El hotel Chelsea, tres borrachos y dos libros que conseguí en Libélula

Publicado el 22 noviembre 2013 por Libelulalibros

Se dice que en una de sus habitaciones Arthur C. Clarke escribió 2001, y en otra Jack Kerouac su On the road. Era un sitio bueno, relativamente barato (en 2010 se podía alquilar una habitación por 600 dólares el mes) y siempre se podía encontrar una excusa para no escribir y mejor ponerse a beber. En 2011 lo cerraron y por lo que sé no se sabe todavía qué le va a pasar. Allí murió por una sobredosis de seconal Charles Jackson, el autor de The Lost Weekend, que ya no se consigue en español (lo tradujeron como Días sin huella) y que Billy Wilder llevó al cine memorablemente y que, cuando fue publicada en 1944, casi le arruina Bajoel volcán a Malcolm Lowry, que en ese momento lo tenía casi terminado pero cargaba con una fama de plagiador y borracho impenitente y que temió que le enrostraran que el Volcán no era más que una burda copia no había plagiado a Jackson sino que por pura coincidencia éste había escrito otra obra maestra del alcoholismo y la había publicado antes. Pero el libro de Jackson ya no se consigue, excepto en librerías de segunda. Hay, en cambio, dos libros que sí conseguí en Libélula libros y que se relacionan con el hotel: Mi Nueva York, de Brendan Behan Marbot ediciones y Poesía completa de Dylan Thomas Visor. En el Chelsea Behan pasó sus últimos días y escribió el libro del que hablo y del que Augusto Monterroso dijo que libros así “eran la máxima felicidad”. Behan fue un borracho dedicado y sin remordimientos (“soy un alcohólico con problemas de escritura”), que dice en Mi Nueva York que escribe para olvidar, de tal modo que cuando el lector compre el libro, él ya lo habrá olvidado. Puedo decir que Monterroso no mentía y sólo puedo, si me lo permiten los libreros, señalar unas pocas de las felicidades que me trajo el libro: “… todo el mundo parece poner cierto orgullo en creer que su país es más corrupto que ningún otro” (p. 67). “No tiene sentido hablar de la homosexualidad como si fuera una enfermedad. He visto a personas aquejadas de homosexualidad y a personas aquejadas de tuberculosis y no se parece lo más mínimo. Mi actitud hacia la homosexualidad es como la de aquella mujer que en la época del juicio contra Oscar Wilde dijo que no le importaba lo que hiciera, mientras no lo hiciera en la calle y asustara a los caballos” (p. 104). “Joyce envió una de sus obras, titulada Exiliados, al Théâtre de l’Oeuvre, pero le fue devuelta. «Sr. Joyce» podía leerse en la hoja anexa, «acabamos de librar una Guerra Mundial y como resultado hay muchas viudas y huérfanos. Creemos que su obra resulta demasiado triste.» Supongo que debería haberle puesto a Richard una pierna de corcho o algo así para animar un poco las cosas le comentó Joyce amargamente a Sylvia Beach, y aparcó la obra para seguir escribiendo el Ulises, que tenía prácticamente terminado. Por mi parte pienso que un poco de animación no hace daño a nadie, de modo que he decidido titular mi próxima obra: La pierna de corcho de Richard” (pp. 133-4). “No sé de qué tratan sus obras [las de S. Beckett], pero sé que las disfruto. No sé de qué trata un baño en el mar, pero lo disfruto. Disfruto el contacto con el agua” (p. 138). “Yo aprendí el uso del whiskey a la edad de seis años, cuando mi abuelo dijo: «Dádselo a probar ahora, y no querrá ni una gota cuando sea mayor», lo cual, supongo, es lo más inexacto que se ha dicho en toda la historia” (p. 144). Y la poesía de Thomas: la ventaja de esta edición es que es bilingüe y así los esnobs y los pedantes podemos darnos gusto. En una entrevista para The Paris Review, Anthony Burgess dijo: “a América le gusta que sus artistas mueran jóvenes, como una expiación por los pecados de América. Los ingleses dejan el asunto de los muertos jóvenes a los celtas, como Dylan Thomas y Behan”. Y los jóvenes que mueren y matan fueron uno de los primeros temas de la poesía de Thomas, lo cual me sirve también para ejercer la pedantería. En la traducción de Margarita Ardanaz Visor, los versos “These boys of Light are curdlers in their folly”, se vuelven: “Esos chicos de luz son heladores en su locura”. Antes, Elizabeth Azcona Cranwell tradujo: “Los muchachos de luz en su locura, coagulan lo que tocan”. Esto tampoco sirve, porque “are curdlers” se refiere a lo que produce en el espectador la visión de los muchachos del verano. Hay una palabra en español que, creo, transmite el hielo, la fascinación y el horror de estos muchachos (que son los muchachos de Pasolini y de Fernando Vallejo): “Estos muchachos de luz son aterradores en su locura”. A pesar de esto, y de otros descuidos peores (“Light breaks where no sun shine” se convierte en: “La luz irrumpe donde no brilla alguno sol”), la música, la ingenuidad, la ironía de la visión de Thomas logran abrirse paso. Dylan Thomas, que dijo que un alcohólico “es alguien que te cae mal y puede beber más que tú”; que un tres de noviembre se la pasó bebiendo en la cama de su habitación en el Chelsea, para salir a beber más en la noche, y regresar y volver a salir a las dos de la mañana del día cuatro para la White Horse Tavern donde tomó dieciocho whiskies, “creo que es una marca”, dijo y luego regresar al hotel y ser llevado al hospital a morir; que nunca supo tratar con la muerte y nos dejó un consejo “No entres con calma en esa buena noche” y un consuelo o una ingenuidad o una burla: “Y ya la muerte no tendrá dominio”. 
Pablo Arango el malo. 
Libélula libros.