El Lazarillo de Tormes, más de actualidad que nunca

Publicado el 05 junio 2012 por Carmentxu

El Boletín Oficial del Estado publica hoy la Orden que permitirá a los defraudadores volver al redil, lavar sus caras vestiduras con olor a sudor frío y, lo más sabroso, tributar a un nimio 10% y traer el dinero de paraísos fiscales tributando por él el 8%. Los defraudadores obtendrán esta nueva gracia del Gobierno sólo con decir que el dinero fue conseguido antes del 31 de diciembre de 2010, lo ingresarán en una cuenta y, por arte de magia, lo negro se volverá blanco tras un paseo por la tintorería.

Sorprende, aunque la precipitación impide parar y analizar dentro de la muy calculada teoría del shock en la que somos cobayas, el silencio empresarial. Ningún alto empresario de los que se consideran ejemplares se ha mostrado indignado, o al menos inquieto, por el agravio comparativo que supone que un competidor que ha estado defraudando durante años ahora vuelva a casa como un hijo pródigo, el más amado, con todos los parabienes y guiños legales, mientras él ha estado pagando religiosamente sus impuestos, no sin disgusto ni protestas. La patronal CEOE anda muy callada desde la reforma laboral, lo que dice mucho de hacia dónde se ha escorado el texto legal y quién ha salido vencedor del tira y afloja (más lo primero que lo segundo). Ahora, ensalzado el defraudador a ciudadano legal, amnistía fiscal mediante, su silencio dice mucho, todo. El Lazarillo de Tormes, obra precursora de la novela picaresca en la que continuamos viviendo con sus aventuras y desventuras, lo avanzaba en el siglo XVI. Y parece que fue ayer.

El Lazarillo de Tormes (Anónimo). Episodio de las uvas:

“Acaeció que, llegando a un lugar que llaman Almorox al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo de ellas en limosna, y como suelen ir los cestos mal tratados, y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano; para echarlo en el fardel tornábase mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, así por no lo poder llevar, como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes.

-Y ahora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos de este racimo de uvas, y hayas de él tanta parte como yo; partirlo hemos de esta manera: tú picarás una vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva; yo haré o mismo hasta que lo acabemos, y de esta suerte no habrá engaño.

Hecho así el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance el traidor mudó propósito, y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debería hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, mas aun pasaba adelante, dos a dos, y tres a tres, y como podía las comía.

Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano, y meneando la cabeza, dijo:
-Lázaro, engañado me has; ¡juraré yo a Dios que has tú comido las uvas tres a tres!
-No comí- dije yo-, mas ¿ por qué sospecháis eso?

Respondió el sagacísimo ciego:
-¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos, y tú callabas.”