Ni siquiera parecen darse cuenta los políticos de que el único pegamento real de las naciones es la voluntad ciudadana de caminar juntos por la historia, compartiendo ilusiones y metas, una condición natural de las naciones que en España parece que no existe y que ha sido sustituida por decepción, frustración y descontento. En España, cada día son más los que en lugar de caminar juntos quieren separarse y huir.
Para ocultar la verdad de que ellos han construido un país lleno de problemas que provoca el rechazo a muchos, nos hablan de mentiras y verdades a medias sobre deslealtad, odio, maldad, corrupción y otras razones que depositan toda la culpa en los rebeldes, pero ocultan que la clase política española ha sido y es incapaz de generar cohesión, justicia, decencia y felicidad suficiente para que sus ciudadanos se sientan satisfechos e ilusionados por pertenecer a una gran nación.
Por supuesto que existe la deslealtad de los catalanes, el odio sembrado y la corrupción que ha podrido sus instituciones y partidos nacionalistas, pero también existe la incompetencia de los políticos españoles, su deslealtad al negociar con el nacionalismo privilegios e impunidades, sus violaciones de la Constitución al construir una España donde nacer o residir en unas regiones da mejores derechos, servicios y ventajas.
Ante la realidad, que muchos quieran escapar de un país como España, mal gobernado y convertido en una cloaca corrupta e injusta por sus políticos puede ser explicable.
A pesar de las evidencias que les acusan y señalan como los grandes culpables, los políticos, los grandes culpables del drama español, se sienten blindados y permanecen indiferentes y llenos de arrogancia ante el fracaso que significa que aparezcan en las encuestas señalados como el gran problema del país, después de dos dramas nacionales como el desempleo y la crisis económica, que también son consecuencia de su pésima gestión.
Millones de españoles razonan ya con sabiduría y entienden que mientras las empresas expulsan a los que fracasan, en la política española se premia con privilegios, brillo social y dinero abundante a los zánganos inútiles que se equivocan y fracasan.
Ellos no sólo no piden perdón ni rectifican, sino que son descarados y se comportan como sátrapas, provocando sorpresa y vergüenza en muchos ciudadanos y en países democráticos de Occidente.
La clave para solucionar la insatisfacción general, el drama independentista catalán y el que se avecina de vascos, navarros y quizás de otros pueblos de España, es la regeneración, una palabra que parece prohibida en la clase política española, que ha aprendido a sentirse a gusto y prosperar en la pocilga nacional.
Aunque los políticos se empeñen en ignorarlo, no hay otra salida para España que regenerarse, lo que significa encontrar el camino para recuperar ilusiones y metas comunes bajo la dirección de servidores públicos honrados y con sentido del honor y la decencia, no como ahora, bajo la batuta de partidos corrompidos y de mediocres podridos e incapaces.
Pero, sorprendentemente, ningún partido político habla en España claramente de regeneración, ni de la necesidad de resetear un sistema que está lleno de virus y al que ya no le funciona el alma.
La losa negativa que los políticos han colocado sobre España es agobiante y aplasta a millones de ciudadanos: deuda pública que hipoteca a varias generaciones, pensiones de jubilación en peligro, despilfarro, corrupción que infecta a los partidos y alcanza las instituciones del Estado, un sistema autonómico fracasado, fuente de disgregación, abuso y corrupción, democracia prostituida, Justicia politizada, un Estado gigantesco con más políticos a sueldo que Francia, Alemania e Inglaterra juntas, lleno de inútiles cobrando del erario, etc., etc..
Nadie habla de una verdad tan sólida como hiriente: no hay en toda Europa políticos tan rechazados por su pueblo como los españoles, con el agravante de que ese rechazo está creciendo y pronto podrá convertirse en odio.
Francisco Rubiales