En respuesta a las preguntas que se hizo el director/ animador francés, su película tiene alma. No sólo aquélla del compatriota comediante sino la del variété.
Además de sentidos, los homenajes son claros: al tío Hulot por un lado (resulta conmovedor el encuentro entre el Tatischeff dibujado y el de carne y hueso en pantalla grande) y, por otro lado, al payaso, al ventrílocuo, a los acróbatas, a las coristas de los espectáculos de antaño.
Aunque nos retrotrae a Las trillizas de Belleville, los pinceles de Chomet y su equipo también consiguen algo inédito: reproducir a la perfección la esencia y apariencia de los personajes de Tati. La manera de caminar, los gestos, el timbre de voz, algunos gags que definen un sentido del humor por momentos naïf, por momentos crítico resucitan a Monsieur Jacques.
Como su antecesora, El ilusionista es una obra meticulosa, celosa del mínimo detalle (por favor préstenles atención a la luz de freno de los vehículos retratados), e irreductibe a un molde pre-fabricado. Como su antecesora, nos devuelve la fe en la animación de autor dispuesta a prescindir del anclaje verbal sin dejar de explotar las virtudes de la sonoridad (en este sentido también le rinde tributo a la filmografía del compatriota precursor).
Los magos parecen habernos abandonado en un mundo cada vez más copado por el entretenimiento mediático. Sin embargo, de tanto en tanto, el cine nos recuerda la existencia de algunos sobrevivientes como Tati y Chomet.
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PD. Otra vez, cabe prevenir a los estimados lectores para que no confundan este film con El ilusionista que Edward Norton protagonizó en 2006.