Ante el estreno de la personalísima biopic política spielbergiana Lincoln (2012), resulta obligado revisar el más notable antecedente fílmico-biográfico sobre el décimo-sexto presidente de los Estados Unidos y ese resulta ser, sin duda alguna, El Joven Lincoln (The Young Mr. Lincoln, EU, 1939), dirigido por John Ford sobre un guión -nominado al Oscar- de Lamar Trotti. Lincoln había sido una presencia constante en el cine hollywoodense hasta ese momento: Griffith lo hizo aparecer varias veces en El Nacimiento de una Nación y el Ku-Klux-Klan (1915) y muchos años después dirigió una artrítica biopic llamada solamente Abraham Lincoln (1930) con Walter Huston en el papel del "honesto Abe". El propio Ford usó a Lincoln como personaje secundario en El Caballo de Hierro (1924) y, un año después de la cinta de Ford, John Cromwell dirigió Abe Lincoln in Illinois (1940) que, por lo que he leído, podría verse como una suerte de remake-secuela de la película de Ford. Si revisamos la Internet Movie Database, encontramos más de 300 filmes y/o series televisivas en los que ha aparecido como personaje Abraham Lincoln pero ninguna biopic realmente trascendente hasta la realizada por Spielberg y, 73 años antes, la dirigida por Ford -suspendo el juicio sobre Abe Lincoln in Illinois porque no la he podido ver, pero de todas formas no he encontrado una sola referencia que afirme que la cinta dirigida por Cromwell es superior a El Joven Lincoln, que se había estrenado un año antes. Con todo, hay que subrayar que El Joven Lincoln es una cinta muy diferente a la de Spielberg e incluso a la dirigida por Griffith en esa misma década de los años 30. No se trata de una biopic política más o menos tradicional, sino algo mucho más interesante: la apropiación por parte del ya entonces prestigiado John Ford del Abraham Lincoln juvenil, una construcción dramático-ficticia que, en efecto, guarda similitudes con el Lincoln histórico de esos años -el joven abogado de los años 30 del siglo XIX- pero que, en realidad, es un personaje fordiano hecho y derecho: una suerte de Wyatt Earp (cf. La Pasión de los Fuertes, 1946) de los tribunales. La comparación, creo, va más allá del hecho que el sheriff Wyatt Earp y el joven Abraham Lincoln es interpretado por el mismo actor, Henry Fonda, que a partir del filme de 1939 iniciaría una larga y fructífera colaboración con John Ford, comparable en importancia -aunque no en la cantidad de filmes- con la que tuvo el cineasta con Harry Carey e, incluso, John Wayne. Más allá, insisto, de que estamos ante el mismo actor, la realidad es que el Lincoln de esta película es más o menos el mismo héroe fordiano que hemos visto antes y que veremos después, tanto en la optimista La Pasión de los Fuertes como en la oscura Más Corazón que Odio (1956), por mencionar dos filmes emblemáticos de Ford. El joven abogado Lincoln es un solitario que no encaja en ninguna parte -la última escena de El Joven Lincoln prefigura los desenlaces de La Pasión... y Más Corazón..., con los héroes alejándose hacia el horizonte-, un hombre que se coloca por encima de quienes lo rodean gracias a una autoridad innata que ha logrado imponer -en el caso de El Joven Lincoln- a través de la palabra y el sentido común. Y algo más: a través, también, de su sentido del humor. Rescatando un rasgo de personalidad del Lincoln histórico -que gustaba de hacer chistes de sí mismo y de contar historias de todo tipo-, el joven abogado encarnado por Fonda no se detiene para hacer uno que otro chistorete, bajarse a sí mismo los humos ("Solo soy un picapleitos") y reírse de sus oponentes colocándoles algún apodo ofensivo. Ford retrata a Lincoln como un joven serio y melancólico -aparentemente, así era también el verdadero Lincoln- que es obligado a tomar una decisión vital debido a una desgracia. Si en La Pasión de los Fuertes, Earp se quedaba