Otra de las aportaciones de Wells (que no Welles) es la invención de la máquina del tiempo en su novela homónima de 1895. En ella narra las pericias de un viajero en el tiempo aunque no se detiene mucho a profundizar en las paradojas temporales en las que luego se han detenido otros autores.
Tampoco se detiene a hacer una descripción muy detallada ni científica del artilugio, como sí solía hacer Julio Verne, al que describe muy someramente, en un claro intento de dejar al lector el trabajo de visualización mental.
“…debe su nombre a tres voces griegas: aná que significa “hacia atrás”, cronos “el tiempo” y petes “el que vuela”, justificando de este modo su misión de volar hacia atrás en el tiempo;
porque en efecto, merced a él, puede uno desayunarse a las siete en París, en el siglo XIX; almorzar a las doce en Rusia con Pedro el Grande; comer a las cinco en Madrid con Miguel de Cervantes Saavedra -si tiene con qué aquel día- y, haciendo noche en el camino, desembarcar con Colón al amanecer en las playas de la virgen América.”
Iba a extenderme en la semblanza de Don Enrique Gaspar y en la obra, pero este trabajo ya lo hicieron hace unos años en "Enrique Gaspar y la primera máquina del tiempo", en "El anacronópete, la primera máquina del tiempo", en "Para máquina del tiempo, la de don Enrique Gaspar", y en "HG Wells or Enrique Gaspar: Whose time machine was first?", así que no nos extenderemos más.
Sirva esta entrada para dejaros la obra digitalizada íntegramente para su consulta y lectura: el Anacronópete.