Una sencilla frase, inocente en apariencia, que esconde un mensaje oculto lleno de trapos sucios, violencia y sangre. La metáfora que Martin Scorsese pone sobre la mesa en el mismo inicio de El Irlandés (The Irishman), sacada directamente del libro I heard you paint houses del fiscal Charles Brandt, es de una simpleza y brillantez absoluta, y supone la primera y contundente declaración de intenciones de que el director ha vuelto a hacerlo. ¿Una nueva obra maestra? Por supuesto.
El Irlandés se abona a los mismos parámetros con los que Scorsese reinventó el cine de mafiosos. Desde las fundacionales Malas calles o Uno de los nuestros hasta Casino o Gangs of New York, el director neoyorquino recoge toda la esencia del género para volver a contarnos la misma historia. Y de la misma magistral manera. En esta ocasión, Scorsese se centra en la convulsa época de los Kennedy, de Bahía Cochinos, de la crisis de Cuba y los sindicatos de Jimmy Hoffa, para realizar una precisa y preciosa disección de la sociedad americana. El narrador es Frank Sheeran, un transportista que poco a poco va ascendiendo dentro de la organización criminal cuya cara visible es Russ Bufalino.
Empezamos con un Sheeran viejo y recluido en una residencia de ancianos, en lo que parece un metachiste irónico de Scorsese sobre su propia edad y la de los actores involucrados en la película. A raíz de ahí, la narración va alternando entre pasado y presente, configurando una historia que es mucho más que el periplo criminal de los personajes, convirtiéndose en toda una radiografía de una época y un país. El director es todo un experto a la hora de conformar relatos de muchas capas, y aquí vuelve a bordar una estructura de diferentes facetas e interpretaciones. Por supuesto, la película toma partido por una visión determinada de esa historia reciente, aunque corresponde al espectador buscar entre los pequeños huecos que se nos proporcionan para completar un dibujo mucho más truculento que el ofrecido por las versiones oficiales.
Uno no puede más que asombrarse ante la capacidad de la película para hipnotizar, disparando una a una pequeñas subtramas que quedan al servicio de un ritmo sublime. El ritmo es, en apariencia, menor que el de otras producciones de Scorsese. Sin embargo, la delicadeza con que se suceden las imágenes es lo que nos lleva a error, ya que en realidad se nos ofrece mucha información condensada, con lo que el ritmo real es frenético aunque no lo parezca. La planificación es milimétrica, y el control de todos los aspectos es patente desde los primeros minutos. No hay muchos directores que puedan obrar la magia de hacer que 3 horas y media de metraje se hagan cortas. Pero Scorsese lo consigue sin esfuerzo.
Técnicamente, El Irlandés es fantástica, y no solo por su estructuración narrativa. La dirección artística está a la altura de cualquier superproducción, haciéndonos viajar al pasado con total naturalidad. La caracterización de personajes puede llegar a chirriar en algún momento determinado, pero en general la técnica digital de rejuvenecimiento cumple con creces, llegando a ser casi indistinguible de la realidad en algunas ocasiones.
La banda sonora, llena de temas de rythm and blues y rock and roll, no solo tiene una función ornamental, sino que sirve para trasladarnos de lleno a la época en la que se ambienta la película. Pero Scorsese le da la vuelta al recurso musical para eliminar cualquier tipo de acompañamiento musical en las secuencias más tensas. El efecto es tremendo, y proporciona una crudeza potentísima a esas escenas.
Las dudas que a priori podía ofrecer El Irlandés venían por el lado del reparto. Apostar por un trío de actores casi octogenarios, por muy legendarios que sean, era un riesgo para una película de estas características. Robert De Niro sigue muy activo en los últimos tiempos (solo hay que remitirse a su excelente labor en la reciente Joker, pero Al Pacino no se prodigaba mucho últimamente, y Joe Pesci estaba directamente desaparecido. Sin embargo, la unión del director con estos nombres no podía salir mal, y los tres ofrecen un verdadero recital interpretativo y reivindicativo, demostrando su inmenso talento y su indiscutible poder magnético en la pantalla. Créanme, los tres merecen todos los premios por este trabajo. Además de ellos, un buen plantel de rostros conocidos asoma por la película para enriquecerla, en un desfile que cuenta con Harvey Keitel, Bobby Canavale, Anna Paquin, Ray Romano o Stephen Graham entre otros muchos. Toda una delicia de reparto.
Prefiero no pronunciarme sobre la polémica del estreno directo en Netflix. El Irlandés no solo es una película con todas las letras, sino que supone el regreso por todo lo alto de Scorsese al género que le hizo célebre. Todo en la película se conjuga para ofrecer una de las mejores experiencias cinematográfias del año, por lo que la única conclusión posible es que El Irlandés es de obligado visionado. Absolutamente imprescindible.