en Tombstone a poner orden en ese pueblo de nadie, esto se debía al asesinato de su hermano menor en manos de los Clanton. En El Joven Lincoln, el joven leñador Abraham Lincoln es impelido a abandonar New Salem para convertirse en abogado a partir de la muerte de su adorada novia pelirroja Ann Rutledge (Pauline Moore) a quien, dicen algunos historiadores, Lincoln nunca logró olvidar. (Nuevamente las similitudes entre El Joven Lincoln y La Pasión de los Fuertes aparecen con entera claridad incluso en la elección de los encuadres: los dos héroes están frente a la tumba del hermano/de-la-novia y los dos prometen cumplir con ese destino que no pueden ni deben evitar, como buenos héroes fordianos que son). Hay otros elementos típicos de Ford en el filme: el exultante populismo del cineasta, quien extiende una sabrosa pachanga pueblerina durante ocho minutos enteros y, por supuesto, la posición de Ford frente a los engolados, aristócratas, ricachones e hipócritas. Cuando Lincoln interroga al borracho del pueblo Sam (Francis Ford, el sufrido hermano del cineasta) para ver si lo elige como parte del jurado y el borrachín de marras le contesta que sí, es un dipsómano, malhablado, flojo, mentiroso y, además, nunca va a la iglesia, Lincoln le dice, palabras más, palabras menos, que tiene toda la madera para ser una persona decente. Es decir, como siempre, en el cine de Ford ser un descatado y borrachales -y, por ende, ser un rechazado por "lo mejor de la sociedad"- es ganancia. Ford -y su joven Lincoln- se lanzan contra el pomposo fiscal que hace dormir hasta al juez, contra la muchedumbre que a las primeras de cambio quiere linchar a quien se deje, contra la autoridad corrupta que se aprovecha de su poder para abusar... A esas escorias combate este admirable héroe fordiano que, después de cumplir su cometido, camina tranquilamente hacia una tormenta que se avecina... ¿La Casa Blanca? ¿La Guerra Civil?
Ante el estreno de la personalísima biopic política spielbergiana Lincoln (2012), resulta obligado revisar el más notable antecedente fílmico-biográfico sobre el décimo-sexto presidente de los Estados Unidos y ese resulta ser, sin duda alguna, El Joven Lincoln (The Young Mr. Lincoln, EU, 1939), dirigido por John Ford sobre un guión -nominado al Oscar- de Lamar Trotti. Lincoln había sido una presencia constante en el cine hollywoodense hasta ese momento: Griffith lo hizo aparecer varias veces en El Nacimiento de una Nación y el Ku-Klux-Klan (1915) y muchos años después dirigió una artrítica biopic llamada solamente Abraham Lincoln (1930) con Walter Huston en el papel del "honesto Abe". El propio Ford usó a Lincoln como personaje secundario en El Caballo de Hierro (1924) y, un año después de la cinta de Ford, John Cromwell dirigió Abe Lincoln in Illinois (1940) que, por lo que he leído, podría verse como una suerte de remake-secuela de la película de Ford. Si revisamos la Internet Movie Database, encontramos más de 300 filmes y/o series televisivas en los que ha aparecido como personaje Abraham Lincoln pero ninguna biopic realmente trascendente hasta la realizada por Spielberg y, 73 años antes, la dirigida por Ford -suspendo el juicio sobre Abe Lincoln in Illinois porque no la he podido ver, pero de todas formas no he encontrado una sola referencia que afirme que la cinta dirigida por Cromwell es superior a El Joven Lincoln, que se había estrenado un año antes. Con todo, hay que subrayar que El Joven Lincoln es una cinta muy diferente a la de Spielberg e incluso a la dirigida por Griffith en esa misma década de los años 30. No se trata de una biopic política más o menos tradicional, sino algo mucho más interesante: la apropiación por parte del ya entonces prestigiado John Ford del Abraham Lincoln juvenil, una construcción dramático-ficticia que, en efecto, guarda similitudes con el Lincoln histórico