Revista Opinión

El lado oscuro americano: Obama contra el legado de Bush

Publicado el 13 diciembre 2014 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

El 11 de septiembre de 2001 los Estados Unidos quedaron paralizados ante el derrumbe de las torres gemelas de Nueva York. Su mundo se venía abajo en cuestión de horas y el pánico y la paranoia se extendió por un país que veía como la superpotencia hegemónica era atacada en casa por primera vez en su historia. Pocos días después, Dick Cheney, para muchos el vicepresidente más poderoso que ha existido, aseguraba que para derrotar el terrorismo se tendría que combatir desde el “lado oscuro”.

Esa teoría empezó su curso cuando, un mes después del ataque en el corazón de Manhattan, George W. Bush firmaba la Patriot Act, un conjunto de leyes destinadas a dar más poder al ejecutivo republicano para combatir el terrorismo. Bajo éste eslogan, según denunciaron muchas instituciones como Amnistía Internacional, se escondió la voluntad de sobreponer la seguridad nacional – en jaque después de los atentados – a los derechos constitucionales de la ciudadanía estadounidense. De entre esas leyes surgió la capacidad para espiar a los ciudadanos (investigando especialmente a los americanos de origen árabe o inmigrante), crear cárceles secretas alrededor del mundo, aumentar la vigilancia en la frontera con México, engordar el presupuesto militar o redefinir ampliamente el concepto terrorista.

Las atrocidades de la CIA

El documento publicado este martes por el Senado, donde se detallan los abusos perpetrados por la CIA bajo el conocimiento de los altos mandos políticos y militares de Washington, es el último ejemplo de la perversión perpetrada bajo el amparo de la Patriot Act. El informe detalla que la CIA mintió en sus posteriores informes ya que sus “técnicas perfeccionadas” – como se apodó eufemísticamente a los métodos de tortura – se aplicaron con más frecuencia y a un mayor número de presos y se rebajó la cifra de los detenidos sin justificación alguna. De entre esos métodos figuran casos realmente espeluznantes. El documento destaca que tanto los miembros del Congreso, como la Casa Blanca y la dirección general del Departamento de Inteligencia recibieron información manipulada por una CIA fuera de control. En algunos casos, la inteligencia estadounidense se extralimitó tanto y con tal nivel de incompetencia que hasta torturaron a dos de sus miembros.

Ante el alud de críticas, el director de la CIA, John Brennan, ha reconocido que durante los meses posteriores al atentado actuaron “por debajo de los estándares establecidos” aunque también remarca que “las técnicas de interrogación avanzadas sí produjeron inteligencia que ayudó a frustrar planes de ataque, capturar terroristas y salvar vidas”. En todo caso, no se desmiente que se abusó de métodos que violaban los Derechos Humanos en pro de la Seguridad Nacional. Algunos exagentes han salido en defensa de su rol con el argumento de que actuaban bajo el amparo de la ley firmada por Bush y que hay que entender la presión a la que estaban sometidos después de los errores cometidos durante el 11-S. Para contextualizar, también se podría añadir que la Patriot Act fue aprobada apresuradamente por un Senado en estado de shock y que muchos representantes ni leyeron. Otros, como el director adjunto de la CIA, John McLaughlin, han vuelto a recurrir al tradicional discurso del miedo asegurando que cuestionar sus métodos “da alas al Estado Islámico”.

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Obama y el legado de guerra sucia de Bush

Aprovechando el impacto mediático de los abusos de la inteligencia americana, la Casa Blanca ha asegurado que el informe cumple con el mandato presidencial y deseo personal de Barack Obama de exponer el historial de la CIA como acto de transparencia. De esta manera, el demócrata quiere volver a uno de los pilares principales de la campaña presidencial que lo impulsó como icono del cambio al frente del país. Asediado por la crisis de su política exterior, la derrota en las midterm y el constante declive de su figura, el presidente vuelve a hacer bandera de su carácter rupturista, intentándose alejar del legado de su predecesor. Pero, en gran medida, Obama no ha podido huir del mundo que le dejó George W. Bush.

Iraq, una guerra sin fin

Retirar progresivamente las tropas y abandonar de una vez por todas la fatídica guerra de Iraq. Ese fue uno de los lemas del Obama de 2008. El presidente puso en marcha su plan justo al llegar a la Casa Blanca, pero requería un esfuerzo a largo plazo. El verano de 2010 se materializó la retirada de las ultimas tropas de combate del terreno, pero en conflicto no acabó aquí. Con la irrupción del Estado Islámico y el renacer de la amenaza yihadista global su misión quedó abortada y su promesa parcialmente rota.

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Atrapado entre los que le piden que haga honor a su Nobel de la Paz y se retire y los que le piden más mano dura en Oriente Próximo, Obama se ha visto obligado a hacer equilibrios para no perder su influencia en la zona. Aún intentando evitar la política de boots on the ground y el despliegue de más soldados, los Estados Unidos seguirán combatiendo en la guerra permanente, una herida que no ha parado de sangrar desde la intervención de Bush. Y después de toda la devastación sufrida, aún sigue sin esclarecerse el vínculo del gobierno iraquí con los cerebros del ataque a las torres gemelas.

