Ella no había ido a votar jamás, a pesar de que sus padres intentaban inculcarle toda esa retahíla de que era un derecho como ciudadanos, que estábamos en una democracia, que debía hacerlo aunque fuera en blanco, que ellos se pasaron muchos años sin poder ejercer ese derecho y que ella tenía que aprovecharlo…que si patatín, que si patatán. Puede que tuvieran razón, pero mientras el panorama político siguiera siendo el que era, no daría su brazo a torcer.
—¿Qué, Don Segis? ¿Intentando hallar alguna fórmula milagrosa de otra bebida celestial y sustituir así al vino?
—Muy graciosa, Marta, muy graciosa. No, en realidad no estaba pensando en nada.
—Pues yo diría que ahora mismo las musarañas le estaban haciendo buena compañía. Por cierto, no quiero pecar de indiscreta, pero tantas reuniones con Don Emilio estos días, ¿alguna novedad para el pueblo?
—No, ninguna Marta, simplemente que el máximo representante en el pueblo y el máximo representante de Dios en el mismo tienen que entenderse y llevarse bien, nada más.
—Bien, si usted lo dice.
—Sí, Marta, yo lo digo. Ahora, si me disculpas, debo marcharme. Además veo que ya estás empezando a preparar para echar el cierre.
—En efecto. Y hay ganas, no se crea. Hoy ha sido un día agotador con la visita de esa escuela que venía de viaje de fin de curso.
—A sí, algo me ha comentado Don Emilio. Quién pudiera volver a sus años, ¿no crees?
—Pero no se puede, Padre y, que quiere que le diga, por lo menos servidora está bien como está. Mañana le veo por aquí, ¿no? Pues hasta mañana.
—Hasta mañana Marta.
¿Había notado un cierto nerviosismo en el párroco o eran simples impresiones suyas? La verdad es que, ahora que lo pensaba, tanto Don Segis como Don Emilio, desde la llegada del Sr. Dávila, no eran los mismos. Se preguntaba a qué era debido. Mientras daba rienda suelta a sus pensamientos acabó de dejar listo el negocio para abrir al día siguiente, apagó las luces, conectó la alarma, cerró bien todas las ventanas, la puerta y se marchó a su casa con la promesa consigo misma de comentar con su padre en cuanto tuviera ocasión lo que la rondaba.
Y, sin darse cuenta, las horas pasaron y como un suspiro llegó el momento de abrir de nuevo las puertas del negocio. Era jueves, con lo que su padre se pasaría por allí como todas las semanas. A ver si tenía fortuna y tenía la ocasión de hablar con él.
Braulio se despertó alrededor de las siete aunque no puso los pies en el suelo hasta tres cuartos de hora después. Se aseó rápidamente, se vistió y bajó al bar de la posada a desayunar. Tuvo que esperar un rato pero como no tenía ninguna prisa no le importó. Aprovechó para leer el periódico local y ponerse al día.