Las cifras de desplazados que estamos viendo los últimos años son las más elevadas de la Historia, de un refugiado por cada 160 personas a uno por cada 113 en solo diez años. Así, a finales de 2016 se contabilizaban 65,6 millones de personas desplazadas forzosamente —incluidas las internas— en todo el mundo a consecuencia de la persecución, los conflictos, la violencia o las violaciones de derechos humanos, esto es, 300.000 más que el año anterior. De estos más de 65 millones, un tercio son refugiados, personas que, “debido a fundados temores de ser perseguidos por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentran fuera del país de su nacionalidad y no pueden o no quieren acogerse a la protección de su país, o no pueden o, a causa de dichos temores, no quieren regresar a él”, según la definición de Acnur. En total, más de la mitad de los refugiados procedían de tres países: Siria, Afganistán y Sudán del Sur. Tampoco hay que olvidar a los procedentes de Irak, Yemen, Burundi, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Sudán y Eritrea.
Ninguno de los países es igual. Por lo general, los eritreos huyen de las violaciones de derechos humanos y de los servicios militares indefinidos; los somalíes buscan un lugar donde vivir lejos de los conflictos armados que han marcado la Historia del país; los nigerianos temen a Boko Haram; los gambianos escapan de un Gobierno autoritario y de la ausencia de servicios sanitarios gratuitos, y los senegaleses quieren hacer algo más que subsistir en un país en vías de desarrollo. Pero, teniendo en cuenta el origen de la mayoría de las personas refugiadas —generalmente procedentes del norte de África o de Oriente Próximo—, podemos entender por qué Libia se ha convertido en el lugar de paso más frecuentado por los africanos, donde las mafias controlan el tránsito de personas. Para los que proceden de Oriente Próximo, es la única alternativa después del cierre del corredor humanitario de los Balcanes y el bloqueo de Turquía. Y para los que proceden del África subsahariana, parece mucho más sencillo llegar a Europa cruzando el Mediterráneo desde un Estado fallido que no tiene ningún control fronterizo que desde Ceuta o Melilla, con vallas repletas de cuchillas y cuerpos de seguridad armados esperando al otro lado.
Para ampliar: “La ruta de los Balcanes: cambios en la política fronteriza europea”, Alejandro Salamanca en El Orden Mundial, 2017
Libia, Estado fallido
Los 42 años de Muamar el Gadafi en el poder se caracterizaron por su control absoluto del país, marcado por la corrupción y la violación de derechos humanos. Durante décadas, Occidente lo consideraba un enemigo por sus acciones en el exterior y su apoyo a grupos armados —desde las FARC hasta el IRA— , pero a principios del siglo XXI esta relación cambió cuando se distanció de las prácticas terroristas, renunció públicamente a las armas de destrucción masiva y ofreció alianzas en dos temas claves a las potencias occidentales: acceso al petróleo y control de la inmigración irregular. Este cambio mejoró las relaciones de poder entre Estados, pero Libia siguió siendo considerado uno de los países más dictatoriales y opacos del mundo y organizaciones internacionales como Amnistía Internacional denunciaron los abusos sistemáticos de los derechos humanos.
En 2011 se extendió en Libia lo que se conoció como la primavera árabe. En febrero, una parte de la población inició una revuelta popular contra el Gobierno de Gadafi y los rebeldes anunciaron la creación de un Consejo Nacional de Transición (CNT), que en los meses siguientes fue reconocido como interlocutor internacional legítimo. Una vez más, las potencias occidentales daban la espalda al dictador después de las alianzas establecidas a principios del milenio. Los combates entre rebeldes y las fuerzas leales al régimen llevaron a un mayor control por parte de la oposición en el este del país. Esto obligó a Gadafi a intensificar tanto su ofensiva que las potencias occidentales intervinieron militarmente para debilitarlo. Tras meses de enfrentamientos, los rebeldes tomaron el control de la capital y consiguieron acorralar a las fuerzas progubernamentales en Bani Walid y Sirte, donde Gadafi fue ejecutado por los rebeldes. Su asesinato propició que el CNT declarara la “liberación” de Libia a finales de octubre y que la OTAN anunciara el fin de sus operaciones. No obstante, la inestabilidad y la inseguridad han continuado definiendo el orden del país hasta la actualidad.
