Algo a priori tan insustancial y tan intrascendente como es el ir a la moda hoy en día se ha convertido para algunos y algunas (uso intencionadamente la distinción de géneros) en algo que condiciona enormemente todos y cada uno de sus modos y actitudes de vida, como puede ser el caso del Islam para los árabes, pero en nuestro Occidente en una versión laicista que sólo rinde única adoración a la deidad de la moda y los complementos. La moda, ese negocio que mueve cantidades ingentes de dinero en todas las variantes de su industria, es en nuestros días, sin temor a equivocarnos, el opio del pueblo. Falta hace estudiosos que analicen el fenómeno de la moda en nuestra sociedad actual, y cómo ha evolucionado desde la época de Coco Channel, por no irnos demasiado lejos en la historia, hasta enajenar completamente al personal.
La sociedad vive bombardeada día y noche en sus hogares por anuncios televisivos y en las calles por tiendas de ropa con lujosos escaparates que la incitan a adquirir aún más prendas de las que ya posee su atestado fondo de armario, una ropa, que en la mayoría de los casos, pasa de moda por las nuevas estéticas y modelos de la siguiente temporada. Ese bucle de compra asegura un negocio del que se benefician las grandes industrias textiles en su mayoría por la acción compradora de mujeres, especialmente jóvenes, y público homosexual. No quiero decir que los hombres heterosexuales no compren ropa, pero en mucha menor medida que los gays. No suele estar en su ADN.
Luego está la percepción social en relación con la ropa que se lleva puesta. Ese apriorismo o prejuicio extendido como el aceite en una sociedad que sólo vive de la pura y vacua apariencia. Pero este es un mal que hunde sus raíces en lo más vetusto de nuestra civilización humana. Ya en la Antigüedad el atavío establecía las distinciones sociales. Cierto es que algo tan poco importante para el progreso de una sociedad como es la ropa refleja el estilo de vida de una persona, su economía, su identidad o posición social. También es cierto que para dar una adecuada imagen individual al mundo exterior es importante ir bien vestido en ocasiones de nuestra vida, pues eso se valora mucho de alguien (a veces demasiado), pero lo realmente nocivo y grave es hacer que la moda sea el centro del universo sobre el que gravitan todos los modos de vida de una persona, hasta el punto de prejuzgar a los demás por el mero hecho de llevar o no tal o cual prenda.
Al hecho de marcar tendencia se añade la obsesión por lo joven que la moda lleva implícita. El negocio de la moda asegura que sus víctimas se vean eternamente jóvenes y lozanas, pues en nuestra sociedad la juventud es un valor que prima por encima de otros mucho más relevantes, como el mérito o el esfuerzo. La adquisición de nuevas prendas pretende emular una juventud que no deja de ser pasajera, como la propia ropa. Depende de nosotros no dejarnos engañar por lo it, lo meramente visual, accesorio y de simple imagen exterior que en gran medida entraña la moda.