Antes de tener a mi primer hijo, acudí a las clases de preparación al parto. No me perdí ninguna de las sesiones, incluidas las que explicaban pormenorizadamente todas las fases del expulsivo, pujos… No me sirvieron de nada. Mis dos partos desembocaron en cesáreas. Lo mismo podría decirse de la ingente cantidad de información que llevo devorando sobre asuntos de maternidad y crianza antes y desde que soy madre. Y, de nuevo, la mayoría de lo que he leído tampoco me ha servido de mucho (con valiosas excepciones, claro). Al final, a solas con tu peque, lo que de verdad funciona, lo que de verdad me ha guiado es mi instinto.
Lo cual, si lo pensáis, no deja de ser un alivio para quienes estéis a punto de ser padres. Entre tantos miedos, abrigad pensamientos de esperanza y confianza porque vosotros sabréis mejor que nadie qué tecla tocar para entender, aliviar y contentar a vuestros hijos.
Por lo que a mí respecta comparto hoy unos cuantos momentos clave de mis aún pocos años como madre en los que ningún manual, pediatra, revista o foro ha podido superar a mi propio instinto:
- Esas caricias especiales cerca de la orejita para que el enano concilie el sueño.
Dormirlo… nada funciona mejor que aplicar tu instinto
- Saber con exactitud en qué momento está preparado el peque para mordisquear su primera galleta.
- Distinguir el llanto de mimitos del de molestia o dolor.
- Saber consolarle por sus heridas de guerra, celos, frustraciones, temores y pequeños fracasos
- Esos códigos íntimos que ayudan a convencerle de que tiene que comer, de que es hora de tomar su baño, de que se acabó la tele y hay que irse a la cama o a la guarde…
- Discriminar con absoluta precisión los ruidos nocturnos que no son relevantes y permiten continuar con el sueño de aquéllos que sí lo son y nos hacen levantarnos como resortes, ir rápidamente a la habitación de los enanos y comprobar que todo está en orden.
Sí, a todo eso lo llamo yo instinto y nace en el mismo momento que lo hace nuestro pequeño gran gugú.