Sin torturas pero con drones

“Los Estados Unidos no volverán a torturar, eso no refleja nuestros valores”. Obama acababa de asumir la presidencia del país y firmó tres órdenes ejecutivas, una de ellas para evitar que se repitieran los métodos de interrogación de la era Bush. De esa manera daba respuesta a una de sus promesas de campaña y las ilusiones del electorado se materializaban en cambios reales. Seis años después, no se ha perseguido ni culpado a los responsables militares y políticos de esos abusos. Aún así, la guerra sucia no acaba con la tortura de la CIA. Obama no ha torturado, pero en su lugar se ha servido de los drones. Con los ataques selectivos se permite matar a los sospechosos terroristas sin tener que desplegar soldados americanos en el territorio, evitando un juicio previo y violando la soberanía nacional de otro país. Aunque el presidente defienda ese método para combatir el terrorismo, en muchos ataques han muerto civiles sin justificación mayor que la de ser daños colaterales. Quizás dentro de unos años veamos un informe sobre los abusos cometidos por los drones.

Guantánamo sigue abierta

Una de las órdenes ejecutivas que Obama firmó pocos días de tomar posesión del cargo fue la de cerrar la prisión de Guantánamo en el término de un año. El legado oscuro de Bush se iba diluyendo en los pasos esperanzadores del presidente. Pero al parecer fue sólo eso, un eslogan de campaña. Durante los seis años de su mandato, Obama no sólo no ha cumplido con su orden ejecutiva sino que firmó otros decretos para reforzar la detención y reclusión de presos sin cargos.

A file photo shows detainees sitting in a holding area watched by military police at Camp X-Ray inside Naval Base Guantanamo Bay

Guantánamo es la vergüenza nacional de unos Estados Unidos que acuñan la máxima wilsoniana de ser “el faro de la humanidad y la democracia” mientras mantienen abiertos campos de concentración. Guantánamo, que también supone un lastre económico, ha quedado escondida bajo otros problemas y su cierre queda muy lejos de lo que prometió Obama en las presidenciales. La constante violación de los derechos humanos que se produce en la prisión solo ha salido a flote en contadas opiniones gracias a las huelgas de hambre de los presos y al testimonio de su pesadilla.

El escándalo del espionaje global

El título II de la Patriot Act de Bush daba una base legal al espionaje de sospechosos terroristas, de fraude e incluso a miembros y agentes de otros países. De esa manera, una ley de los Estados Unidos tenía de facto un alcance global. De entre muchas de las polémicas de este apartado de la ley, se otorgaba al FBI el poder de investigar la actividad de ciudadanos estadounidenses sin filtro, hecho que violaba la propia constitución americana amparándose en la omnipresente lucha contra el terrorismo. Obama se refirió a los abusos de su predecesor, pero no matizó que estaba en contra de los programas de espionaje. Más aún, en 2011 el presidente y el Senado extendieron hasta 2015 tres puntos de la Patriot Act original basadas en el espionaje y las escuchas telefónicas. La persecución de los ‘lobos solitarios’ – los terroristas que actúan en el territorio sin responder a una estructura de comando organizada – justificó, una vez más de forma legal, la intromisión en la privacidad.

Las filtraciones del exanalista de la CIA Edward Snowden, dónde se revelaba la colaboración de compañías telefónicas y de Internet y el espionaje de líderes de la talla de Angela Merkel o Dilma Rousseff, pusieron sobre la mesa los abusos orwellianos del Gobierno. Gran parte de los estadounidenses aceptaron renunciar a su privacidad a cambio de la seguridad frente a un nuevo atentado, lo cual da muestras del estado de alerta permanente que se respira en los Estados Unidos desde el 11-S, pero el destape de los programas de espionaje masivos de la NSA puso patas arriba la diplomacia americana, indignó al mundo y hundió aún más a Obama.

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Al apreciar el informe sobre la CIA y las reacciones políticas se pueden ver muchas caras. La de un Bush marioneta de Cheney que se dejó arrastrar por la ira, el orgullo y el interés personal o la de un presidente que persiguió con mano dura a los responsables de la matanza de Nueva York. La de una ciudadanía ciega y abrumada por el pánico o la de los que luchan por inculpar a los que permitieron y perpetraron una guerra injusta e inútil en su nombre. La de un Obama transparente que ha dado un paso al frente asumiendo los errores del país o la de una figura decadente que ha utilizado el informe para vanagloriarse y reactivar su imagen.

El 11 de setiembre de 2001 trastocó la historia de los Estados Unidos y inauguró un nuevo episodio donde el enemigo está fragmentado, disperso y escondido. La estrategia de George W. Bush para combatir esa nueva amenaza fue contraproducente y como un pirómano enloquecido encendió la mecha del antiamericanismo alrededor del mundo. Mientras tanto, Dick Cheney aseguró que para triunfar en la lucha contra el terrorismo no se podría poner en duda los nuevos métodos de los servicios de inteligencia. Obama quiso ser el impulsor de una nueva era más moral y menos belicosa pero, aunque el reciente informe sobre los abusos de la CIA haya cuestionado y refutado definitivamente su efectividad, el presidente aún no ha demostrado haber superado el legado oscuro de su predecesor.

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