Brota un sueñe en nuestro interior, nace una iniciativa de comenzar algo, un proyecto. Nuestra cara dibuja una sonrisa perfecta y llega la claridad, “es lógico” pensamos. Seguida de horas de reflexión, planes y fórmulas, una ola de incertidumbre inunda la cabeza y eso, que antes era tan certero, dejó de serlo. Nos atacó “El imposible”, ese maleducado, irrespetuoso entró de improvisto, infectando nuestro corazón. A continuación nos acordamos del informe que el jefe pidió entregar sin falta mañana, de que teníamos que llevar al perro al veterinario y buscar a nuestros hijos al colegio. Nos olvidamos del destello de nitidez (oscurecido por el invitado que nadie se anima a echar de la fiesta: imposible) y seguimos con nuestra rutina. Pasa el tiempo y descubrimos que seguimos parados en el mismo lugar; luego llega la melancolía de esa idea, ese proyecto que jamás pudo ser concretado. Pero nos conformamos y seguimos.
Surgirá el pensamiento de que el imposible, la mayor parte de las veces, viene de afuera: un amigo, la pareja, nuestros padres. Lo cierto es que, el más peligroso es el que viene de adentro, cuando se empieza a dudar de uno mismo. Nadie puede persuadirnos tan efectivamente como nosotros mismos.
La publicidad de la cabeza nos convence a conformarnos, ser vagos y estáticos. Hay que estar atentos a no caer en la trampa.
Así que, con la ayuda del conocido inventor Edison, quien dijo: “Los que aseguran que es imposible, no deberían interrumpir a los que estamos intentándolo”; no dejemos que “el imposible” nos paralice y asegurémosnos de que la cabeza no interrumpa el alma, ella nunca miente.
Por Camila Ubierna para Puerto Managers