Retrato de Giacomo Leopardi, obra de A. Ferrazzi
Si bien en esencia me parece cierta la afirmación de Baricco, en su ensayo "Los bárbaros", de que el romanticismo es el arte propio de la burguesía emergente a finales del siglo XVIII y en el XIX, mientras que el neoclasicismo sería el de la caediza aristocracia, no faltan excepciones e hibridaciones. Así, por ejemplo, Jacques Louis David (1748-1825) es un pintor neoclásico que puso su arte al servicio de la revolución burguesa. Byron (1788-1824) es un noble británico, orgulloso "lord", que hace un arte netamente romántico y que incluso se enrola en la ola revolucionaria. Leopardi (1798-1837), por su parte, es hijo de un conde italiano pero se despega de sus iniciales escritos inspirados en su formación en los clásicos griegos y latinos para escribir poemas de clara sensibilidad romántica. Uno de los más perfectos, según Antonio Colinas, estudioso de la obra leopardiana, es "L'infinito" (1815), del que ofrezco aquí una traducción de mi cosecha:
EL INFINITO
Siempre caro me fue este monte yermo,
y este parterre, que tanto horizonte
lejano a mi contemplación esconde.
Pero sentado, contemplando, pienso
en qué espacios más allá de él habrá,
infinitos y silentes, en honda
paz, tanta que casi el corazón llora.
Y como el viento en la espesura calla
comparo ese imaginado silencio
con esta su voz, y pienso en lo eterno,
y en el tiempo que fue, y en este tiempo,
y en su música pienso. Así, caído
en la inmensidad se anega el pensar,
y naufragar me es dulce en este mar.