Todos los ingredientes que componen este libro de Norberto Luis Romero (Córdoba, Argentina, 1951) se unen para conformar lo que su contraportada define con acierto como «una fábula perversa». El narrador es un chico que asume con normalidad su condición de bastardo y que, mediante pinceladas narrativas, nos va dibujando el anómalo mundo en que creció y ha vivido. En la cúspide del poder se encuentra el hombre gordo, solitario, déspota, cruel y manipulador. Tiene a sus órdenes una ingente colección de guantes vivientes, que le sirven según su color: los azules son los adalides de la corrección y los buenos modales; los negros se adornan con los tintes de la brusquedad, la violencia y el poder ciego; los amarillos concentran sus habilidades en los manejos amatorios: tocan, arañan y masturban; los verdes son especialistas en protocolo y consejos para la vida; y los grises, menestrales y hacendosos. Todos ellos, trabajando al unísono como esclavos fieles del hombre gordo, convierten su vida en una constante y voluptuosa sucesión de caprichos satisfechos.Por debajo de este sultán omnipotente figura una élite de «compradores trocadores» (capítulo XIII), compuesta por hombres y mujeres de alta condición social y económica que son invitados a las fiestas privadas del hombre gordo, donde reciben el agasajo de la comida, la bebida... y las atenciones sexuales de los guantes amarillos, que los llevan hasta la extenuación del orgasmo. Y en lo más humilde de la sociedad se encuentran las gentes como el narrador, que soportan la ignominia del maltrato, amontonan colecciones de objetos absurdos (su madre, pájaros disecados; su abuela, trapos de colores; él, esferas de todo tipo) y sufren con estoicismo las vejaciones de los guantes. Este sistema, jerárquico, estanco e inmisericorde, recuerda por momentos las castas de La India: nadie se cuestiona su validez, nadie acaricia la posibilidad de quebrantarlo o subvertirlo. Y, como telón de fondo, se nos habla de un nebuloso conflicto inacabable (la guerra de las fosas), donde murió el padre del narrador y donde se supone que él también tendrá que combatir. Sólo un detalle los diferencia: al ser hijo espurio de un guante negro, que violó salvajemente a su madre mientras unos guantes amarillos la inmovilizaban (capítulo VIII), el chico que nos cuenta la historia sabe que está inmunizado ante la muerte.¿Fábula perversa? ¿Fábula moral? ¿Fábula expresionista o simbólica? Será desde luego el lector quien tenga que meditar y decidir su respuesta. A mí, si he de ser sincero, no me parece que sea necesario buscar interpretaciones extratextuales para este relato de Norberto Luis Romero, porque la atmósfera que el autor argentino consigue en sus páginas libera al libro de servidumbres externas. ¿Quiero decir con eso que no puede ser leído como un texto en clave? En modo alguno. De hecho, calibro que la tentación será en muchos casos irresistible. Lo que intento exponer es que tales interpretaciones no son escrupulosamente necesarias. Determinados poemas, determinadas canciones, determinados cuadros conquistan con su vigor el derecho a ser considerados universos autónomos, para los que no existe una lectura, sino múltiples lecturas. Gracias a la belleza enigmática de su textura, El lado oculto de la noche ser inserta en ese formato.Y tampoco olvidemos el modo eficaz con el que Hugo Rodríguez García, el joven ilustrador segoviano que firma como pobreartista y que se encarga de la parte gráfica de este breve y exquisito volumen, potencia esas cualidades narrativas con sus dibujos oscuros, tenebrosos, inquietantes, que logran desazonar el alma de los lectores y sumergirlos en la profundidad abisal que el narrador construye desde la primera línea. En la interesante colección de obras ilustradas que la editorial Traspiés mantiene desde hace tiempo ya habían aparecido textos memorables de Joseph Conrad (Un puesto avanzado del progreso, a cargo de Federico Villalobos), Ambrose Bierce (El club de los parricidas, bajo la batuta gráfica de Pablo López Miñarro) y Robert Louis Stevenson (El diablo de la botella, que iluminó con pulso firme Pablo Ruiz). La aportación de Norberto Luis Romero abre la colección hacia el ámbito hispánico, lo que siempre es una buena noticia, que conviene aplaudir con fervor. No será la última vez, probablemente, que traiga libros de la editorial Traspiés a esta página.
