"Me encontraba aún en Ámsterdam cuando soñé con mi madre por primera vez en mucho tiempo. Llevaba más de una semana encerrado en el hotel, temeroso de telefonear a alguien o de salir de la habitación, y el corazón se me desbocaba al oír hasta el ruido más inocente: el timbre del ascensor, el traqueteo del carrito del minibar, incluso las campanas de las iglesias dando las horas, de Westertoren, Krijberg, una nota sombría en el tañido, una sensación de fatalidad propia de un cuento de hadas."
Si hubo un libro sonado durante meses el año pasado, y leído, y vendido y alabado, fue este. Pero el tiempo pasa y pese a su Pulitzer parece que ha quedado prácticamente olvidado en la lista de mejores lecturas del año (aunque yo no suelo fiarme demasiado de esas listas). Hoy toca recordarlo por eso, traigo a mi estantería virtual, El jilguero.
Conocemos a Theodore Decker, un adulto que recuerda su vida comenzando por un suceso que la cambiaría cuando contaba con 13 años. Theo tenía esa edad cuando, habiendo sufrido ya el abandono de su padre, entró con su madre en un museo que explotó por los aires. En el atentado fallece su madre y Theo se agarra a la última pintura en la que se detuvieron... literalmente. Pero no sólo eso, sino que también sale con un anillo y apenas unas palabras pronunciadas por un hombre antes de morir. A partir de ese momento, la culpa hace mella en el narrador que ve como su vida cambia cuando acude a la familia de su mejor amigo.
Llegados a este punto podría seguir contando el periplo de Theo con la familia a la que acude, con su padre que decide regresar y llevárselo a Las Vegas y hablar de la amistad que surge allí con un hombre extranjero y que, en mi opinión, marca de forma importante esta extensa novela. Si lo hago, tendré que continuar por ese camino hasta llegar a la habitación de hotel que se menciona al principio de esta entrada sin perder de vista el cuadro. Claro que también puedo seguir la historia del anillo y el hombre que fallece y hablar de Theo acudiendo a la tienda de antigüedades de Hobson y la relación que mantiene con ella a su vuelta a Nueva York, y como influye en su vida de forma determinante.
Esto que exponía en el párrafo anterior sucede en las novelas en las que, por muy extensas que sean, el autor siempre parece deseoso de contar algo. Y así hay robos, incendios, explosiones, abandonos, engaños... que consiguen convertir un libro de 800 páginas en un Best Seller. Algo sorprendente si tenemos en cuenta la cara que solemos poner cuando vemos libros tan extensos en las mesas de novedades. Hace falta dominar muy bien el arte de escribir, para conseguir que una novela tan extensa no sufra baches de ritmo y, por lo tanto, de interés durante su lectura. Tartt lo consigue y la sensación es bastante homogénea durante la lectura, pese a que hacia el final me ha chirriado en algunos momentos. Sin embargo... no me he despegado de la sensación de estar ante un libro al que le sobran páginas: bastantes. Entre la culpa, la acción, la novela de crecimiento y algunos párrafos francamente bonitos, no he podido evitar tener la sensación de estar ante una ecuación literaria para escribir el libro perfecto. Y que esa ecuación podría haberse despejado en, digamos, unas cuantas decenas de páginas. Y ha sido precisamente eso lo que ha empañado la lectura a medida que iba avanzando; incluso pese a estar ante una historia francamente interesante, que lo es. Pero...
Donna Tartt es una mujer cuidadosa. Prueba de ello es que escribe un libro por década, dejando muchas páginas en el camino y generando una tremenda expectación cuando se anuncia un nuevo título. Y sale airosa. Cada vez. En este libro además, nos ha mostrado una pintura que era para muchos desconocida: El jilguero de Carel Fabritius. Un cuadro realizado en 1654 y que tiene, a su vez, su propia historia que también ha llegado a las librerías también de la mano de Lumen. Porque el libro de Tartt no cuenta la historia del cuadro, sino una ficción articulada en torno a él. Al menos aparentemente.
Un libro muy recomendable, pero al que no he alcanzado a ver ese punto de obra maestra que muchos parecen empeñados en colocarle. Siendo sincera, me gustó más El secreto.
Y vosotros, ¿sois de los que os dejáis amedrentar por el número de páginas de un libro?
Gracias