No se me ocurre una película más pertinente y necesaria, ahora mismo, que El insulto. La representante libanesa en los Oscar, parte de un incidente mínimo entre dos hombres y de forma sorprendente se convierte en una radiografía de un país. Los protagonistas son Tony Hanna -Adel Karam- y Yasser Abdallah Salameh -Kamel El Basha ganó la Copa Volpi al mejor actor en el pasado Festival de Venecia-. Un simple insulto entre ellos es el detonante de un enfrentamiento cuya repercusión va escalando desde la ofensa personal hasta convertirse en un evento mediático que obliga a los políticos del país a pronunciarse al respecto. Tony es del partido libanés cristiano, Yasser es palestino. Ambos hombres viven en un país multicultural, pero dividido entre árabes y cristianos, claramente enfrentados. El film, que comienza siendo costumbrista, según el alcance del conflicto va creciendo, acaba convirtiéndose en una película de juicios. Los abogados de la acusación y de la defensa -grandes personajes también, por derecho propio- apoyan sus argumentos desenterrando el pasado de sus clientes, lo que equivale en términos de guión cinematográfico a profundizar en los protagonistas, apartándolos de la caricatura, explicando sus motivaciones y convirtiéndolos en símbolos de sus respectivos pueblos y de sus dramas. En este sentido, El insulto tiene cierta tendencia pedagógica, sí, pero también la inocencia del buen cine clásico. Las decisiones argumentales son todas acertadas y apasionantes: pronto nos sentimos atrapados por la historia. El alcance de la película es global, porque acaba representando el mundo actual. Con sus personajes y situaciones se puede identificar todo aquel que viva en un país dividido, en el que haya grupos enfrentados por su raza, religión o ideología política. Esta sorprendente película escrita y dirigida por Ziad Doueiri -ayudante de dirección de Tarantino hasta su debut con West Beirut (1998)- nos da una clara lección de quiénes somos. Nos habla del odio, de la venganza, de la memoria histórica y sobre todo del perdón. Y nos dice que, en el fondo, todos somos más o menos iguales, todos tenemos algo en común, que debería unirnos. No dejéis de verla, porque es como mirarse en un espejo.
No se me ocurre una película más pertinente y necesaria, ahora mismo, que El insulto. La representante libanesa en los Oscar, parte de un incidente mínimo entre dos hombres y de forma sorprendente se convierte en una radiografía de un país. Los protagonistas son Tony Hanna -Adel Karam- y Yasser Abdallah Salameh -Kamel El Basha ganó la Copa Volpi al mejor actor en el pasado Festival de Venecia-. Un simple insulto entre ellos es el detonante de un enfrentamiento cuya repercusión va escalando desde la ofensa personal hasta convertirse en un evento mediático que obliga a los políticos del país a pronunciarse al respecto. Tony es del partido libanés cristiano, Yasser es palestino. Ambos hombres viven en un país multicultural, pero dividido entre árabes y cristianos, claramente enfrentados. El film, que comienza siendo costumbrista, según el alcance del conflicto va creciendo, acaba convirtiéndose en una película de juicios. Los abogados de la acusación y de la defensa -grandes personajes también, por derecho propio- apoyan sus argumentos desenterrando el pasado de sus clientes, lo que equivale en términos de guión cinematográfico a profundizar en los protagonistas, apartándolos de la caricatura, explicando sus motivaciones y convirtiéndolos en símbolos de sus respectivos pueblos y de sus dramas. En este sentido, El insulto tiene cierta tendencia pedagógica, sí, pero también la inocencia del buen cine clásico. Las decisiones argumentales son todas acertadas y apasionantes: pronto nos sentimos atrapados por la historia. El alcance de la película es global, porque acaba representando el mundo actual. Con sus personajes y situaciones se puede identificar todo aquel que viva en un país dividido, en el que haya grupos enfrentados por su raza, religión o ideología política. Esta sorprendente película escrita y dirigida por Ziad Doueiri -ayudante de dirección de Tarantino hasta su debut con West Beirut (1998)- nos da una clara lección de quiénes somos. Nos habla del odio, de la venganza, de la memoria histórica y sobre todo del perdón. Y nos dice que, en el fondo, todos somos más o menos iguales, todos tenemos algo en común, que debería unirnos. No dejéis de verla, porque es como mirarse en un espejo.