Para ampliar: “Libia”, Escola de Cultura de Pau
La fragmentación del país, con dos Gobiernos opuestos —el de Fayez al Sarraj en Trípoli, apoyado por la ONU, y la Administración opositora, situada en Tobruk—, y la presencia creciente del Dáesh aumentan su vulnerabilidad y la de todos sus habitantes. Y no solo eso: también hace sus fronteras más porosas por la falta de controles fronterizos efectivos, lo que hace más sencilla la circulación de personas refugiadas, pero también de terroristas. No existen controles fronterizos efectivos; es más, Haji —un testimonio que aparecerá a lo largo de este artículo porque pudo sobrevivir a la travesía que lo llevó a España desde Gambia— afirma que a su hermano lo paró la misma policía libia cuando iba en el barco que tenía que llevarlo a Europa. Él desconocía que, con tal de lucrarse, la policía manda de vuelta a los barcos para que los migrantes tengan que pagar de nuevo a las mafias.
A pesar de este contexto de corrupción, el cierre del corredor humanitario en los Balcanes, el endurecimiento de las políticas migratorias en la Unión Europea —que se materializó con el acuerdo con Turquía para deportar a toda persona que llegara a Grecia— y la prácticamente imposible entrada por Ceuta y Melilla hacen igualmente que Libia sea la única vía de los refugiados para llegar a Europa. Esto explica que desde 2013 los migrantes que intentan llegar a Europa por esta vía se hayan cuadriplicado o que en 2016 casi 182.000 personas intentaran llegar a las costas italianas desde Libia. Tristemente, como los traficantes y mafiosos llenan los botes con centenares de personas equipadas con chalecos salvavidas no homologados y sin combustible suficiente para cruzar los 300 km de costa que separan los dos países, uno de cada 40 muere en el intento.
Esclavos en el camino
Desde los países situados en la parte norte del Mediterráneo, ponemos la mirada en el mar. Para llegar a los puertos que hay a las puertas de Europa, estas personas tienen que pasar meses o años cruzando el desierto del Sáhara o países sumidos en guerras u otras situaciones violentas. Los timos son frecuentes, lo que los obliga a trabajar para conseguir dinero para continuar su camino.
“En la entrada del desierto hay coches Toyota esperando nuestros 600 euros. Subían a 30 personas en una ranchera, encogidas en el maletero, con un palo separándonos para cogernos. Necesitamos cinco días para cruzar el desierto con diez litros de agua. Parábamos solo dos veces al día para estirar las piernas, pero nos dolían tanto los huesos que casi nadie se movía. Como viajábamos de día y hacía muchísimo calor, a muchos se les terminaba el agua y los demás no les ofrecíamos la nuestra por miedo de morir. Y algunos murieron. Cuando falleció la primera persona, empezamos a pegar golpes a la cabina del conductor para que parara, pero nos apaleó tan fuerte que con los siguientes no dijimos nada”.
Testimonio de Haji
Los que sobreviven llegan a un país anárquico donde los migrantes son utilizados en los enfrentamientos entre guerrillas, vendidos como esclavos o encerrados en centros de detención en condiciones insalubres y con la amenaza constante de ser torturados. En noviembre de 2017, la CNN denunció que en Libia la práctica de la esclavitud derivada del tráfico de personas es común y “afecta principalmente a personas que, buscando huir de guerras o de situaciones de pobreza, acaban siendo esclavizadas”. Aunque es complejo de medir, se calcula que en Libia hay más de 300.000 personas atrapadas, muchas de ellas en situación de esclavitud. Puede parecer increíble en el siglo XXI, pero en el mundo hay más de 40 millones de personas en situación de esclavitud, y la CNN, después de meses de investigación, confirmó que existen por lo menos nueve mercados de esclavos en Libia: por 400 dólares, los libios pueden comprar a una persona subsahariana para distintos fines sin ofrecerle nada más que un techo y la comida necesaria para trabajar, aunque a veces no reciben ni eso.
Para ampliar: “La esclavitud: el mal que no se desvanece”, Daniel Rosselló en El Orden Mundial, 2016
Haji ilustra dos situaciones más que reflejan cómo la ausencia de cuerpos de seguridad que eviten las prácticas ilegales refuerza las mafias y el tráfico de personas. Por un lado, es la policía la que arresta a los inmigrantes para llevarlos a los centros de detención ilegales donde serán vendidos como esclavos o extorsionarán a sus familias para recibir dinero a cambio de un trato más justo. Y, por otro lado, él mismo fue escogido y esclavizado por un policía que no pagó nada por él ni por sus dos compañeros por ser la autoridad.
¿Por qué en Libia? Porque sin el caos que reina en el sistema, mucho más alarmante desde que Gadafi fue asesinado, esto no sería posible. Este contexto ha permitido a los traficantes y contrabandistas crear sus redes e iniciar un lucrativo mercado comerciando con personas, además de bienes materiales. Los que no son vendidos como esclavos no tienen mucha más suerte: pasan meses detenidos en centros de detención pseudooficiales, amontonados y sin condiciones higiénicas, esperando el ofrecimiento de alguno de los traficantes para subir a un barco en condiciones más que precarias, con un elevado riesgo de morir a orillas de Europa.
