de 1894 el reformador pro-japonés Kim Ok-kyun fue asesinado en Shanghai. Es posible que Yuan Shikai fuera el instigador del asesinato. Ok-kyun era un agitador peligroso, que le había causado más de un dolor de cabeza. Ordenando su asesinato, Yuan se quitó un dolor de cabeza y le dio un tumor cerebral a la dinastía manchú. Japón, que a duras penas soportaba el peso que tenía China en Corea, se tomó el asesinato de Ok-kyun como algo personal. A este asesinato se le podría aplicar la vieja frase de “peor que un crimen, fue una estupidez”. Los chinos y los ultraconservadores coreanos no contentos con la muerte de Ok-kyun dividieron su cuerpo en seis trozos que esparcieron por Corea acompañados de un letrero que decía: “Cadáver de Kim Ok-kyun, un traidor infame”. Fue el detonante de la guerra chino-japonesa que comenzó en julio de ese año.

Tal vez Yuan Shikai hubiera tenido bastante que ver con el desencadenamiento de una guerra que fue desastrosa para China, pero tuvo la inmensa suerte de que le sacaran a tiempo de Corea. En julio de 1894, recién estallada la guerra, fue llamado a China.

Los años siguientes Yuan los pasó trabajando en la modernización del Ejército chino. Tras la derrota frente a los japoneses, los manchúes se dieron cuenta un poco tarde que las lanzas y los amuletos sirven de poco contra un ejército con ametralladoras y crearon el Nuevo Ejército, en cuyo entrenamiento se siguió el modelo alemán. El Nuevo Ejército, además de estar equipado con armamento moderno, estaba organizado según patrones occidentales y contaba con su propia plana mayor. Hubo, no obstante, un aspecto de la tradición militar manchú que el cuco de Yuan no cambió: los soldados y los oficiales tenían un vínculo de lealtad con su general, no con la dinastía ni con el Estado, concepto este último que además muchos no habrían entendido.

Cuando en 1898 el emperador Guangxu y su grupo de reformistas decidieron deshacerse de la Emperatriz viuda Tsü Hsi y de los ultraconservadores, Yuan parecía su aliado natural. No sólo dirigía la unidad más preparada del Ejército sino que, por sus antecedentes, era de suponer que simpatizaría con los reformistas. Guangxu puso a Yuan en antecedentes de lo que se preparaba y se convirtió en la primera víctima de los múltiples cambios de chaqueta que jalonarían la carrera política de Yuan, porque a Yuan le faltó tiempo para ir a chivarse a la Emperatriz de lo que se preparaba.

¿Por qué traicionó Yuan al Emperador Guangxu? Algunos han afirmado que sentía lealtad hacia la dinastía manchú y hacia quienes les habían ayudado en sus inicios en Corea. No me parece que la lealtad fuera el punto fuerte de Yuan. Me parece más verosímil que Yuan hiciera el siguiente cálculo: “tengo la unidad mejor preparada del Ejército, pero sólo son 6.000 hombres. Mi fuerza es bastante como para garantizar la victoria en el golpe de estado inicial, pero si las cosas se complican, no tengo mucho que hacer. La Emperatriz es hábil y artera y el Emperador es débil. La Emperatriz y los conservadores tienen más posibilidades de ganar, así que me voy con los conservadores.” El cálculo de Yuan resultó correcto: los conservadores ganaron y su apoyo fue recompensado por la Emperatriz que hizo de él uno de sus favoritos. Yuan fue nombrado gobernador de Shantung.

Yuan era un trepa y un hijoputa, pero tenía buen olfato. Cuando estalló la rebelión de los boxers, que era apoyada bajo cuerda por la propia Emperatriz y los más reaccionarios de su círculo, Yuan no los apoyó. Al contrario, los expulsó de su provincia y protegió a los extranjeros. Nuevamente viene la pregunta: ¿por qué lo hizo? Posiblemente, aunque pudiese simpatizar con su xenofobia, sus orígenes nobles le impidiesen comprometerse a fondo con un movimiento popular semejante a los que habían asolado China desde 1850 y que habían puesto a la dinastía manchú en dificultades. Yuan, que era más listo que muchos de los cortesanos, entendía que dar alas a los boxers era jugar con fuego. Por otra parte, sabía lo suficiente de asuntos militares como para ser consciente de que si las potencias occidentales se cabreaban, no eran él y sus 6.000 soldados quienes podrían frenarlas. Como en 1898, los cálculos de Yuan resultaron certeros: los boxers fueron aplastados y sus simpatizantes en la corte quedaron desautorizados; las potencias occidentales intervinieron y aplastaron el movimiento. Yuan salió de la crisis con su Ejército intacto y fortalecido, con buena prensa entre los extranjeros y con el nombramiento de gobernador general de Zhili y comisionado en el norte de asuntos militares y exteriores.

Pu Yi, el último emperador de China, dice que poco antes de su muerte Tsü Hsi había comenzado a preocuparse por el gran poder que había amasado Yuan. Es más, según Pu Yi, Yuan estaría conspirando para ser él quien designase al siguiente Emperador. La Emperatriz estaba sopesando la manera de desembarazarse de Yuan, cuyo poder temía, cuando murió. Cuesta creerlo. A los tres meses de la muerte de Tsü Hsi, el nuevo regente, el Príncipe Chun, envió a Yuan a su casa para que se curase de la gota de que sufría. Si al Príncipe Chun le costó tan poco deshacerse de Yuan, ¿cómo tragarse que a Tsü Hsi, que no le temía a nada ni a nadie, le había temblado el pulso?

Yuan no rechistó. Sabía que la fuente de su poder era el favor de la Emperatriz y que lo había perdido. Tratar de desafiar al poder central aprovechando su control sobre el Nuevo Ejército, resultaba demasiado arriesgado para el jugador de ventaja que era él. Yuan se retiró a su casa a follar (tenía un buen harén montado) y a comer (¿de qué pensáis que le había venido la gota antes de cumplir los cincuenta?), pero ambas actividades no podían competir con su favorita: mandar.