El reciente anuncio/globo sonda de Pedro J. Ramírez según el cual estaría dispuesto a comprar “El Mundo” y, por otro lado, la lectura del libro del co-fundador de Twitter Biz Stone “Things a little bird told me” me han decidido a escribir este post. Pedro J. es alguien que apostó por la transformación de los medios escritos en nuevos formatos y que, claramente, mantiene sus ansias emprendedoras pese a su despido de la dirección de El Mundo. El libro de Stone es un canto a la innovación y a los riesgos que todo innovador debe asumir. Con Pedro J y Stone en mente, presento ahora mi idea: el lectaccionista. Una rápida búsqueda en Google ha dado 0 resultados; asumo que el término es original.
Dicho esto, el concepto seguramente no lo sea. Estoy seguro de que en círculos mediáticos y financieros se está considerando o se ha aplicado ya, como en Libertad Digital. Yo, sin embargo, lo presento desde el punto de vista no de un especialista sino de un asiduo consumidor de prensa escrita, tanto en papel como en Internet.
El punto de partida es el siguiente: si alguna de las cabeceras que leo habitualmente hiciese una ampliación de capital y vendiese acciones de la empresa a sus lectores, yo consideraría comprarlas (dependiendo del precio, claro está). Esto lo dice alguien que compró acciones de Bankia tras su salida a Bolsa en 2011 y, por tanto, perdió casi todo su dinero. Menciono lo de Bankia por dos razones: primero, porque como la gran mayoría de accionistas minoritarios, no soy un profesional de la cosa y cometo graves errores; y, segundo, porque, como lector diario de un medio, siempre sabré mucho mejor cómo va ese medio de lo que podría saber cómo va un banco (aunque fuese el mío).
Esta segunda idea me parece importante. El lector de un diario juzga mejor que nadie su calidad. De hecho, la suma de la opinión de todos los lectores del diario es la que determina su éxito o fracaso. Una caída o subida de la calidad del medio es detectada, ante todo, por sus lectores asiduos. Por ello, tendría sentido que, además de lectores, también pudiesen ser sus accionistas. De ahí el término: “lectaccionista”.
El fenómeno del crowdfunding está aún en pañales en España. Promete, sin embargo, revolucionar no sólo cómo se financian las empresas sino también los partidos políticos. En general, va a traer muchísima más transparencia a las cuentas de los dos. Podrá tardar más o menos en explotar (la enorme bancarización de la economía española seguramente lo retrase), pero los tiros van en esa dirección.
Los medios escritos ofrecen una excelente oportunidad para hacer crecer el crowdfunding en España. Es un sector que se está reinventando al no servir su viejo modelo de negocio. Al mismo tiempo, se suele decir que los diarios pertenecen a sus lectores. Lo que propongo es que se aplique esta máxima al pie de la letra: que el lector se convierta en lectaccionista.
Los principales diarios en España (incluyendo los electrónicos) tienen cientos de miles o incluso millones de lectores al día. Su potencial mercado de financiación, por tanto, es enorme. La cuestión sería pasar de un modelo en el que el lector paga por tener derecho a informarse a uno en el que el lector financia para tener un derecho de propiedad sobre el medio que le informa. Esto, evidentemente, se aplicaría de la misma manera a un medio nuevo o pequeño y creciente.
Las relaciones de poder cambiarían completamente en este modelo. El diario se debería de verdad a sus lectores. Se generaría un enorme incentivo para que todas las grandes decisiones editoriales se tomasen en función de los lectores.
¿Quién es el lector de un medio? Esta pregunta es relevante si de verdad se quiere dar protagonismo a los clientes. Personas con intenciones hostiles podrían acaparar acciones para perjudicar al medio. Una respuesta evidente a quien es un lector es: el suscriptor. La oferta de acciones se haría, pues, a los suscriptores. Al mismo tiempo, se podría limitar el número de acciones que el lector individual pueda comprar.
Este modelo no presupone que todos los lectores deban convertirse en accionistas. Propone, simplemente, la posibilidad de que algunos lo hagan. Y mi apuesta sería que muchos la aprovecharían. El vínculo emocional que une a un lector con un diario (o con un periodista) se vería sustanciado en un derecho de propiedad.
Esto no quiere decir, tampoco, que dejase de haber accionistas de referencia. Un grupo mediático (Vocento, Prisa, Unidad Editorial etc.) podría seguir teniendo paquetes accionariales importantes, pero sus propias decisiones tendrían en cuenta las exigencias de los lectaccionistas.
Un cambio radical de la línea editorial del medio o unos posicionamientos sorprendentes resultarían no sólo en una ristra de indignadas cartas al director. Provocarían también una caída en el valor de la acción al decidir los lectaccionistas vender sus títulos. El defensor del lector de El País se convertiría en una figura superflua.
Y es que, el lector no quiere que se le defienda. Quiere que se le escuche. Y a nadie se le escucha más que al dueño.
¿Qué os parece?