de esos años -el joven abogado de los años 30 del siglo XIX- pero que, en realidad, es un personaje fordiano hecho y derecho: una suerte de Wyatt Earp (cf. La Pasión de los Fuertes, 1946) de los tribunales. La comparación, creo, va más allá del hecho que el sheriff Wyatt Earp y el joven Abraham Lincoln es interpretado por el mismo actor, Henry Fonda, que a partir del filme de 1939 iniciaría una larga y fructífera colaboración con John Ford, comparable en importancia -aunque no en la cantidad de filmes- con la que tuvo el cineasta con Harry Carey e, incluso, John Wayne. Más allá, insisto, de que estamos ante el mismo actor, la realidad es que el Lincoln de esta película es más o menos el mismo héroe fordiano que hemos visto antes y que veremos después, tanto en la optimista La Pasión de los Fuertes como en la oscura Más Corazón que Odio (1956), por mencionar dos filmes emblemáticos de Ford. El joven abogado Lincoln es un solitario que no encaja en ninguna parte -la última escena de El Joven Lincoln prefigura los desenlaces de La Pasión... y Más Corazón..., con los héroes alejándose hacia el horizonte-, un hombre que se coloca por encima de quienes lo rodean gracias a una autoridad innata que ha logrado imponer -en el caso de El Joven Lincoln- a través de la palabra y el sentido común. Y algo más: a través, también, de su sentido del humor. Rescatando un rasgo de personalidad del Lincoln histórico -que gustaba de hacer chistes de sí mismo y de contar historias de todo tipo-, el joven abogado encarnado por Fonda no se detiene para hacer uno que otro chistorete, bajarse a sí mismo los humos ("Solo soy un picapleitos") y reírse de sus oponentes colocándoles algún apodo ofensivo. Ford retrata a Lincoln como un joven serio y melancólico -aparentemente, así era también el verdadero Lincoln- que es obligado a tomar una decisión vital debido a una desgracia. Si en La Pasión de los Fuertes, Earp se quedaba en Tombstone a poner orden en ese pueblo de nadie, esto se debía al asesinato de su hermano menor en manos de los Clanton. En El Joven Lincoln, el joven leñador Abraham Lincoln es impelido a abandonar New Salem para convertirse en abogado a partir de la muerte de su adorada novia pelirroja Ann Rutledge (Pauline Moore) a quien, dicen algunos historiadores, Lincoln nunca logró olvidar. (Nuevamente las similitudes entre El Joven Lincoln y La Pasión de los Fuertes aparecen con entera claridad incluso en la elección de los encuadres: los dos héroes están frente a la tumba del hermano/de-la-novia y los dos prometen cumplir con ese destino que no pueden ni deben evitar, como buenos héroes fordianos que son). Hay otros elementos típicos de Ford en el filme: el exultante populismo del cineasta, quien extiende una sabrosa pachanga pueblerina durante ocho minutos enteros y, por supuesto, la posición de Ford frente a los engolados, aristócratas, ricachones e hipócritas. Cuando Lincoln interroga al borracho del pueblo Sam (Francis Ford, el sufrido hermano del cineasta) para ver si lo elige como parte del jurado y el borrachín de marras le contesta que sí, es un dipsómano, malhablado, flojo, mentiroso y, además, nunca va a la iglesia, Lincoln le dice, palabras más, palabras menos, que tiene toda la madera para ser una persona decente. Es decir, como siempre, en el cine de Ford ser un descatado y borrachales -y, por ende, ser un rechazado por "lo mejor de la sociedad"- es ganancia. Ford -y su joven Lincoln- se lanzan contra el pomposo fiscal que hace dormir hasta al juez, contra la muchedumbre que a las primeras de cambio quiere linchar a quien se deje, contra la autoridad corrupta que se aprovecha de su poder para abusar... A esas escorias combate este admirable héroe fordiano que, después de cumplir su cometido, camina tranquilamente hacia una tormenta que se avecina... ¿La Casa Blanca? ¿La Guerra Civil?