El presidente, relajado y cómodo en la entrevista, reflejo sin darse cuenta uno de los más graves déficits del sistema político español: que los políticos se inscriben en los partidos para hacer carrera y vivir de la política, nunca para prestar un servicio a la nación y al ciudadano.
Ser político en España es un chollo y la mejor de las carreras, la única en la que se puede triunfar siendo un mediocre o un inepto, sin ni siquiera tener que pasar por la universidad, sin exámenes y sin que tengas que rendir cuenta a nadie de tus fracasos y errores.
Ya lo advirtió el escritor Robert Louis Stevenson: "La política es quizá la única profesión para la cual se piensa que no se requiere preparación alguna".
En España, la carrera política es el mayor de los abusos y también la mejor de las opciones para vagos, mediocres y trepas. La recompensa es ocupar cargos dotados de buenos sueldos, brillo social, muchos privilegios y con opciones de recibir mucho dinero suplementario por las numerosas vías que conducen a la corrupción. Sin duda una opción más fácil, rentable y brillante que ser ingeniero, médico, catedrático o alto funcionario del Estado.
La política, en España, ha perdido toda su grandeza y su espíritu amateur, transformándose en un camino para el fácil triunfo de los más ambiciosos, mediocres y desaprensivos, a los que no les importa obedecer ciegamente al líder y renunciar a la libertad de pensar con tal de obtener puestos en el Estado bien pagados, adornados de bastante impunidad y fáciles de desempeñar.
Cocinados en la vida autoritaria y vertical de los partidos, donde no hay libre pensamiento ni debate abierto y donde, para sobrevivir y prosperar, hay que someterse a los dictados de la cúpula, los políticos españoles, desconocedores de una democracia que jamás practican, no se preparan para liderar una verdadera democracia sino para ejercer como pequeños dictadores.