El inglés como lengua fetiche

Por Zogoibi @pabloacalvino

Es Polonia. Entro a la ubicua libería Empik para comprar un simple cuaderno y encuentro que, salvo los dirigos al público infantil, el 95% de la oferta restante lleva en la tapa, acompañando a la ilustración o el patrón cromático de rigor, alguna palabra o expresión en inglés; sin que esto signifique que el otro 5% lo haga en polaco, sino que no lleva texto alguno. Me es imposible encontrar, en todo el gran expositor de cuadernos, una tapa identificable como inequívocamente polaca; y no puedo evitar preguntarme: ¿qué problema tienen en este país con su propio idioma? Y no me refiero a una simple proliferación de la preferencia por el inglés; ni siquiera de su preponderancia, sino de su absoluto predominio en detrimento del polaco, al que arrincona y sofoca hasta su total destierro (salvo, insisto, en la oferta para niños).

Si estuviésemos en España (donde, aunque quizá en menor grado, supongo que también se dará este fenómeno) no tardaría en asociar la respuesta a esa pregunta con la leyenda negra. Pero no existe una leyenda negra polaca y se trata, además, de un pueblo en general muy patriota. ¿Por qué, pues, esa fascinación por el inglés?

Por supuesto, es demasiado fácil evitar una explicación -probablemente compleja- de la causa última de tal hecho desviando la atención hacia otra cuestión aparentemente previa que, no por ello, resulta menos interesante: ¿estamos ante una espontánea preferencia popular que el mercado editorial se limita a satisfacer, o ante una preferencia editorial que la clientela se limita a comprar a falta cosa mejor? En lo que a esta cuestión concierne, yo supongo que, de algún modo, ambas causas son simultáneas y se retroalimentan mutuamente, aunque desde luego siempre cabe preguntarse qué vino antes, si el huevo o la gallina, si la demanda o la oferta; pero entonces entraríamos en una interminable discusión bizantina de casi imposible resolución y nuestro enemigo, la ignorancia, se habría abierto camino al conseguir que olvidásemos la cuestión esencial: sea por los compradores de los cuadernos, por las editoriales que los imprimen, o por ambos, al fin y al cabo todos ellos son polacos, así que el problema por el que aquí me pregunto permanece inalterado: ¿qué hay de tan malo en su lengua que ni un sólo cuaderno a la venta la usa para frase de portada?

Bueno: para ser honestos, tengo que decir que este caso no se limita a Polonia, sino que también ocurre en otros países, como en Japón, donde me pasó casi la misma cosa, aunque allí conseguí finalmente encontrar lo que buscaba (y trabajo me costó). Pero, tanto en un lugar como en otro, quiero pensar que la causa será bastante similar. Y mientras nadie me sugiera una mejor, aquí ofrezco la mía; si bien, antes de exponerla, conviene desechar con carácter preventivo esa posible explicación, atractiva por lo sencilla, pero insatisfactoria, que alguien podría aportar: “es que hoy día el inglés es un estándar de facto, el idioma más útil y práctico del mundo”. Por supuesto que lo es; pero aquí no se dilucida qué lengua aprender en el instituto, sino por qué al pueblo polaco -o al japonés- le resulta más sexy -por así decirlo- un cuaderno con una frase tonta en el idioma de Shakespeare que en el suyo propio o -puestos a ser exóticos- en cualquier otro, como por ejemplo el español (lo sugiero no por ser el mío, sino porque podría ser equiparable a aquél en utilidad).

Pues lo que yo creo es que el mundo wasp (white anglo-saxon protestant, protestante blanco anglosajón) lleva tantísimas décadas deslizándonos por todos los medios, de manera subliminar pero incesante y por supuesto deliberada, el mensaje de la supremacía universal inglesa y norteamericana, que muchas sociedades han acabado por asumirla como cierta y, consecuentemente, por hacer del inglés un idioma fetiche. En el fondo, quizá subyazcan aquí unas causas no muy distintas a las de la leyenda negra: puede que la meticulosa y secular labor de propaganda del protestantismo europeo haya hecho sinergia con la -desde luego innegable- superioridad militar, tecnológica y económica del eje Londres-Washington para acabar convenciendo a muchas naciones, a muchos pueblos, de su propia inferioridad cultural y de que, por consiguiente, nada es cool si no viene acompañado de algún lema escrito en inglés, la lengua de los ganadores. Es decir: puro complejo provinciano, señores míos. Y he aquí, dicho sea al margen y para concluir, otra razón más para envidiar a los galos: en Francia no encontraremos nada de esto.