Título: El ladrón de VírgenesAutor: David de Juan MarcosEditorial: HarperCollins, 2017Páginas: 256.
Sinopsis.
Cómo iba a saber que aquel hombre traía la muerte consigo. Debí darme cuenta por su olor a cebolla rancia. Debí darme cuenta cuando la leche cuajaba a su paso en los cubos de metal. Cuando las palomas morían desplumadas por la tiña, o porque allá por donde pasaba doblaba los racimos y dejaba una pestilencia a plomo de preludios de tormenta de verano.
He de reconocer que en nuestras pesadillas siempre supimos que volvería, que algún día subiría el caminito en forma de culebra cercado de castaños y sus botas embarradas cruzarían con un ímpetu desordenado la única puerta de la casa por donde entraba el sol. Se sentaría en la mesa de tarugos sin pulir con la cuchara de latón y esperaría a que se le sirviera de comer como si nada hubiera pasado. Como si no nos hubiera arrancado la alegría del pecho. Era mi padre.Después de quince años de misteriosa ausencia, Andrés Pajuelo regresa a su casa para proyectar el robo de una serie de valiosas obras de arte religioso. Para ello necesitará la ayuda de sus dos hijos, del melindroso prometido de su hija y de un enigmático gigante experto en teología y en arte sacro. Cuando todo parece estar listo para ejecutar el último y más lucrativo de los robos, es acusado de varios asesinatos. Para sorpresa de toda su familia, Andrés reconocerá al instante su culpa ahorcándose en público.
El ladrón de vírgenes es una reflexión sobre las mentiras que encierra toda religión y sobre la importancia de la religiosidad en la condición humana. Un análisis sobre los límites de la traición, la lealtad y la fuerza de las promesas. Un certero homenaje a la tradición oral de contar historias.
Impresión personal.
Soy atea y anti-religión desde que tengo memoria. Y lo menciono como asuntos totalmente diferentes aunque tendemos a relacionarlos y confundirlos como si cuando hablamos de religión estuviéramos hablando de fe o de creencias. Mi madre fue la que me puso sobre la pista y las preguntas claves en mi infancia. Ella decía siempre que no creía en dios salvo en su Cristo del Rosario (Zafra). Eso que a una niña poco reflexiva le puede pasar desapercibido, a mi, que lo meditaba todo, me hacía hacerme preguntas y más preguntas, todas entrelazadas y todas respondidas desde la razón y la coherencia. Y tengo una tía "monja", así la llamamos, que cuando nos visitaba intentaba convencerme, que no demostrarme, que dios existía y que además era buena gente, cómo no, y que los que no creíamos y criticábamos a ese dios y a su religión, no éramos buenas personas. Sólo consiguió que me sintiera más orgullosa de no creer en lo que siempre visto imposible y de respetar aquello con lo que el resto consigue vivir más feliz. Se llama tolerancia y libertad.
Lo malo de la religión es cuando alguien se atreve a interpretar la de otros; cuando alguien te dice lo que debes creer y cómo debes creerlo (Pág.156)
Hoy en día el mundo católico cuenta con un Papa que ha dicho recientemente que "es mejor ser ateo que un católico hipócrita" De esos, dice el Papa, que llevan una doble vida, gente que va a misa diariamente, pero hacen negocios sucios y viven una doble vida. ¿Qué queréis que os diga? Me encanta este Papa y me encantaría mucho más si además de decir, hiciera más cosas en la línea de lo que dice. Pero en fin, desconozco hasta donde llega el poder de acción del cargo.
Pero habiéndome gustado la trama más novelesca de robos de arte, asesinatos y condenas, lo que más me han llamado la atención son los diálogos de los personajes, unos personajes del medio rural español muy profundo, llenos de superstición, creencias en imposibles pero hondamente enraizados en uno de esos pueblitos españoles escondidos en medio de la nada, entre cuevas, arboledas y ermitas abandonadas y semiderruidas. Los personajes, cada uno de ellos, incluso los que simplemente pasan por la escena de forma rápida, no tienen desperdicio. Juegos de poder rural, creencias populares, afán de venganza y odios ancestrales, incluso entre miembros de una misma familia, secretos familiares bien guardados y ese afán eterno porque nada cambie, porque el orden natural de las cosas que siempre han sido así se restablezca. Es la forma de evitar el miedo, ese miedo profundo que en muchas zonas rurales se tiene ante lo novedoso y esto puede ser simplemente la llegada de cualquier forastero. Pueblos que quieren permanecer inmóviles de por vida, sin que nada ni nadie altere su status quo.
No conocía a este autor así que tengo a favor obviar las comparaciones con libros anteriores del mismo. Y así, unos días después de la lectura de este libro, puedo decir que su estilo pervive en mi memoria, que el mundo crítico que dibuja me ha calado hondo no sólo por lo que expresa sino por como lo expresa. David escribe muy bien, escribe bonito y con una precisión que cala profundo sin llegar a empalagar. Me ha hecho esforzarme y salir de lo fácil, para sumergirme en un estilo que al final me ha premiado con el deleite de un lenguaje que muchas veces olvidamos que existe.
Si os animáis con esta novela, no os quedéis en la superficie. Bajar a la profundidad de las cuevas, allí donde David ha escondido entre palabras sus críticas y sus reflexiones contadas por los ojos y la voz de un niño ávido de respuestas.