Revista Historia

El invisible y superviviente mojón histórico de la calle Enric Prat de la Riba

Por Ireneu @ireneuc

Que no hay nada más desconocido que aquello que estamos hartos de ver, es una de aquellas verdades que no podemos negar porque nos pasa a todo el mundo. Esa ceguera que desaparece tan pronto cambia algo y que nos impulsa a decir "¡Anda!¿Pero esto estaba aquí?" ocurre mucho con elementos patrimoniales de todo tipo que, de tanto verlos durante tanto tiempo, al final se vuelven invisibles a nuestros ya de por sí miopes ojos. Y un ejemplo de este tipo de " ceguera cotidiana" los hospitalenses lo tenemos en plena calle Enric Prat de la Riba -una de las más transitadas de la ciudad- en forma de un pequeño hito kilómetrico que, como un documental de La 2, todo el mundo mira pero nadie ve. ¿Conoce la historia de ese pequeño trozo de piedra gris? Pues sepa que ahí donde lo ve, sucio y asqueroso, ante sus ojos tiene un testimonio histórico de cuando L'Hospitalet era un pueblo de menos de 3.000 habitantes. Ahí es nada.

¿Se puede tener un patrimonio de casi dos siglos en medio de la acera, descuidado, pintarrajeado y meado por todos los perros que pasan? Como diría aquel...¡sí! ¡se puede!... más que nada porque, de hecho, este lo está. Y aunque por estos lares estemos más acostumbrados de lo que nos gustaría a este tipo de " desplantes" de la administración local para con nuestra historia, a los que nos gusta el patrimonio cultural no deja de revolvernos las tripas cada vez que vemos estas cosas. Sea como sea, este hito o mojón kilométrico es un auténtico relicto que se ha mantenido en su sitio soportando todas las barbaridades urbanísticas que esta parte de la ciudad ha tenido que padecer durante el siglo XX.

De un tamaño de 30x20x50 cm, este hito tallado en piedra de color marrón indescriptible (por la mierda que tiene encima, más que nada) en el que se puede leer la inscripción " K.2.", se halla en la acera de impares de Enric Prat de la Riba, en la misma esquina de su confluencia con la calle Segovia. Situado entre una parada de bus y una papelera, su única protección consiste en estar bajo una valla callejera. Valla que, seamos francos, más que para protegerlo, está puesta para proteger a los numerosos viandantes de dejarse los dedos de los pies clavados en su larga historia.

Para empezar, la populosa vía en la que está instalado este mojón es, ni más ni menos, que un tramo actualizado de la antiquísima Vía Augusta de los romanos ( ver El silo ibérico de La Torrassa, el ignorado socavón de 2500 años de historia). Vía que unía los Pirineos con Cádiz y que, en saliendo de Barcelona, a la altura de la actual Plaza España, se bifurcaba en la que hoy son la Carretera de Sants (tramo de interior) y la Carretera de la Bordeta (tramo costero). Este último, a día de hoy, resigue el trazado de la Carretera de Santa Eulàlia (hoy, calle), Enric Prat de la Riba y la Calle Mayor, ya saliendo a Cornellá, donde se dirige hacia Sant Joan Despí y encontrándose en Sant Feliu de Llobregat con el ramal de Sants. Un recorrido milenario que gracias a su uso continuado en el tiempo ha llegado hasta a nosotros. No obstante, y como podemos pensar, el tiempo ha hecho que esta práctica vía de comunicación se haya adaptado constantemente a las nuevas necesidades de transporte.

Durante el conflictivo siglo XIX las comunicaciones de Barcelona con el resto del territorio eran muy precarias, por lo que se procedió a mejorar caminos que, si bien existían desde hacía muchos años, eran poco más que caminos de carros. Una de estas carreteras a mejorar fue la que llevaba desde Barcelona a Tarragona por el litoral, sobre todo acondicionando el tortuoso camino de cabras que comunicaba Castelldefels con Sitges por el Garraf.

Así las cosas, en 1846, en pleno reinado de Isabel II ( ver El rey de España llamado Paquita) se creó la denominada Carretera de Barcelona a Santa Creu de Calafell -conocida también como "Carretera Provincial"- que aprovechaba la antigua Vía Augusta hasta Cornellá para, de ahí, pasar a Sant Boi cruzando el río (en aquel momento en barca) y empalmar con el camino que comunicaba Sant Boi con Viladecans, Gavá y Castelldefels (la actual C-245). Para ello, por orden del Ministerio de Fomento de la época, se repararon y acondicionaron los diversos tramos involucrados y uno de los equipamientos que incluía la nueva carretera eran los hitos con los puntos kilométricos. De esta forma, y empezando a contar desde el límite entre Hospitalet y Barcelona en la Riera Blanca, a cada kilómetro se instalaba un mojón de piedra con la distancia recorrida grabada a golpe de cincel. Señal que, correspondiente al kilómetro 2, sería la que nos ha sobrevivido hasta hoy .

La carretera a Santa Creu de Calafell que, en el tramo de Hospitalet y Cornellà estaba en plena construcción a finales de junio de 1846, no vería su pleno desarrollo hasta muchos años después, debido a la inestabilidad política y presupuestaria del momento. Como ejemplo valga que no fue hasta 1864 en que se construyó un puente de madera para atravesar el Llobregat (que el río se llevó hasta 3 veces en 4 años), que en 1878 se llegó a Castelldefels y no fue hasta 1881 que se construyó la carretera que hoy conocemos como " las costas de Garraf" ( ver El dulce mar de La Falconera) y que concluiría, finalmente, el proyecto de dicha vía de comunicación. Por su parte, el tramo de nuestro denostado hito, se mantuvo como la principal salida y entrada a Barcelona por el sur hasta la construcción en 1950 de la autovía de Castelldefels y su enlace con la Gran Vía. Convirtiéndose a partir de este momento, y por arte y gracia del desbocado crecimiento urbanístico de L'Hospitalet, en una carretera urbana más.

Actualmente, de los hitos que había instalados en L'Hospitalet, solo queda este (el del kilómetro 1, situado cerca de la Ermita de Santa Eulàlia de Provençana, desapareció hace unos años), siendo posiblemente el último mojón original que queda en todo el trazado de la carretera de Barcelona a Santa Creu de Calafell. Las continuas y profundas modificaciones del entorno de aquella primigenia carretera han acabado con todas las señales, pero ésta, pese a las obras, los orines de los perros, el vandalismo, su utilización como señal del Camino de Santiago, la indiferencia de los transeúntes y -lo que es peor- del ayuntamiento, se ha convertido en un auténtico superviviente.

Un superviviente de un tiempo pasado que, pese a todo, forma parte de una historia que nos pertenece y se resiste a morir.


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