Cuatro años después de mi primer contacto con El cementerio de los libros olvidados y con el buen recuerdo que me dejó La sombra del viento, he vuelto a adentrarme a ese lugar tan enigmático con El juego del ángel. Ambas novelas, junto con El prisionero del cielo (y aún falta por publicarse una), están interconectadas y ambientadas en la Barcelona de antes y después de la Guerra Civil, comparten personajes y escenarios, aunque en realidad, tienen mucho más en común de lo que parecen.
-Martín, lo que va a ver usted ahora no se lo puede contar a nadie, ni a Vidal. A nadie».
Barcelona, años 20. El gran sueño de David Martín, un joven de diecisiete años que trabaja como redactor en un periódico barcelonés, es convertirse en escritor. Su carrera pasa por una serie de obstáculos y cuando parece que por fin va a ser fructífera, la invitación de un misterioso editor llamado Andreas Corelli a escribir un libro inimaginable le acabará llevando por un camino lleno de secretos, amores imposibles, suspense y muerte.
El juego del ángel no ha sido lo que pensaba. No me ha hecho sentir pura adicción como en su día lo hizo La sombra del viento, pero sin embargo, me ha dejado una espinita llena de curiosidad y de ganas de saber qué es lo que hay detrás de ese lugar llamado el cementerio de los libros olvidados. Es complicado de explicar porque la propia historia es así de complicada y confusa. Mientras más leía menos comprendía qué era lo que estaba pasando y he terminado el libro entendiendo la idea general, sí, pero pensando en cuánto había de ficción –dentro de la misma historia- y cuánto de realidad, y si sería en El prisionero del cielo donde encontraría las respuestas que buscaba, las que esta novela me ha planteado.
Lo que está claro es que todo gira entorno a David Martín, un joven que no tuvo una infancia feliz pero que gracias al amor que sentía por los libros y a la ayuda de los Sempere y otros amigos, vio una oportunidad para cumplir sus sueños. La vida no es fácil para nadie y aunque su carrera de escritor pasaría por altibajos, es la llegada de Andreas Corelli y el misterio que hay en la casa donde vive David quienes lo arrastrarán a su propio tormento. Es un personaje que me ha caído bien, me encantaba leer sus frases cargadas de ironía y cinismo; para mí, ha sido una de los mejores aspectos de la novela. Sin embargo, es un personaje cuya evolución, lejos de mostrarlo como tal, lo vuelve confuso: al principio rebosa juventud y entusiasmo, pero con el paso de las páginas se acaba perdiendo en sí mismo tras los golpes que sufre. Al finalizar la novela te das cuenta de que él es el epicentro de algo que se escapaba de sus manos, que la historia es más complicada de lo que puede parecer en un momento. La trama en sí sufre altibajos con los que el lector no acaba de congeniar con la historia, como ha sido en mi caso: sentía que había algo que me había perdido y no sabía ni el qué ni cuándo había pasado. Aun así, Zafón sabe, gracias a su estilo narrativo que roza lo metafórico, que la historia trascurra ante tus ojos, en otras palabras, se lee sola.
No obstante, ha sido un placer volver a encontrarme con los Sempere, aunque en esta ocasión tengamos delante al abuelo y al padre del protagonista de La sombra del viento. Tienen un peso muy importante para la historia y para David, y he disfrutado viendo cómo las piezas se iban juntando hasta llegar a Daniel Sempere. Ha sido como una breve precuela, que hace que le cojamos un enorme cariño –más aún- a la librería Sempere. También aparecen algunos personajes que tuvieron su momento en La sombra del viento, por ello creo que El prisionero del cielo
Mención especial a la Barcelona que describe Zafón. Aunque me ha encantado pasearme por sus calles –nadie como él para trasladarte a Barcelona-, he echado en falta algo de contexto histórico. Hubiera sido interesante algunas pinceladas sobre qué se cocía en Barcelona, ya que roza unas fechas importantes para la ciudad. En cualquier caso, me ha gustado mucho volver a El cementerio de los libros olvidados y no tardaré mucho en seguir caminando por sus pasillos y descubrir los enigmas que se esconden tras sus libros.
«¿Sabe lo mejor de los corazones rotos? (…) Qué sólo pueden romperse de verdad una vez. Lo demás son rasguños».