El lápiz mágico

Por Maternidadconsciente @MaternConscient

Imagen tomada de Google

Les traigo un nuevo relato, que tiene origen en un reto del Taller de Escritura #29 de Literautas. La consigna era simplemente escribir un texto bajo el título "El lápiz mágico", y aquí lo tienen. 

Cada noche, antes de ir a dormir, tomaba su lápiz y escribía en un papel el nombre de alguna persona que había estado en sus pensamientos durante el día. Dejaba el papel con el nombre sobre el escritorio, a un costado de su cama, apagaba la lámpara y se acostaba. Tenía esta costumbre desde que era una niña. Una vez su mamá le había dicho que cuando se acordaba de repente de alguien, probablemente esa persona también había pensado en ella. Y lo creyó así. Entonces comenzó a escribir los nombres de las personas en las que pensaba durante el día para luego preguntarles si también les había sucedido a ellas. Pero lo cierto es que nunca llegó a preguntar a nadie si también habían pensado en ella. Algunas veces por vergüenza, otras por temor al ridículo, otras porque se trataba de personas que no veía casi nunca y otras porque simplemente lo olvidaba. Con el transcurso del tiempo perdió la curiosidad inicial de saber si el pensamiento había sido recíproco, pero de todos modos subsistía la costumbre de seguir escribiendo en un papel los nombres de todos aquéllos en los que había pensado… aun hoy, después de veinte años. Los cajones de su escritorio comenzaron a llenarse de papeles con nombres escritos, así que pensó que era necesario encontrar un sistema para organizarlos y evitar el caos. Como hasta ese día había usado cada papel para escribir solamente un nombre, cada persona en la que había pensado tenía destinada una hoja de papel completa para ella. Decidió ordenar los nombres alfabéticamente y encuadernar todas las hojas, formando un libro gigante de nombres, muchos de los cuales estaban repetidos por haber pensado más de una vez en la misma persona. Haber pensado muchas veces en algunas personas no le llamó la atención cuando se trataba por ejemplo de sus padres, sus hermanos, sus mejores amigas, algunos de los chicos que le habían gustado o con los que había salido. En cambio sí se sorprendió de haber pensado varias veces en cierta gente, como su maestra de primer grado, su profesora de literatura de la secundaria, el señor que siempre pasaba por su casa pidiendo algo para comer, y el que la despertaba a primera hora de la mañana vendiendo diarios. En fin, ese día acabó la tarea de encuadernar, releyó algunos nombres y se fue a dormir. Desde el día siguiente comenzaría a completar las hojas con nombres repetidos, en la mayoría de los casos. Y para los nombres nuevos comenzó a usar un anotador que compró al volver del trabajo. La lista había crecido sobre todo desde que entró en la universidad y conoció a muchas otras personas, y mucho más desde que comenzó a trabajar como profesora.La noche del viernes Gabriela llegó agotada a su cama y se durmió, no sin antes pasar por el escritorio y escribir el nombre de su mamá: Estela. Su nombre era recurrente en sus recuerdos del día, tanto que la hoja estaba casi completa solo con ese nombre. Se acostó a dormir respirando en el aire el dulce recuerdo de su perfume, sonriendo ante esa sensación placentera, como si su mamá la estuviera cuidando desde algún lugar intangible, aunque no lejano.

A la mañana siguiente, al despertar, sintió una energía nueva, como si todo el cansancio de la semana, del año y de la vida hubiesen desaparecido mientras dormía. Se levantó serena, consciente de que era la mañana del sábado y no tenía obligaciones. Antes de salir de su habitación pasó por el escritorio y observó casi en forma automática el cuaderno que había quedado abierto en el nombre “Estela”, pero se sorprendió al descubrir que sobre esa hoja había otra: una que decía “Gaby:…”, y debajo del nombre una extensa carta escrita con la inconfundible letra de su mamá. La leyó completa, mientras secaba las lágrimas de sus ojos para poder continuar, hasta la última frase: “yo también pienso en vos, nunca lo dudes. Mamá”. 

©Mónica M. Kofler Escañuela