No sé si de la situación que estamos viviendo va a salir algo positivo. No soy demasiado optimista al respecto; sin embargo, hoy voy a tratar de fijarme sólo en la parte esperanzadora de la balanza, que de la otra ya he escrito bastante en semanas anteriores. En realidad, sólo iba a compartir un relato breve, pero merece la pena explicar de dónde ha surgido y, de paso, referirme a esa parte buena de la balanza.
En este blog ya he escrito sobre Atrapavientos y sus proyectos de promoción de la lectura y la escritura, especialmente entre los más jóvenes, y de esa maravillosa iniciativa que es Libros que importan, que fue la que me puso en contacto con la entidad maña. Lo mejor de aquel descubrimiento fueron las amistades que surgieron de él, de ésas que uno tiene la impresión que son de (y para) toda la vida, y la promesa de proyectos en común, de ésos que ilusionan.
Pues bien, no diré que gracias al coronavirus esos proyectos se han puesto en marcha, pero sí es cierto que la situación extraordinaria que vivimos ha sido quizás el detonante para “lanzarnos a la piscina”. La cosa es que Atrapavientos ha reunido a un grupo de profes geniales, con un punto significativo de inconsciencia, una atractiva pizca de locura y amor incondicional por la literatura, para poner en marcha una amplia y seductora oferta de talleres on-line de escritura creativa.
Sí, ya sé que hay cientos de propuestas del estilo, que prometen maravillas. Yo sólo os puedo decir que no sé cómo serán esos otros cursos, pero sí sé que los de Atrapavientos molan mucho; por la solidez y diversidad de los contenidos, pero sobre todo por la calidad y calidez humana del equipo que los va a impartir. No me voy a enrollar, no pretendo venderos ninguna moto. Aquí tenéis la información de los primeros 15 talleres, y si a alguien le pica la curiosidad, cada curso está detallado en la misma web.
Ayer acabamos las cuatro semanas de Cuento y en botella, el taller de iniciación que ha servido de calentamiento para lo que vendrá, y las sensaciones no podrían ser mejores. Hemos participado profes y alumnas (porque todas han sido mujeres) juntos, y nos hemos quedado con ganas de más. Ése es el que impartiré como profe a partir del 1 de junio, y, con el nivelazo que han demostrado estas primeras alumnas, me voy a tener que poner las pilas para estar a la altura de las próximas. Nunca pensé que los encuentros a través de Zoom pudieran proporcionar tanta cercanía y buen rollo.
Y por fin llego al motivo original de esta entrada: el último ejercicio del taller. Una cosa que no tiene ninguna otra escuela de escritura es “La asombrosa máquina de generar historias” de Atrapavientos. Os dejo un vídeo muy gráfico y muy breve que me va a ahorrar cualquier explicación:
A cada participante en el taller, la máquina nos asignó una premisa bastante disparatada, y os aseguro que las historias a las que ha dado lugar son magníficas. Es genial comprobar cómo personas que aseguraban al principio del curso ser incapaces de escribir, por miedo, vergüenza o inseguridad, han acabado, en unas pocas sesiones, creando textos redondos, repletos de virtudes, y con una voz reconocible.
Ahora sí, os dejo con el mío. Mi premisa era: “Mientras el perro permanece sentado, un enterrador viudo es acechado por un admirador celoso”. Lo he titulado No lo soportas.
Ves el cuidado con el que mueve el ataúd, y vuelves a notar la punzada helada en el hueco donde tuviste el corazón. El enterrador, tu enterrador, trata a los muertos con una atención reverencial, y aunque no lo soportas, estás condenado a ser testigo del ritual un día tras otro.
Sentado junto al grupo que se despide de su ser querido entre murmullos y gimoteos, el viejo perro pasa tan desapercibido como tú. Entonces, el animal aúlla, cosa que algunos de los humanos interpretan como una muestra solidaria de dolor. Una chica se le acerca, rebusca en el bolso, y le ofrece unas galletas, y el chucho se relame mientras agita la cola.
Nada de eso distrae al enterrador, a tu enterrador, de su tarea. Desde el borde del nicho que pronto recibirá a su nuevo ocupante, lo ves acariciar el ataúd y cómo lo ajusta a la plataforma de la grúa. Desliza sus manos rugosas sobre la madera, con la delicadeza que nunca te dedicó a ti. Y en sus ojos ves la dulzura con la que jamás te miró.
El enterrador, tu enterrador, acciona el mecanismo elevador. En unos segundos volveréis a estar cara a cara. Le volverás a decir cuánto lo quieres. Le dirás que, a pesar de todo, no le guardas rencor por lo que hizo. Y volverás a darle la oportunidad de que te pida perdón.
Estás seguro de que esta vez te escuchará, y de que por fin verás en sus ojos claros el amor que nunca te demostró en vida.
Ni siquiera el día de tu entierro, el enterrador, tu enterrador, te trató con el cariño que le dedica a los otros muertos.
Y no lo soportas.