El hotel que inspiró “Un hotel en ninguna parte”

Publicado el 23 febrero 2015 por Ana Bolox @ana_bolox

El hotel que inspiró “Un hotel en ninguna parte”, por Mónica Gutiérrez Artero

Hoy, en la sección de “La historia detrás de las historias”, tenemos como invitada a Mónica Gutiérrez Artero. Es editora de una interesantísima bitácora literaria, Serendipia, y autora de las novelas “Un hotel en ninguna parte” y “Cuéntame una noctalia”.

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Detrás de un escrito tiene la fortuna de publicar una primicia: cuál es el hotel en el que Mónica se inspiró para escribir su deliciosa novela “Un hotel en ninguna parte”, una pregunta que le han hecho muchos lectores y que hoy desvela en esta entrada. Le doy las gracias por ello y le cedo la palabra. Veámos qué nos cuenta

“Un hotel en ninguna parte”

Una de las preguntas más frecuentes de los amables lectores de “Un hotel en ninguna parte” es si el Hotel Bosc de les Fades existe realmente. Siempre respondo que solamente en la imaginación de su autora. Pero por muy fértil que resulte la fantasía y ardua sea la creatividad del escritor, inevitablemente la ficción literaria es un reflejo de la vida. Sin duda, un reflejo más o menos deformado, pero inspirado al fin y al cabo en los referentes del universo que rodea a su creador. En el mundo ficticio de cualquier novela, voluntaria o involuntariamente, hay elementos tomados —interpretados, velados, disfrazados, tamizados, etc.— de la vida cotidiana o un periplo extraordinario de su escritor.

Soy sincera cuando respondo que el establecimiento de los hermanos Brooks no existe fuera de las páginas de “Un hotel en ninguna parte” pero mentiría siun hotel en ninguna parte" />un hotel en ninguna parte">">un hotel en ninguna parte">">un hotel en ninguna parte">">un hotel en ninguna parte" height="233" width="233" alt="un hotel en ninguna parte02" class="alignright wp-image-1636" /> dijese que no está inspirado en un establecimiento real, aunque solo sea por su espíritu románico, su difícil localización y su ubicación en medio de un bosque.

La idea de esta novela nació durante un fin de semana en el que el ingeniero decidió llevarme a un lugar especial para celebrar uno de nuestros aniversarios. Misterioso y casi sonriente —el ingeniero tiene un gran sentido del humor pero no suele ser pródigo en sonrisas—, me dijo:

-He hecho una reserva en un lugar perfecto para pasar este fin de semana. Te encantará… si es que somos capaces de llegar.

Y es que desde el mismo momento en el que nos aventuramos a salir de la ciudad estuvo claro que no resultaría sencillo llegar hasta allí: nuestro GPS no reconocía la dirección que habíamos copiado de la página web del sitio. Tras unos minutos de deliberación, decidimos introducir solamente la población más cercana y esperar —con gran optimismo, como se demostró al poco tiempo— que nos encontraríamos con carteles indicadores o alguien a quién preguntar por el, tal y como mostraban las fotografías de su homepage, magnífico hotel.

En una hora escasa desde que salimos de la ciudad llegamos sin novedad al pueblo al que pertenecía el bosque en el que estaba ubicado nuestro hotel. También nos resultó relativamente sencillo localizar dicho bosque y la única carreterita local que lo atravesaba. La dificultad radicaba en que no había ni un solo cartel indicador, el GPS se negaba a mostrarnos el mapa o las coordenadas en las que estábamos en cuanto nos acercamos al bosque, y que por allí no había habitantes a quienes preguntar por nuestro misterioso destino.

No aburriré a los lectores con los detalles de nuestra laboriosa exploración de caminos forestales, le bastará saber —para hacerse una idea sobre nuestro desamparo geográfico— que tardamos una hora y cuarto más en encontrar el hotel. Después de recorrer la carreterita local que bordeaba el bosque en ambos sentidos (dos veces), probar suerte atravesando una urbanización campestre de inexistente población humana (pero de abundante ladridos perrunos), e iniciar el recorrido de un par de caminos de tierra (que tuvimos que descartar a riesgo de perder partes vitales de nuestro sufrido coche), paramos a descansar junto a un restaurante abandonado. Fue entonces cuando el ingeniero tuvo la brillante idea de bajar del coche, pese al frío húmedo que caía con el crepúsculo, y apartar unas frondosas ramas de abeto que se empecinaban sospechosamente en tapar un cartel dichosamente verde (color que camuflaba con mucho encanto el citado indicador). Por fortuna, se trataba de un cartel indicador con el nombre de nuestro hotel y tenía una milagrosa flecha hacia un caminito de cabras que quedaba a nuestra izquierda. Alborozados por el hallazgo nos aventuramos por la escabrosa ruta, cruzando los dedos por la integridad de nuestro automóvil.

Sin GPS, sin mapas, sin paisanos a los que preguntar, sin las instrucciones de “cómo llegar” de su bonita, pero inexacta, página web y con la única esperanza de un único cartel indicador escondido tras la voracidad del bosque que le daba cobijo, nos internamos en la espesura imposible —¡tan cerca de la ingrata civilización turística costera!— de sus pinos, abetos, robles, encinas y alcornoques para descubrir, al cabo de unos quince minutos, uno de los edificios más sorprendentes con el que creo que tendré el placer de toparme.

Estoy convencida de que fue justo en ese momento, en el preciso instante en el que bajamos del coche y nos quedamos mudos ante la fachada del siglo X de semejante prodigio escondido, cuando nació la idea de “Un hotel en ninguna parte”. Y aunque no nos recibió ningún recepcionista antipático, ni cocinó para nosotros ningún chef líder de un grupo trash metal, ni encontramos el jardín mimado de Samuel Brook, o tropezamos con la risa surfera de Tristán, me convencí a mí misma que pisaba tierra robada a las hadas y que valía la pena contar por qué.

Quizás sea cierta la belleza arquitectónica de este hotel o quizás no sea más que el recuerdo de la aventura de llegar hasta él o de la magia de su extraordinaria ubicación y el misterio gótico del bosque oscuro que lo rodea. No estoy segura. En todo caso, lector, el Hotel Bosc de les Fades no existe. Pero, si te alcanza la curiosidad, este es el fantástico lugar que me inspiró para refugiar a Emma del naufragio de Il Maestro y quitarle a Samuel esa manía suya de leer a Byron por las noches.

Pues ya está descubierto el secreto. Por mi parte, os recomiendo la novela, cuya reseña traeré por aquí en breve, que no sólo es deliciosa sino que, además, está escrita de un modo sorprendente.

Si queréis hacerlos con un ejemplar, podéis encontrarlo en Amazon.

Para estar en contacto con Mónica, podéis seguirla en:

Twitter: @MnicaSerendipia

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