Para confirmar los malos augurios sobre el 2013, me tocó estrenarlo acompañando a mi sobrina de nueve años a la cabalgata de Reyes en Sevilla. ¡Espeluznante experiencia! Durante unos minutos debatí conmigo misma dos posibles líneas de acción: 1) Acabar de una vez con las ilusiones de mi sobrinita (que ya están muy tambaleantes) sobre camellos voladores y reyes dadivosos y arrastrarla de vuelta a casa; 2) Ceder a la deformación profesional y observar la surrealista situación en clave de conceptos y comportamientos económicos. Estáis leyendo esto porque no tuve corazón para decidirme por la opción 1…Para los que nunca han sufrido el shock de presenciar una cabalgata, debo aclarar que el objetivo de los asistentes no es la contemplación pasiva de las artísticas carrozas. El verdadero propósito es conseguir la mayor cantidad posible de los caramelos y golosinas arrojados por sus ocupantes. La única ley que se respeta es la de la selva: los niños más grandes apartan a empujones a los más pequeños, y los adultos apartan a empujones a los niños (ajenos) de cualquier tamaño. En torno a este esquema tan simple podemos encontrar representados algunos conceptos relacionados con la economía y la educación financiera:Patrocinio y marketing. En esta ocasión, la cabalgata estaba encabezada por dos pequeños coches eléctricos de una conocida marca automovilística, con aspecto de juguetes sofisticados para niños caprichosos. La misma marca sufragaba también el reparto masivo de bolsitas de plástico con el lema “Cabalgata limpia, guarda aquí tus caramelos”. Apunte para empresarios y emprendedores: toda aglomeración de personas con ánimo festivo es una buena ocasión para dejar ver tu logo. Si además vinculas tu marca con alguna idea bien posicionada en la mente del público (limpieza del entorno, respeto al medioambiente) y les facilitas al mismo tiempo la satisfacción de una necesidad (en este caso, las bolsitas para guardar el botín de la jornada) es probable que obtengas un buen retorno de la inversión realizada. Acumulación. Ingenua de mí, en un primer momento pensé que se estaban repartiendo demasiadas bolsas (recordemos que el plástico no es precisamente un material biodegradable) y que no había manera humana de que los niños pudiesen llenarlas todas. Por supuesto, me equivocaba. Mi sobrina, que a estas alturas es toda una profesional de las cabalgatas con una depurada estrategia, tomó impertérrita el manojo de bolsas y las repartió entre sus bolsillos para ir sacándolas con rapidez a medida que se fueran llenando las demás. ¿El resultado? Baste decir que hubiese sido capaz de llenar el doble de bolsitas sin gran esfuerzo. Pese a que mi sobrina tiene racionado el consumo de dulces, y a que las bolsas de caramelos de cabalgatas anteriores suelen rodar por su casa hasta la fecha de caducidad, la compulsión de acumular parece ser consustancial al homo economicus y se manifiesta, por lo tanto, desde la más tierna infancia. La propiedad de algo genera una sensación de riqueza y seguridad que libera gran cantidad de endorfinas (aunque, como todos sabemos, tan adictivo efecto es poco duradero y requiere la inmediata adquisición de nuevas posesiones). En el caso de las cabalgatas, el atractivo inherente a cualquier proceso de acumulación se ve potenciado por el concepto de “gratuidad”. Si conseguir bienes materiales proporciona una gran satisfacción, obtenerlos a coste cero ya nos aproxima al éxtasis.
- Caramelos. Pese a las habilidades receptoras de niños, papás y abuelos, las calles de Sevilla terminaron tapizadas con miles de caramelos aplastados y pisoteados, que se adherían con ferocidad a zapatos y ruedas de coches. Imagino que una parte importante del presupuesto de la cabalgata fue a parar a una rápida e inmediata limpieza de residuos, porque lo cierto es que a la mañana siguiente tanto las personas como las flamantes bicicletas nuevas ya podían circular por la ciudad sin quedar pegadas al suelo. Interesante destino para el dinero: caramelos-alfombra y horas extra de limpieza urbana.
- Carrozas. La espectacularidad del desfile varía mucho de unas localidades a otras: depende del estado de las arcas municipales y del presupuesto de las marcas que patrocinan el monárquico despliegue. Por algunos vistazos de reojo, me dio la impresión de que las carrozas sevillanas estaban bastante bien logradas, al igual que los disfraces de los sádicos lanzadores de caramelos. Lamentablemente, soy del grupo de los cobardes y pasé la mayor parte del tiempo medio escondida, por lo que apenas tuve ocasión de verificar las positivas impresiones. A mi lado, un matrimonio de cierta edad comentaba: "¡Qué lástima de carrozas, con lo bonitas que son y nadie se molesta en apreciarlas!".
- Su principal propósito es conseguir muchas, muchas golosinas. Da igual el sabor o la modalidad, porque lo importante no es su eventual consumo, sino la simple satisfacción de acapararlas.
- Alto grado de tolerancia al riesgo o negación del mismo: llenar las bolsas de caramelos bien vale un ojo morado o unos cuantos puntos de sutura.
- Selección natural: los más grandes y agresivos consiguen más caramelos, confirmando que el tamaño importa y que Darwin tenía razón sobre la supervivencia del más fuerte.