Como la vida misma. Porque aunque desde pequeños nos han inculcado el atractivo de simplificar las cosas a un duopolio de extremos, con el pa
so de los años aprendemos que las cosas se complican y hay muchos grises en la paleta. También en el ballet.
El director al frente de la orquesta del Teatro Mariinsky de San Petesburgo y titular de la Orquesta Sinfónica de Londres, Valery Gergiev, es probablemente de los más prestigiosos del mundo y llena las salas por donde va. Pero delante de la Academia de Música de Brooklyn (BAM), donde el director estrenó el 14 de enero una residencia de dos semanas que incluyó entre otras obras “El lago de los cisnes”, todas las noches un grupo de manifestantes repartía folletos y, armados de pancartas, acusaba a Gergiev de ser simpatizante del presidente Vladimir V. Putin y de haber firmado una carta publicada por el ministerio de Cultura de Rusia expresando el “firme” apoyo a la ocupación militar de Ucrania.
Los disidentes reclamaban el boicot de los conciertos de Gergiev y ofrecían más detalles sobre otros patrocinadores del Mariinsky sometidos a sanciones por Estados Unidos a todo aquel dispuesto a escuchar. Pero la mayoría de los engalanados neoyorquinos que acudía a BAM para ver el ballet parecía tener poco interés por mezclar arte y política.
Entonces, en un mundo de blancos y negros, de vencidos y vencedores, cisnes inocentes y cisnes embaucadores, Gergiev ¿es bueno o malo? ¿Qué hacemos con aquellos artistas cuya creatividad nos regala obras maestras pero cuyos actos como embajadores de la raza humana dejan mucho que desear? El público de todo el mundo se levanta para ovacionar a Gergiev sin importarle que éste acuse abiertamente a los “nazis” ucranianos de querer “masacrar” a los rusoparlantes de Crimea. Nos adentramos en territorio gris, gris como un invierno en Donetsk.
La coreografía original de “El lago de los cisnes” para la obra de Tchaikovsky, creada para el Teatro Mariinksy por Marius Petipa y Lev Ivanov hace casi 120 años, es probablemente la tragedia más famosa de la historia del ballet. Bailar su doble papel protagonista es como escalar el Everest o hacer de Hamlet. No es de sorprender que en la versión representada en Brooklyn, la fría perfección de la bailarina Viktoria Tereshkina redujera, pese a los duetos, solos y el momento en que completa de manera sublime sus 32 “fouettes” (rapidísimas piruetas), el mítico enfrentamiento entre la sufrida Odette y la lasciva Odille a un mero estereotipo.
Otro gris irónico que se asoma en esta historia es la abundancia de rumores que sugieren que Piotr Tchaikovsky era homosexual. Y no hay duda de que Putin y su gobierno desaprueban de las relaciones entre personas del mismo sexo en vista de sus homófonas leyes. Para Gergiev no debe ser tarea fácil mantener su lealtad a los valores de su amigo Putin en un mundo como el ballet. Durante un concierto de Gergiev en 2013 en Carnegie Hall, en Nueva York, unos manifestantes gritaron: “¡Gergiev, tu silencio está matando a gays rusos!”
En una entrevista con el dominical de The New York Times, el director trató de minimizar estas acusaciones alegando que él no es parte de ninguna matanza en el mundo. Además, llegó a poner en duda la veracidad de las historias sobre el asesinato de homosexuales rusos. “Nadie puede contarme ningún caso, ni siquiera mis amigos occidentales”, declaró Gergiev a la revista.
Pese a ser un recuerdo lejano, en el contexto de las actuales tensiones entre Washington y Moscú no es complicado resucitar el viejo fantasma de la Guerra Fría. Y ahora, en pleno centro de Nueva York, ¿quiénes son los buenos y quiénes son los malos?
¿Acaso es casualidad que en esta representación de ‘El lago de los cisnes’ se optara para el final del ballet por la inusual versión de 1950 en la que en lugar del trágico final en que ambos protagonistas mueren, el noble príncipe Siegfried desafía al culpable del mal y todo acaba en un final feliz? ¿No es este un desenlace perfecto para un público acostumbrado a los cuentos de hadas de Disney?
En la entrevista a The New York Times, Gergiev también negó que los rusos fueran antiestadounidenses y como ejemplo se refirió a su fascinación por los iPhones y el cine de Hollywood. Pero no se distanció de Putin, alegando que el tema de Crimea “es muy complejo y que no puede definirse por la palabra ‘anexión’”.
Los activistas, integrantes del grupo Art Against Agression, seguirán al director durante la totalidad de su gira por Estados Unidos, que incluye paradas en Washington, Carolina del Norte, Michigan y Florida, para concluir el 14 de febrero en Nueva York con un concierto en Carnegie Hall.
“Queremos asegurarnos de que cuando estos artistas que apoyan a Putin y sus políticas que violan los derechos humanos actúen en Occidente, el público sea consciente de lo que hacen”, decía un comunicado de prensa repartido delante de BAM.
Según Naciones Unidas, el enfrentamiento entre las fuerzas ucranianas y los separatistas pro-rusos han causado ya más de 5.358 muertos en el este de Ucrania desde que estalló el conflicto armado en abril.
Tras pedir la cancelación de los conciertos, elf grupo Art Against Agression publicó en su página de Facebook una respuesta del departamento de relaciones al consumidor de la Metropolitan Opera de Nueva York, donde Gergiev dirigió en enero la ópera de Tchaikovsky “Iolanta” protagonizada por Anna Netrebko, otra artista rusa acusada de respaldar a Putin. El Met aseguraba que la compañía “defiende la libertad de expresión” y que “no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones personales de los artistas que actúan en su escenario”. ¿Eso es blanco, negro o gris?
Y así, en esta simplificación binaria de los papeles de artistas, políticos y ciudadanos, echamos culpas, juzgamos y nos lavamos las malos. Por eso, luego llegan las sorpresas cuando nos damos cuenta de que el bueno, en realidad, también era el malo.
Photo Credit: Jack Vartoogian / BAM