“El hombre tranquilo”: Nostalgia y amor en estado puro

Publicado el 14 marzo 2014 por La Mirada De Ulises

Pocas veces una película deja un regusto tan agradable y placentero como “El hombre tranquilo” (The Quiet Man, 1952), de John Ford. Su visionado asegura al espectador un par de horas de risa entrañable y de emoción profunda, de delicada ternura y de acción trepidante, por mucho que conozca la historia sucedida en Innisfree… porque sus personajes son de una pieza y sus paisajes respiran todo el amor a una tierra y a un tiempo en que el honor era ensalzado. Sin duda, la cinta supone una inyección de nostalgia y un empujón para valorar las cosas naturales de la vida, y la banda sonora de Victor Young ya suscita, junto a la voz en off del párroco que recuerda aquel momento, sentimientos que nos transportan a una época en que la memoria de los antepasados se hacía presente y en que el amor se ganaba a puñetazos… si era necesario. La película ganó dos Oscar (mejor director y mejor fotografía en color), y obtuvo otras cinco nominaciones (película, guión, actor de reparto -Victor McLaglen, en su papel de Will Danaher-, dirección artística y sonido). Sin embargo, pasaría a la historia por ese John Wayne homérico que viajaba a su Innisfree y por esa pelirroja que respondía al nombre de Maureen O’Hara.

Sean Thornton ha vuelto a su querida Irlanda después de doce años en Estados Unidos. Su carácter tranquilo y pacífico choca ahora con el fuerte temperamento de los lugareños y especialmente con Will Danaher, cacique terrateniente del pueblo que ve cómo el intruso le arrebata la choza que fue su casa natal. Ese enfrentamiento aumenta aún más cuando ese hijo pródigo se enamora de Mary Kate, mulier fortis con mal genio y hermana de Will, negándole éste cualquier acercamiento y pretensión. Será un verdadero choque de trenes el que entonces se produzca, que no terminará hasta que uno de ellos reconozca en el otro un hombre digno del lugar y de las tradiciones gaélicas, con la dote por medio. Un largo combate a puñetazos al que asiste el espectador junto al resto de vecinos, será la última apuesta de este pueblo que vio perturbada la paz por la llegada de un hombre… que no era tan tranquilo, pues arrastraba un pesar de conciencia y una promesa de no volver a pelear por dinero (ese flash back es el único momento verdaderamente dramático de la cinta).

 

El caso es que John Ford consigue una película romántica en estado puro, sin necesidad de recurrir a escenas íntimas ni a diálogos sensibleros, y donde no faltan los golpes cómicos y un sano buen humor. El suyo es un amor fuerte, impetuoso, decidido -varonil, diría alguno-, y también respetuoso y sensible. Muestra de ello es la escena en que Mary Kate ha ido a preparar la casa recién comprada por Sean y es sorprendida por él y por su apasionado beso, o aquella otra en el cementerio con el viento que agita su melena pelirroja mientras su galán vuelve a besarla en plan “Cumbres Borrascosas”, o el pasaje en que la recién casada es arrojada por su marido a una cama que se desarma. En todos esos casos, la fuerza y el viento son elocuentes metáforas de la determinación y de la pasión del amor, y también manifestación clara de unos corazones duros por fuera pero blandos por dentro… que necesitan demostrar su cariño con una valentía que resguarde su honor.

La película está salpicada de un tono cómico que comienza en la estación ferroviaria para continuar en la taberna y prolongarse en el día de las carreras… por no hablar de ese caballo que sistemáticamente se para al pasar por la taberna, de esa amenaza que el párroco hace a Will de mencionar su nombre en el sermón del domingo, o del homérico estropicio en la recién estrenada cama. Hay también un simpático carabina casamentero, un hombre bravucón que tiene su lista negra, y un par de reverendos -uno católico y otro protestante- que son aficionados a la pesca o al boxeo (o al juego de la pulga)… y que son un ejemplo de convivencia. Todos en Innisfree son buena gente, quizá un tanto cándidos e inocentes, más dados a la cerveza que a la leche, y celosos guardianes de sus tradiciones. Hay además,  unas “condiciones habituales” para comenzar el noviazgo -simpática estampa de la pareja en el carro-, unas reglas para que el matrimonio vaya acompañado de una dote -no se entiende lo uno sin lo otro, de ahí la devolución-, y unos códigos de honor para ganarse una imagen ante el pueblo o ante la propia mujer. Por otro lado, Blanca mañana es el sueño de una mujer de tener su propia casa y su marido al que cuidar, pero siempre que vaya acompañado de esas trescientas monedas de oro… que auguran otros tantos años de felicidad.

 

Aunque el viento azota la vida de esa joven pareja y anuncia un tornado de dificultades, aunque la casa destartalada es más un sueño de hogar que una realidad (sería interesante considerar el paralelismo con la casa y la pareja de “¡Qué bello es vivir!“… e incluso con la de “Lo que el viento se llevó”), aunque la resistencia de Will no es pequeña… sabemos que el amor triunfará porque son gente sencilla y noble que lucha por unos ideales. Es evidente la inocencia de una mujer que se ruboriza ante unas manitas hechas con agua bendita o ante una cuna, como lo es la de un hombre torpe que suspira por el amor de una viuda y que no se caracteriza por su reflexión. Abundan, por otra parte, los momentos de regocijo y buena vecindad… frecuentemente ligados a la taberna y a las canciones populares, como también los de diversión y búsqueda de cualquier cosa que les saque de la rutina diaria. En Innisfree, en definitiva, hay buen ambiente -a pesar de las conspiraciones- y eso se contagia al espectador, que al final tiene la oportunidad de despedirse de unos protagonistas con los que ha pasado dos horas divertidas.

 

Está claro que hoy costaría entender ese modo de entender el noviazgo y el matrimonio, y que podría ser tachado de puritano o de machista… pero en ese tiempo y lugar, Mary Kate estaba muy orgullosa de ir a casa, una vez que su marido había demostrado su valentía y honor, a prepararle la cena. Incluso hay una mujer que, en esa marcha colectiva hacia el combate, le da una vara a Sean “para que pegue a su encantadora señora”… que había huido de sus obligaciones conyugales a coger el tren para Dublín. Ciertamente, la buena de Mary Kate no pretendía que Sean luchase por la dote sino su amor… para que ella “no se avergonzase de vivir con el hombre que quería”, pero eran otros tiempos, y entonces ese amor se manifestaba conforme a unas normas de fidelidad y honor, de orgullo y dependencia. Eran tiempos que Ford miraba con nostalgia y con amor, con unos valores y unas convicciones que comenzaban a desaparecer en ese paraíso que era su querida Irlanda.

En las imágenes: Fotogramas de “El hombre tranquilo” – © 1952. Republic Pictures. Todos los derechos reservados.

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Publicado el 14 marzo, 2014 | Categoría: 8/10, Años 50, Comedia, Filmoteca, Hollywood, Romance

Etiquetas: amor, El hombre tranquilo, John Ford, John Wayne, Maureen O'Hara, Victor McLaglen, Victor Young