El impuesto de la vida

Publicado el 15 abril 2020 por Manuelsegura @manuelsegura

Los años más bellos de una vida, son aquellos que están por venir”. La frase es de Víctor Hugo Hace décadas, el director de cine francés Claude Lelouch mantuvo una relación con la actriz Annie Girardot. Rodaron juntos varias películas y fueron pareja durante un tiempo. Años después, ella padeció el mal de Alzheimer. Un día, su hija fue a ver al cineasta, le explicó que su madre no se acordaba de nadie, tan solo de él, por lo que le pidió que fuera a verla porque pensaba que ello resultaría beneficioso para su salud. Lelouch aceptó y confesó que, cuando acudió al encuentro, “ella me reconoció sin reconocerme. Fue uno de los momentos más impactantes de mi vida”. Explicó que lo que experimentó fue triste y alegre al mismo tiempo, ya que había momentos en los que la mujer que amó le decía “las mismas tonterías y conseguía arrancarme risas cómplices, pero dos minutos después me convertía en un desconocido”. Aquella experiencia vital le condujo a rodar en 2019 ‘Los años más bellos de una vida’. El confinamiento forzoso nos obliga a buscar motivaciones para entretener nuestro tiempo y qué mejor que hallarlas en el cine. No sé cuántas películas y series llevo vistas desde hace un mes.

Habían pasado 53 años desde que Lelouch rodara con Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimée ‘Un hombre y una mujer’ (1966) y 33 desde que el trío hiciera lo propio con la secuela ‘20 años más tarde’ (1986). La historia giraba sobre un romance entre un piloto de carreras y una ‘script’, ambos viudos prematuramente, y con hijos pequeños. ‘Los años más bellos de una vida’ es el reencuentro entre un hombre de casi 89 años y una mujer de 87, en una residencia de personas mayores donde el primero está ingresado y a la que ella acude a verlo porque se lo ha pedido el hijo de él. Fueron amantes en el pasado y el vínculo se quebró por las reiteradas infidelidades del piloto. Merece la pena ver este epílogo de Trintignant y Aimée, en especial, esta última, radiantemente otoñal, sin aparentar para nada la edad que cumple.

Ha sido casual ver esta película ahora, cuando algunos de estos centros se han convertido en nuestro país -y también en nuestra región- en lugares tétricos, donde la muerte acecha a sus internos con una sorprendente facilidad a través del Covid-19. “La muerte es el impuesto de la vida”, confiesa Trintignant en una secuencia de la cinta antes mencionada. Cuando todo esto pase, que pasará, alguien tendrá que acometer en profundidad una revisión de estos establecimientos, que no pueden convertirse en meros aparcamientos para ancianos, sin garantías médicas suficientes para hacer frente a una grave contingencia para su salud como está resultando el coronavirus. Ni mucho menos en negocios en los que se busque la rentabilidad económica a toda costa, pasando por alto otro tipo de inversiones, a todas luces necesarias y fundamentales para garantizar la calidad de vida de sus residentes. Solo en nuestra comunidad se estima que aproximadamente la mitad del más de un centenar de fallecidos estaba ingresado en uno de los diferentes centros afectados y, uno de ellos, con especial incidencia en cuanto al número de infectados. No es de extrañar que algunos familiares ya hayan emprendido acciones judiciales al respecto.

Alguien dijo que las arrugas del espíritu nos hacen más viejos que las de la cara. Tratar así a los mayores es tan reprobable como deleznable. El verdadero mal de la vejez no es el debilitamiento del cuerpo sino la indiferencia del alma, concluyó otro sabio. Lo ocurrido en estos días debe servirnos de experiencia para que nunca se vuelva repetir. Porque hay negligencias y negligencias. Y algunas son verdaderamente execrables.

[eldiario.esMurcia 14-4-2020]