Para ampliar: “How Libya became the gatekeeper of Africa’s migrant crisis”, Amanda Sakuma en MSNBC
Mercados de esclavos a 300 km
Mientras Gadafi gobernaba, aseguraba el control fronterizo a cambio de compensaciones europeas. La Unión Europea, la misma que en los noventa lo consideraba un peligro por apoyar a grupos terroristas, cerró en 2008 un acuerdo por el que le pagaba 500 millones de dólares a cambio de contener los flujos migratorios. Italia dobló el acuerdo más adelante, con lo que Gadafi recibiría cinco mil millones de dólares en 20 años. En 2010 él mismo amenazó a los europeos con que el continente se convirtiera en África debido a las migraciones ilegales.
La UE parece querer evitarlo y, así, la situación es prácticamente la misma: cierra sus fronteras mientras invierte importantes cantidades de dinero en crear muros de contención en los países de tránsito. Además de a Turquía, la UE anunció el pago de cien millones de euros a Sudán para promover “la estabilidad” en poblaciones vulnerables en zonas de conflicto. En realidad, al menos cinco millones ya están a manos de las Fuerzas Rápidas de Apoyo, grupo formado por miembros de las antiguamente conocidas como milicias Janjaweed, acusadas de genocidio en Sudán y utilizadas ahora para frenar a aquellas personas que intentan utilizar esta ruta migratoria. Hace aproximadamente un año, la UE anunció la inversión de 130 millones de euros para convertir de nuevo a Libia en su muro de contención antiinmigración. Con este dinero, la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex) ofrece formación y material a los guardacostas libios —los mismos que han disparado a barcos de ONG que realizan rescates en el Mediterráneo y de los que se sospecha que tienen vínculos con las mafias— mientras se asigna menos del 10% para ayuda humanitaria.
Amnistía Internacional ha acusado a la UE de ser cómplice en la tortura de refugiados. Una parte podría explicarse por la financiación a estos grupos o fuerzas de seguridad poco legitimadas. Italia, por su parte, obligó a las ONG que operan barcos de rescate a firmar un código de conducta que incluye medidas como permitir al Ejército italiano acompañarlos en las misiones. Asimismo, los Gobiernos de los países de la UE han reforzado las políticas de retorno voluntario y forzoso y se alegraron cuando la Unión Africana comenzó a repatriar inmigrantes desde Libia a sus países de origen —a finales de 2017, Nigeria ya había recibido a 3.000 repatriados—. Como resultado de todas estas estrategias, en julio de 2017 la llegada de inmigrantes a Italia desde Libia se redujo más del 50%.
Pero la realidad es que la UE ayuda a las autoridades libias a dejar atrapadas a las personas en un país donde las violaciones de derechos humanos y la violencia son la norma en el trato de persones inmigrantes. Las autoridades hablan alegremente de “evacuaciones”, pero evacuar a estas personas significa llevarlas de nuevo al país de donde huyeron. Haji comentaba que dejó a su familia en Gambia porque “era el hermano mayor que quedaba en casa, y después de que mi padre muriera tenía que hacer algo para que mi familia saliera adelante”. A corto plazo, los países de donde provienen la mayoría de los inmigrantes seguirán sin ofrecer oportunidades de desarrollo y los jóvenes continuarán buscándolas donde sea. Mientras tanto, las mafias seguirán lucrándose de una forma u otra: vendiendo esclavos, enviando a personas en botes sin ninguna garantía después de cobrarles miles de euros o directamente con el dinero que la UE les ofrece para frenar la llegada de inmigrantes.
En cambio, las personas que abandonan sus hogares en busca de oportunidades y seguridad cruzan fronteras y, con suerte, llegan a Europa sin conseguir este objetivo. Llegan a España o Italia después de este viaje con la muerte y siguen siendo esclavos, ya que, debido a su condición de inmigrantes en situación irregular, no pueden disfrutar de libertades y viven con el miedo de ser deportados. Durante años, solo tendrán contacto telefónico con sus familiares, no podrán exigir derechos a quien los contrate o les alquile una habitación, etc. Como explica Haji, “mi viaje terminará cuando pueda visitar a mi familia cogiendo un avión y en cuatro horas pueda estar con ellos”.
El largo camino del refugiado: esclavos a las puertas de Europa fue publicado en El Orden Mundial en el S.XXI.