el jardinero paternalista

Publicado el 18 noviembre 2009 por Bitacorarh

 ¿a quién no le gustan los bonsais?, esa esencia de árbol hecha arte. El pueblo japonés es muy curioso y, entre sus peculiaridades, me llama la atención la capacidad que poseen para hacer de cada pequeña cosa un arte. Su incansable búsqueda en el deleite de todos los sentidos, les lleva a hacer cosas tan bellas como convertir los árboles que tenemos en el bosque, en una miniatura que se puede tener en casa. El bosque en casa.

Pero detrás de este arte hay una afán de control absoluto. Controlar el nivel de crecimiento del árbol, su ritmo y su tiempo. En definitiva, decidir sobre la vida de esta miniatura. La técnica consiste, por resumir mucho las cosas, en actuar sobre la raíz, podándola y trabajando sobre ella para impedir que el árbol crezca. De esta manera, algo libre, único y natural deja de serlo para convertirse en la imagen que el jardinero tiene en su mente. Este jardinero asume la responsabilidad de convertirse en el padre postizo de “la criatura”.

El jardinero asume un rol de líder que se parece mucho al paternalismo que impera en numerosas organizaciones. Un estilo de liderazgo que mucho tiene que ver con su nombre y el rol del jardinero de bonsais. En ambos casos se adopta la responsabilidad que asumiría un padre. Pero hay una diferencia entre la paternalidad biológica y la paternalidad organizativa. En el primer caso, el padre asume como natural el desarrollo de la persona, fomenta su crecimiento y busca lo mejor para su hijo. En el segundo caso, el papel del padre se asemeja peligrosamente al del podador de bonsais. 

Esos padres organizativos, en su buen afán e intención, se encargan de recortar las raíces de sus hijos. La disculpa: evitar que nada malo les pase. 

Para el padre: un acto de amor. Para el hijo: un regalo envenenado. 

Tras una buena intención se esconde uno de los mayores saboteadores del talento. Disculpas baratas que ocultan el miedo.

Líderes paternalistas. Un problema: suelen ser buenas personas, con sólidos valores, pero malos líderes del talento. ¿Qué hacer con ellos?. Me voy de nuevo a la idea de los bonsais. Algo que pertenece a la naturaleza deja de estar en ella para pasar a otro entorno muy lejano al de la libertad que se siente en el bosque. Sin duda, en el salón de casa no llueve, no hace frío, ni calor. Se vive en un entorno estable que no sufre alteraciones. Por contra, en el bosque llueve, hace frío y calor. Esta dureza te lleva a hacerte más fuerte, a querer crecer para poder resistir mejor las envestidas del entorno. Dos modelos, dos resultados: Algo seguro que no cambia ni para bien ni para mal, siempre está igual. O algo que no se sabe cómo va a venir y que me va a obligar a hacerme más fuerte.

El entorno actual más tiene que ver con la inestabilidad del tiempo, que con la apacibilidad del salón de casa. Es por ello que plantearse un modelo u otro es ridículo. El entorno actual castiga al jardinero paternalista porque el medio cambia. Las cosas se mueven muy deprisa y querer ocultar esto a los que están contigo es como cerrarles la ventana para que sólo vean lo que hay en casa. Un miedo atroz a perderlos, que lo único que esconde es una gran falta de seguridad en uno mismo. ¿Quiénes se quedarán? Aquéllos a los que no les pique la curiosidad de mirar por la ventana. Aquéllos a los que el entorno no les interesa, con lo cual, se descartan para ser unos buenos candidatos en un mundo impermanente.

Las empresas deberían plantearse el coste que tiene este tipo de liderazgo. Porque el paternalismo es lo mismo que el inmovilismo, y ¿cuántas empresas que se hayan estancado conoces que sigan viviendo?.