Varios graves incendios, que han quemado ya cerca de 1.500 hectáreas cerca del Pirineo, han rebasado los presumibles cortafuegos y continúan, ardientes, su camino sin conocer de fronteras. Muy al contrario, encuentra en su camino una tierra árida, llena de maleza, de malas hierbas que nadie limpió cuando aún era abarcable la tarea, y sigue quemando la tierra árida y los árboles secos, alentado por el viento que le guía y le abre camino entre la espesura de la que se alimenta. No ha llovido. Podría ser el cambio climático y la incesante desertización de la península. Lo cierto es que la aridez, la maleza y la desidia han dejado un bosque muy apetitoso para el fuego. Son las consecuencias de la sequía y de la falta de cuidado de aquello que un día nos hizo afortunados. Los recortes sociales ya perpetrados, y también los previstos (no hay que olvidar que el grueso vendrá tras las elecciones andaluzas) están dejando tras de sí una tierra árida, una maleza infranqueable sólo para las llamas.