El infierno de las colas en Venezuela: Trescientos cincuenta y dos

Publicado el 06 febrero 2015 por Yusnaby Pérez @yusnaby

Dicen que ojos que no ven corazón que no siente, y probablemente eso es lo que pasa en el mundo cuando los venezolanos contamos lo que padecemos. Cuando decimos lo que ocurre en el país parece que contáramos una historia de terror o de ciencia ficción. Nos miran raro, a veces hasta con incredulidad. Piensan que somos presa de los sentimientos y por eso exageramos. La gente no entiende, y es normal, cada vez es más difícil explicar cómo un país tan rico está hundido en la más profunda de las desgracias.

Conseguir que nos crean que un kilo de pollo cuesta al cambio unos 60€, y sobre todo, hacer entender el sistema cambiario venezolano es más complicado que resolver problemas de trigonometría cuando en plena adolescencia las hormonas monopolizan el cerebro. Y si a eso le sumamos el alto nivel de represión a los medios de comunicación que aún no han sido cerrados ni comprados por el régimen chavista-madurista donde cualquier ciudadano puede ser encarcelado por el simple hecho de fotografiar una de las humillantes colas para comprar comida, mientras que los afectos al régimen se autocensuran mostrando un mundo bonito y multicolor como si Venezuela fuera el escenario de un cuento de hadas, la cuestión se convierte en misión imposible.

Las fotos que circulan por la red requieren ser revisadas una y otra vez para poder asegurarnos de su autenticidad, y si no hay forma de comprobarlas o no vienen de una fuente de confianza, es mejor no difundirlas.

Este miércoles aprovechando la ausencia de sus hijos y en compañía de una amiga, mi mamá se fue a hacer eso que mis hermanos –y yo cuando estoy– intentamos evitarle a toda costa (hacer una cola de muchas horas para comprar comida). En mi familia creemos que la mejor forma de compensar a nuestros viejos el habernos cuidado hasta convertirnos en personas de bien, es ahorrarles cualquier tipo de penurias. Sin embargo, en esa misma familia manda una señora que no está acostumbrada a quedarse de brazos cruzados y mucho menos a obedecer a sus hijos. Bueno ¿cuál madre lo hace?  ¿Quién puede decirle a una sexagenaria que no haga cola para ver si encuentra leche para sus nietos?

Después de más de 5 horas bajo el ardiente sol del Caribe, con el número 352 en el brazo como si se tratara de ganado en venta o de una esclava del siglo XXIII, mi madre pudo entrar al supermercado. Consiguió hacer varias fotos de la cola y de la abominable marca de tinta que recuerda tragedias antes ajenas a nuestra tierra. El local daba vergüenza, distaba mucho de esos en los que ella tantas veces hizo la compra para nosotros y donde los anaqueles repletos de productos de diferentes marcas salían de la industria nacional. Distaba mucho de esos que le hacen saltar las lágrimas cuando está fuera del país, lágrimas llenas de la misma amargura e impotencia que sentí al ver esos tres números. Mi mamá no se merece esto, ningún ser humano se lo merece.

Es lamentable, pero la buena suerte de un venezolano ahora se mide por el éxito de no sufrir un desmayo en una cola, no ser aplastado en una avalancha de gente desesperada por pollo, ni tiroteado por llevar una bolsa con pañales o harina de maíz. De modo que cuando por fin llegó a casa sintiéndose indignada por padecer el resultado de los dieciséis años más corruptos que haya conocido, y al mismo tiempo afortunada porque tuvo “la suerte” de volver sana, salva y con artículos que en plena escasez se hallan cada vez con más dificultad, publiqué la foto del número de la vergüenza: 352.

352 son las bofetadas que como mínimo se merece cada uno de los ladrones que han arruinado este país, 352 son dos números más que el artículo de la Constitución que desde hace mucho tiempo TODOS los venezolanos deberíamos aplicar a una cuerda de sinvergüenzas que se han permitido el lujo de autorizar el uso de armas de fuego contra quienes protestamos, no les lamemos las botas ni estamos dispuestos a aplaudir como focas. 352 son los días que hasta ayer (05 de febrero de 2015) llevaba preso Leopoldo López. 352 son los millones de maldiciones que han caído sobre el régimen que espera resolver la escasez con el maná que según ellos Dios proveerá. 352 las carcajadas que dejó alrededor del mundo el presidente que recurre a la limosna internacional porque las ganancias de quince años de la mayor renta petrolera de nuestra historia no han sido suficiente para cubrir tanta codicia, despilfarro y corrupción. 352 son los años de cárcel que espero le caigan a todos los responsables del régimen que ha inundado de miseria y sangre nuestras calles. 352 son menos de la mitad de los contenedores de alimentos podridos que se encontraron sólo en los almacenes de PDVAL en Tinaquillo el 2 de junio de 2010. 352 es el número que no representa ni la milésima parte de las toneladas de comida que se han perdido ni de los millardos de dólares que se han regalado. 352 son los cadáveres que superan las tres cuartas partes de los ingresados este enero a la morgue de Bello Monte.

En fin, 352 para estos mezquinos es un número más en una cola más de un supermercado más en una ciudad más de este gran país destrozado que no les importa para otra cosa que seguir exprimiendo el poco jugo que le queda. Un número que refleja la realidad que por más cadenas, por más represión, por más amenazas que nos hagan, no pueden ocultar. Porque el sol no se puede tapar con un dedo, y aunque Venezuela esté viviendo sus horas más oscuras, el amanecer está por llegar.

Una vez más, gracias mamá.

Publica: Yedzenia Gaínza @yedzenia