Todos los ingredientes que componen este libro de Norberto Luis Romero (Córdoba, Argentina, 1951) se unen para conformar lo que su contraportada define con acierto como «una fábula perversa». El narrador es un chico que asume con normalidad su condición de bastardo y que, mediante pinceladas narrativas, nos va dibujando el anómalo mundo en que creció y ha vivido. En la cúspide del poder se encuentra el hombre gordo, solitario, déspota, cruel y manipulador. Tiene a sus órdenes una ingente colección de guantes vivientes, que le sirven según su color: los azules son los adalides de la corrección y los buenos modales; los negros se adornan con los tintes de la brusquedad, la violencia y el poder ciego; los amarillos concentran sus habilidades en los manejos amatorios: tocan, arañan y masturban; los verdes son especialistas en protocolo y consejos para la vida; y los grises, menestrales y hacendosos. Todos ellos, trabajando al unísono como esclavos fieles del hombre gordo, convierten su vida en una constante y voluptuosa sucesión de caprichos satisfechos.Por debajo de este sultán omnipotente figura una élite de «compradores trocadores» (capítulo XIII), compuesta por hombres y mujeres de alta condición social y económica que son invitados a las fiestas privadas del hombre gordo, donde reciben el agasajo de la comida, la bebida... y las atenciones sexuales de los guantes amarillos, que los llevan hasta la extenuación del orgasmo. Y en lo más humilde de la sociedad se encuentran las gentes como el narrador, que soportan la ignominia del maltrato, amontonan colecciones de objetos absurdos (su madre, pájaros disecados; su abuela, trapos de colores; él, esferas de todo tipo) y sufren con estoicismo las vejaciones de los guantes. Este sistema, jerárquico, estanco e inmisericorde, recuerda por momentos las castas de La India: nadie se cuestiona su validez, nadie acaricia la posibilidad de quebrantarlo o subvertirlo. Y, como telón de fondo, se nos habla de un nebuloso conflicto inacabable (la guerra de las fosas), donde murió el padre del narrador y donde se supone que él también tendrá que combatir. Sólo un detalle los diferencia: al ser hijo espurio de un guante negro, que violó salvajemente a su madre mientras unos guantes amarillos la inmovilizaban (capítulo VIII), el chico que nos cuenta la historia sabe que está inmunizado ante la muerte.¿Fábula perversa? ¿Fábula moral? ¿Fábula expresionista o simbólica? Será desde luego el lector quien tenga que meditar y decidir su respuesta. A mí, si he de ser sincero, no me parece que sea necesario buscar interpretaciones extratextuales para este relato de Norberto Luis Romero, porque la atmósfera que el autor argentino consigue en sus páginas libera al libro de servidumbres externas. ¿Quiero decir con eso que no puede ser leído como un texto en clave? En modo alguno. De hecho, calibro que la tentación será en muchos casos irresistible. Lo que intento exponer es que tales interpretaciones no son escrupulosamente necesarias. Determinados poemas, determinadas canciones, determinados cuadros conquistan con su vigor el derecho a ser considerados universos autónomos, para los que no existe una lectura, sino múltiples lecturas. Gracias a la belleza enigmática de su textura, El lado oculto de la noche ser inserta en ese formato.Y tampoco olvidemos el modo eficaz con el que Hugo Rodríguez García, el joven ilustrador segoviano que firma como pobreartista y que se encarga de la parte gráfica de este breve y exquisito volumen, potencia esas cualidades narrativas con sus dibujos oscuros, tenebrosos, inquietantes, que logran desazonar el alma de los lectores y sumergirlos en la profundidad abisal que el narrador construye desde la primera línea. En la interesante colección de obras ilustradas que la editorial Traspiés mantiene desde hace tiempo ya habían aparecido textos memorables de Joseph Conrad (Un puesto avanzado del progreso, a cargo de Federico Villalobos), Ambrose Bierce (El club de los parricidas, bajo la batuta gráfica de Pablo López Miñarro) y Robert Louis Stevenson (El diablo de la botella, que iluminó con pulso firme Pablo Ruiz). La aportación de Norberto Luis Romero abre la colección hacia el ámbito hispánico, lo que siempre es una buena noticia, que conviene aplaudir con fervor. No será la última vez, probablemente, que traiga libros de la editorial Traspiés a esta página.