Dicen que es de mal nacido aguarle la alegría al prójimo, pero hay casos en los que entran unas ganas... Si no vean el júbilo desinhibido con el que Martin Garitano, Peio Urizar, Ikerne Badiola y Oskar Matute celebraron su éxito electoral el 22M. Y no es para menos; se les apareció la Virgen de los Abertzales ese día. Ni ellos mismos creían posible que obtendrían tantos votos. Lo malo es que el optimismo les dura aún y andan crecidos y sin freno. El hecho de verse a sí mismos -hasta el 22M poco menos que repudiados en la clandestinidad política- sentados en los sillones institucionales, con voz y voto para facer entuertos a gusto, les ha hecho coger confianza e ir aclimatando su discurso independentista y de difusa moralidad a través de gestos y acciones que enciende los truenos a quienes intuimos que estos señores son, cuando menos, pájaros de mal agüero.
Pese a aceptar con la boca chica la renuncia a la lucha armada, Bildu hace gestos de empatía con el discurso de ETA, solidarizándose -por poner un ejemplo- con mayor voluntad con las familias de presos que con las víctimas del terrorismo. Los mismos que antes azuzaban un discurso radical, complaciente con asesinos (políticos), ahora se asientan en las instituciones, confiados en resucitar el mito independentista y la unidad nacional vasca. Para Bildu, el paso a la vida política no es sino un peldaño hacia los mismos objetivos que alentaban el ardor guerrero de ETA antes del cese de la violencia. «Lasai egon (estad tranquilos) -exclaman-. No vamos a abandonaros a vuestra suerte. ETA pervivirá siempre entre nosotros». Bildu es evidentemente una mutación evolutiva de ETA, transmutada en partido político. Su cambio de piel es estratégico, no obedece a una transformación seria y honesta. Su intención no es participar dentro del marco democrático, plural y dialógico, con el fin de fortalecer el bienestar del pueblo vasco, sino horadar el tejido institucional con un discurso virulento y dogmático.
El triunfo de Bildu no es solo electoral. Hasta hoy no ha demostrado estar dispuesto a plegarse a las exigencias del resto de fuerzas no nacionalistas: no condena la violencia, baila al son de ETA, obvia a las víctimas del terrorismo, gesticula su simbología independentista y antiespañolista sin despeinarse. Y todo esto sin riesgo alguno. Al contrario, su poder político dentro de Euskadi crece. Aralar, su familiar moderado, le ve las orejas al lobo, y no le faltan razones. No es extraño que en breve sea absorbido por Bildu. En cuanto al PNV, a día de hoy representa para el electorado nacionalista la vieja guardia del independentismo, mientras contempla el discurso hábil y procaz de estos nuevos cachorros. No sería aventurado pensar un futuro en el que el PNV acabe desplazado a un segundo plano, erigiendo a Bildu en el estandarte del sueño independentista vasco. No hay que olvidar que el propio PNV fue en su día una rama escindida de ETA, que intentó hacer guerra política en vez de matar, pero que siempre que pudo intentó arrimar el voto radical a su caldero.
Es evidente que la preocupación principal del ciudadano -dentro y fuera de Euskadi- es no solo el cese de la violencia, sino también la destrucción políticomilitar de ETA. Para ello, Bildu debería dar muestras fiables de un discurso más moderado y comprometido con el consenso social vasco. La radicalización de su discurso puede funcionarle a corto plazo, pero no es raro que con el tiempo acabe pasándole factura. No se puede defender una visión de una Euskadi monocolor, no solo porque sea peligroso, sino porque va en contra la propia realidad sociopolítica de Euskadi. Si Bildu quiere entrar de lleno en el sistema democrático, debe admitir que solo cabe un futuro posible en Euskadi: la convivencia pacífica de diferentes discursos políticos, obligados a dialogar y ponerse al servicio de la ciudadanía. La vuelta a un nacionalismo hostil no hace sino erosionar la convivencia y quebrar el necesario consenso institucional que debe vertebrar cualquier Comunidad Autónoma.
Ramón Besonías Román