Mauricio tiene la casa sembrada de trebejos, artefactos y artilugios de temática mitológica que custodia con veneración. Y es que le presta más atención a esos cacharros que a su abnegada esposa, Vanessa. Incluso su rutilante e inmaculado Audi descapotable negro metalizado recibe cada día la ofrenda de múltiples carantoñas, arrumacos y caricias. Me tiene arrumbada como a un mueble viejo, rezonga Vanessa, alisándose la falda corta de cuadros negros y amarillos con patológica obsesión. Ahora le ha dado por desbordar afecto con un siniestro ídolo de piedra que se ha traído de sus viajes por Mongolia. Hace tres años fue Baphomet, una deidad de Babilonia mencionada por los templarios. Algún día me armaré de valor y lo arrojaré a los calderos del fuego eterno de la chimenea del salón. Me gustará contemplar cómo renace la figura leonina en puñados negruzcos de ascuas y pavesas finas. Vanessa se retuerce las manos y su rostro, lánguido y cetrino, demuda de repente para encogerse en una mueca de frustración y dolor. La piedra es recia e inmune a los efectos ígneos. Tendrá que destrozarlo, hacerlo pedazos. Mauricio tiene una formidable colección de mazos, hachas, espadas y armas medievales como para poner en jaque a un dragón. Eso le servirá para llevar a cabo su cometido: desterrar al advenedizo enemigo que ha usurpado el trono de su corazón; el execrable ídolo de piedra que Mauricio acicala, atilda y mima con primor y que ocupa una tribuna honorífica en el salón, en medio de la vajilla de Praga que ya nunca usan, que sólo acumula polvo y recuerdos marchitos de una época mejor. Esta noche, cavila Vanessa, menuda, atractiva, rubia y en otra época mujer pizpireta y sensual, descenderé a las simas del calabozo donde guarda sus tesoros y allí enterraré al ídolo de piedra junto a las espadas, floretes, lanzas, escudos y dioses paganos que han desacralizado un hogar donde antes ella era princesa y recolectora del amor de Mauricio. En sus atigrados ojos verdes ha germinado en los últimos años un fulgor desconocido de tintes alunados. Es el nuevo inquilino que ha llegado para quedarse y no marcharse jamás. Es el fulgor de la locura que ha expulsado la ternura y candidez de la sumisa Vanessa Machado para sembrar allí, en su mente distorsionada, sombras de venganza contra el ídolo de piedra y la vida mistificada que se ha llevado el amor de los dos para rociarlo todo con un halo indeleble de cisma matrimonial, rotura de ligamentos del universo y explosión de colores con viaje sin retorno a un fundido en negro.
Mauricio tiene la casa sembrada de trebejos, artefactos y artilugios de temática mitológica que custodia con veneración. Y es que le presta más atención a esos cacharros que a su abnegada esposa, Vanessa. Incluso su rutilante e inmaculado Audi descapotable negro metalizado recibe cada día la ofrenda de múltiples carantoñas, arrumacos y caricias. Me tiene arrumbada como a un mueble viejo, rezonga Vanessa, alisándose la falda corta de cuadros negros y amarillos con patológica obsesión. Ahora le ha dado por desbordar afecto con un siniestro ídolo de piedra que se ha traído de sus viajes por Mongolia. Hace tres años fue Baphomet, una deidad de Babilonia mencionada por los templarios. Algún día me armaré de valor y lo arrojaré a los calderos del fuego eterno de la chimenea del salón. Me gustará contemplar cómo renace la figura leonina en puñados negruzcos de ascuas y pavesas finas. Vanessa se retuerce las manos y su rostro, lánguido y cetrino, demuda de repente para encogerse en una mueca de frustración y dolor. La piedra es recia e inmune a los efectos ígneos. Tendrá que destrozarlo, hacerlo pedazos. Mauricio tiene una formidable colección de mazos, hachas, espadas y armas medievales como para poner en jaque a un dragón. Eso le servirá para llevar a cabo su cometido: desterrar al advenedizo enemigo que ha usurpado el trono de su corazón; el execrable ídolo de piedra que Mauricio acicala, atilda y mima con primor y que ocupa una tribuna honorífica en el salón, en medio de la vajilla de Praga que ya nunca usan, que sólo acumula polvo y recuerdos marchitos de una época mejor. Esta noche, cavila Vanessa, menuda, atractiva, rubia y en otra época mujer pizpireta y sensual, descenderé a las simas del calabozo donde guarda sus tesoros y allí enterraré al ídolo de piedra junto a las espadas, floretes, lanzas, escudos y dioses paganos que han desacralizado un hogar donde antes ella era princesa y recolectora del amor de Mauricio. En sus atigrados ojos verdes ha germinado en los últimos años un fulgor desconocido de tintes alunados. Es el nuevo inquilino que ha llegado para quedarse y no marcharse jamás. Es el fulgor de la locura que ha expulsado la ternura y candidez de la sumisa Vanessa Machado para sembrar allí, en su mente distorsionada, sombras de venganza contra el ídolo de piedra y la vida mistificada que se ha llevado el amor de los dos para rociarlo todo con un halo indeleble de cisma matrimonial, rotura de ligamentos del universo y explosión de colores con viaje sin retorno a un fundido en negro.