Hace unos mesees me robaron todo lo que llevaba en el bolso a excepción de las llaves. Si bien el móvil estaba ya mayor, tengo que decir que, además del susto, lo que más me dolió fue perder las notas que llevaba apuntadas de mi viaje a Indonesia. Hasta hace poco usaba libreta, pero la perdía, así que creí que era mejor hacerlo en el móvil. Ahora, tiempo después, también me duelen algunas fotos. Momentos espontáneos que solo captas con el móvil porque no te da tiempo a sacar la Canon y sobre todo porque suelen ser fotos más naturales, sin pose. Pero no pasa nada. Cuento con los recuerdos y alguna foto recuperada que mandé vía Whatsapp. Alguno bueno tenía que tener el siglo XXI. No pasa nada porque aún recuerdo las caras de la gente de mi pasado viaje a Indonesia; el lado humano de la experiencia, que es casi siempre el mejor, al fin y al cabo. Y más en territorio asiático, donde la gente es casi siempre -al menos a mi parecer- muy abierta, simpática y hospitalaria.
Necesitaba escribir este post. En ocasiones, me veo relantando mis experiencias o dando datos creyendo que salvarán la vida de otros o harán mejor sus trayectos, pero no hay que pensar demasiado para saber que casi seguro que no será así. Pero hay otros textos que uno disfruta escribiendo; disfruta leyendo; disfruta recordando.
Porque, como tenía apuntado en ese iPhone perdido, lo mejor del viaje fue sobre todo: las cervezas en un bar espontáneo hecho con cajas de cervezas y un dueño que nos llamaba cada día para disfrutar allí del mejor atardecer de Kuta; el encuentro en el tren con varias mujeres indonesias que ¡hasta conocían algún cantante español!, que me invitaran a probar su comida casera y su infinita amabilidad; la cercanía con el propietario del hotel de Yogyakarta, con quién nos pasamos varias horas hablando en nuestro pobre inglés sobre su trabajo de cámara, el Estado Islámico o viendo fotos de pasadas erupciones volcánicas que asolaron su ciudad; la despedida de la dueña de la guest-house de Ubud, brazos en alto; el hombre que trabajaba en un restaurante de las Islas Gili y que cuando creí que había perdido a mi pareja, me ayudó; y todos aquellos que creyeron que éramos una atracción turística y se hicieron fotos con nosotros, en un restaurante de Jimbaran –Bali- o repetidas veces en la costa de Java; los músicos callejeros de la animada Yogyakarta que nos dedicaron unas palabras; o las mil miradas de los niños indonesios en todos los lugares que recorrimos.
El viaje fue, como ya he adelantado en otros post, algo contradictorio. Sentí una mayor masificación que en otros anteriores -sobre todo en Bali- y en ocasiones, los intentos de estafa o no saber a qué atenernos empañaron un poco el conjunto. Pero el lado humano nos salvó en otras tantas ocasiones. Viajamos en octubre, que es temporada baja, y eso nos permitió estar muy solos -sin otros viajeros, me refiero- sobre todo en Java. Y eso también mejoró el viaje. Sobre todo en una de las excursiones menos populares que hicimos: las playas del suroeste de Yogyakarta. Allí cada persona que nos veía en la moto nos sonreía, saludaba o incluso nos decía cosas (que no entendíamos, claro). Después, una vez en tierra, nos pedían fotos. Allí solo vimos en un momento a otro viajero. Estuvimos tan solo una noche, pero nos sentimos un poco más lejos; un poco más allí.
Por otro lado, está claro que estos momentos solo son pinceladas. Soy de la opinión de que uno viaja a un país, pero no vive en él; no lo conoce en profundidad. Quizás se haga una mejor idea si de alguna forma conoce a gente local, por ejemplo, haciendo Couchsurfing. Por diferentes motivos, es una opción que de momento, no contemplo. No obstante, mi impresión sobre Indonesia es que se trata de un país variopinto donde la amabilidad es factor común. “Aquí no hay nadie que no tenga religión”, me decía el hombre que nos llevó de tour por la parte central de Bali. Esta isla, de mayoría hinduista, contrasta con la vecina Java, donde también estuvimos, y es de mayoría musulmana. A excepción de otros territorios de Indonesia, al menos en esta parte, creo que el país es un ejemplo de convivencia entre diferentes religiones.
Hace poco dije en Facebook que hay cosas tan bonitas que debería ser pecado no compartirlas. En el caso de las experiencias sucede algo parecido.