El lagarto astronauta, de Kenneth Cook

Publicado el 10 septiembre 2012 por José Angel Barrueco

En Sajalín acaban de publicar El lagarto astronauta, el segundo volumen de relatos de humor del australiano Kenneth Cook, del que ya nos habían ofrecido el primero, el divertidísimo El koala asesino (ya recomendado en este blog), y del que pronto editarán el tercero y último: El canguro alcohólico.
Si la anterior entrega, como digo, era divertidísima, los relatos de El lagarto astronauta no se quedan cortos. Cook cuenta experiencias de primera mano, todas relacionadas con los animales salvajes (búfalos, tiburones, wombats, hurones… que se comportan de manera muy distinta a cómo los pinta el folklore local) y con los aborígenes y los bebedores y cazadores australianos. Y en todos los cuentos uno se echa unas cuantas carcajadas. Una de las habilidades humorísticas de Cook consiste en ridiculizarse a sí mismo: en cada historia nos recuerda su cobardía, su sobrepeso, sus numerosos miedos y sus fobias, su escasa agilidad, su nula destreza… Pero luego está el retrato de los personajes locales: hombres estrafalarios y medio locos que siempre hacen apuestas descabelladas y que convidan a un trago que nadie puede rechazar (en este punto insiste siempre el autor: rechazar la invitación a beber supone una descortesía e incluso una ofensa). Ya estoy deseando que salga el tercer volumen. Os dejo con dos extractos:
Del relato “En el lado equivocado”: La vida es muy rara en el Lado Equivocado del Darling, al oeste de Nueva Gales del Sur. El único lugar donde vi a un hombre luchar contra un cerdo fue en el Lado Equivocado. Creo que la pelea tuvo lugar solo porque el hombre estaba borracho. No es nada extraordinario porque todo lo que pasa en el Lado Equivocado del Darling ocurre porque la gente está borracha. Allí todo el mundo está siempre borracho. No hay más remedio. El Lado Equivocado es el lado oeste, y consiste en nada más que en plantas de sal, arena, piedras, calor y miseria. Excepto en invierno, cuando consiste en plantas de sal, arena, piedras, frío y miseria. Y excepto cuando llueve, lo que ocurre cada diez años. Entonces consiste solamente en agua y miseria.
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Del relato “El viejo loco y el mar”: -Tómese otra –dije taimado. -Lo mismo, Betty –profirió Joe. Y fue entonces, creo, cuando todo empezó a ir mal. Betty la camarera, una señora gorda de aspecto feroz, vertió Blue Gold en un par de vasos. Joe advirtió el error y dijo: “Prueba esto, te gustará”. Me lo bebí. Para entender el porqué, hay que comprender la peculiar pasión alcohólica que domina al australiano auténtico. Preguntar “¿qué es eso?”, o decir “perdone señora, quería un gin-tonic”, o “no bebo nada que no sepa lo que es”, es sencillamente imposible, y ciertamente peligroso. De hecho, el Blue Gold era una bebida de lo más agradable. O al menos tenía efectos muy agradables. Tan pronto como impactó en mi estómago, la vida se volvió completamente razonable y aceptable en todos sus aspectos. La muerte, la enfermedad, los terremotos, la indigestión y el dolor de espalda, todos los cuales suelen ocupar mis pensamientos de forma desproporcionada, parecían formar parte de un nítido patrón de sensatez universal. Y así ocurrió con aquel viejo loco junto a mí que me invitaba a ir a pescar tiburones. Por supuesto que iría con él.
[Traducción de Güido Sender Montes]