11 septiembre 2013 por tangoferoz
Cuando llegó a casa sabía que no era una noche más. Cumplió la misma rutina que hizo durante los últimos 2.575 días, es decir, casi ocho años de su vida. Saludó, se quitó la ropa, los zapatos y sigilosamente se fue a duchar.
Cuando terminó evitó hablar del asunto. Juntos prepararon la cena pero sin intercambiar una palabra. Sus miradas se dirigían únicamente a las verduras que uno cortaba mientras el otro ponía la mesa.
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Comieron pero también bebieron vino, una costumbre que hacía tiempo habían perdido. Y de golpe, sin saber el motivo ni el porqué, se decidieron a hablar. Se dijeron muchas cosas, algunas inevitables, otras inesperadas; hubo reproches, llantos, algún tono elevado de voz, y recuerdos, pero ninguna promesa. Tampoco besos.
Se fueron a acostar sabiendo cada uno lo que iba a pasar al día siguiente, aunque ninguno de los dos se atrevió a preguntarlo. Su sospecha se confirmó por la mañana cuando encontró vacío el lado derecho de la cama.