Salí al jardín a recoger unos poemas.
Hallé mangos, nísperos, guayabos en flor.
Había rosas rojas recién abiertas,
Claveles cubiertos de rocío.
No había palabras entre el follaje.
Un gato jugueteaba con la tierra
Abría un hoyo con paciencia y dedicación
Después de defecar,
con la misma precisión, lo tapó.
Ni rastro de un verso.
Una mariposa aleteó con alas de pan de oro
Y una abejorro zumbó cerca de mi oreja
Un colibrí sin dejar de batir sus alas
Sorbió el néctar de una cayena.
Los capachos anaranjados y amarillos
Se mecían con la brisa de la tarde
Hacían una danza con las calas rojas
Y la albahaca perfumaba el aire.
Una falsa coral serpenteaba
entre la piedras del jardín zen
dejando la onda de su huella
en la arena blanca,
dorada por el sol del atardecer.
Por ninguna parte había rastros del poema.
Decepcionado, me senté a escribir.