El graderío madridista aplaude con las palmas de las manos enrojecidas a un bravo jugador. La estima del aficionado blanco por Felipe Reyes es indudable, forjada como las espadas de la antigüedad.
Desde chiquillo apuntaba maneras, y se le vio una calidad superior a la de su hermano Alfonso, que se mantuvo en la élite del baloncesto español a base de un juego rocoso. Felipe tenía algo más, una sutilidad que hizo a algunos entrenadores y visionarios ver en él a un alero completo alejado de su hábitat natural bajo los aros. En Estudiantes se trabajó durante un tiempo en su lanzamiento exterior sin encontrar respuesta. Igual que su hermano, suplía la falta de centímetros con coraje. Los fundamentos los fue adquiriendo poco a poco. Su penoso tiro desde la línea de personal ha evolucionado al punto de convertirse en una disciplina amable para él, siendo ya completamente fiable desde esa distancia. Lo del triple lo olvidó buena parte de su carrera, aunque ahora se prodigue en algún que otro intento travieso. Sus acciones capitalizan buena parte del fervor del público, y ha ido superando desengaños con ciertos entrenadores que han querido hacer de él una pieza de coleccionista antes de tiempo. Se le echó de menos el pasado Eurobasket. Todavía no se ha enfriado la silla sobre la que reposó la mayor parte de la competición.
Con 35 años está demostrando que su momento no ha pasado, su fortaleza mental hace ganar enteros a un equipo que siempre le necesita, más en el sosiego y caraja que ataca a los grandes equipos de vez en cuando.
Felipe es miembro de la generación de juniors que se encaramó a lo más alto en 1998, aquella que obtuvo en Eurobasket en Varna y un año después liquidó a la selección estadounidense en una final para el recuerdo en Lisboa. Escudero entonces de las estrellas Navarro y López en un combinado en el que todavía no despuntaba Pau Gasol y Calderón apenas gozaba de minutos. Ellos han resistido el peso de su propia proyección.
Ya se habla de renovación inminente cuando hace alguna temporada el viento quiso silbar, inspirado por personalistas gestores de banquillos, una retirada por vejez prematura. A ellos les llega este sopapo estadístico que coloca a Felipe en el mejor nivel de la competición. Como diría el gran Andrés Montes...¡Felipe!