Don Segis no daba crédito. Si no había entendido mal lo que proponía Don Ángel era hablar con esos señores y que le dijeran a su representante que los documentos eran verídicos aunque no lo fueran. La mirada del alcalde confirmó sus sospechas. En efecto: eso era lo que pretendía.
Precisamente en ese momento Braulio Dávila estaba entablando conversación con Cándido Venezuela, su abogado personal, contándole los pormenores de todo lo acaecido. El letrado le manifestó que al día siguiente estaría en el pueblo y podrían hablar más detenidamente sobre el asunto. En estos momentos tenía que dirigirse a los juzgados, tenía una vista dentro de una hora y el tráfico en las grandes ciudades era rebelde. Por no hablar del tiempo que lo más seguro perdería buscando aparcamiento.
Así que se despidieron y quedaron en verse en la fonda a primera hora de la tarde, ya tenía una parte del problema solucionado. Porque no estar asesorado era un verdadero problema. Si había logrado ser alguien en el mundo de los negocios era porque siempre había tenido detrás esa mano experta que le decía que camino debía seguir y que línea podía o no podía cruzar.
Decidió dar una vuelta por las calles del pueblo. Se dio cuenta que la esencia y la magia del mismo se había perdido o quizás a él le daba esa impresión. No vio a los vendedores ambulantes en la plaza empezando a disponer de sus puestos y eso que hoy era miércoles. Quizás irían más tarde o, tal vez, desde que estaba el Sr. Villanueva el día de ventas se había modificado.
Al doblar la esquina vio una gran superficie que no estaba años atrás con un cartel que rezaba: DTDO. Cuando se acercó vio que era un supermercado. Claro, ahora entendía el porqué de la ausencia del mercadillo, lo habían suplido por eso. Pensó que sería buena idea entrar y suministrarse de cuatro cosas básicas. Al fin y al cabo por la comida no tenía que preocuparse, en el precio de la habitación de la fonda iban incluidas las tres comidas principales del día. Pero necesitaba champú, gel, pasta de dientes y un cepillo nuevo, crema para afeitar…
Así que entró en el establecimiento, cogió una cesta y empezó a dar vueltas por los pasillos buscando lo que necesitaba. Le costó un buen rato, el supermercado no era muy grande a comparación con los que él estaba acostumbrado en la gran ciudad pero así y todo pequeño tampoco.
Al acercarse a la caja para pagar vio una sección que ponía “Textil Señora, Caballero y Niños” y decidió ir a echar una ojeada. Acabó marchándose con lo convenido, más un traje con raya diplomática color burdeos, tres camisas: una blanca, una de un tono rosado y una azul celeste, dos corbatas y dos pañuelos para llevar al cuello, así como ropa interior. La verdad es que tenía suficiente fondo de armario, pero porqué no permitirse un caprichito, pensó.
Mientras se volvía a dirigir a la fonda, Don Segis y Don Ángel seguían en la taberna terminando de perfilar su plan e intentando descubrir la mejor forma posible de conocer a los abogados del Sr. Dávila. El alcalde le manifestó al párroco que una buena forma de saberlo era llamar a la editorial con cualquier excusa y preguntar al respecto. A Don Segis le pareció buena idea y le refirió al Sr. Villanueva que sería apropiado que se encargara él. Éste le dijo que todo lo contrario, que había pensado una excusa perfecta y un cura era la persona idónea para la misma. Se trataba de ponerse en contacto con la editorial alegando la próxima apertura de un colegio destinado a los más desfavorecidos. Por lo que si tuvieran a bien hacer algún donativo para el mismo sería bienvenido.
Don Segis no terminaba de comprender en esas lides como iba a preguntar por el gabinete jurídico de la editorial, al fin y al cabo de estas cosas de buen seguro se encargaba un comercial. Don Ángel le expuso que podía preguntar por ellos en el transcurso de la conversación. Y así fue como quedaron. El párroco se encargaría de hacer las gestiones pertinentes en lo concerniente a descubrir quién llevaba los temas legales del Sr. Dávila mientras, Don Ángel, se ponía en contacto con el mejor falsificador de documentos a mil leguas a la redonda: Santi Ribas, al cual ya le había hecho varios encargos. Después de dejarlo todo bien claro al respecto de lo que debía hacer cada uno, quedaron para el día siguiente por la tarde.
Pero Don Braulio, a pesar de no aclararse con los papeles, no era tonto. Así que, mientras esos dos estaban haciendo sus maquinaciones, él se había puesto en contacto con la editorial diciéndoles que, bajo ningún concepto, facilitaran a nadie cualquier información relacionada con la empresa fuera cual fuere. Absolutamente ninguna. En realidad si lo que se iba a construir era un centro cívico poca relación o ninguna tenía con una editorial pero nunca se sabe y convenía guardarse las espaldas.
CONTINUARÁ