El legado de Humboldt. Saul Bellow. Traducción: Vicente Campos. Galaxia Gutemberg. Madrid, 2009. 620 páginas. 26,50 €.
Argumento: Charlie Citrine, narrador y protagonista de “El legado de Humboldt’” es un escritor que, tras ser doblemente premiado con el Pulitzer, se convierte en millonario gracias a una obra teatral de Broadway. Este reconocimiento a todos los niveles sólo es cuestionado y hasta denigrado por una persona del entorno de Citrine; la única no obstante de la que no esperaba semejante reacción: su maestro y amigo Humboldt Von Fleicher, poeta antaño venerado que, antes de acabar sus días en una miseria casi dickensiana, se encarga de desprestigiar moral y profesionalmente a Citrine ante la vanguardia intelectual neoyorquina. Es el legado al narrador que Humboldt ha incluido en su testamento el que canaliza – incluso mucho antes de que se desvele la naturaleza de la herencia- la trayectoria de la novela, por la que discurren afluentes en forma de personajes de lo más variopinto: Denise, una ex esposa que no puede dejar de remitirnos a la propia biografía de Bellow -el autor se casó cinco veces y llegó a definirse como «un marido en serie»-; Renata, una amante menos acomodaticia de lo que en principio pudiera parecer; una suegra que, en el mejor de los casos, aterra; Julius Citrine, un hermano hiperactivo y triunfador; Rinaldo Cantabile, un gángster casi puerilmente arquetípico. Personajes todos que deambulan como memorables títeres de la providencia por el Chicago de los años setenta, una ciudad en cuyos olores estivales aún permanece la memoria sensorial de los antiguos corrales de ganado y de los mataderos -«Millones de animales habían muerto aquí y volvía el familiar, deprimente y variopinto hedor a carne, sebo, huesos machacados, pellejos, jabón, lonchas ahumadas y pelo chamuscado»-; personajes que intentan salvarse de la neurosis colectiva encaramándose a diminutos icebergs de neurosis aisladas.
Diseminando reflexiones a menudo paródicas por la trama entre barroca y sofisticadamente irónica de la novela, Bellow da una vez más rienda suelta a uno de sus recursos literarios predilectos: liberar la mente de su carga de cotidianeidad y derivarla, con el impulso de la perfección estilística y de la inteligencia, a una divagación tan empática como sarcástica a la que arrastra, junto con sus personajes, a un lector fascinado por la maestría de un texto que no genera ni el menor instante de desatención. Más de 600 páginas que podrían gozarse en una única y dilatada lectura si las otras divagaciones de la vida, las externas -comer, trabajar.- no irrumpieran inoportunamente en el deleite intelectual.
La Academia sueca le concedió a Saul Bellow el premio Nobel de Literatura por «sus ideas exuberantes, su festiva comedia, su centelleante ironía y su ardiente compasión». Aunque rememorando a algunos de los laureados, me he preguntado más de una vez si los jueces de la Escandinavia del Este habían leído realmente la obra de los elegidos (para la gloria o cualquiera de sus sucedáneos) o si sencillamente se habían hecho, como corresponde, los suecos, no podría en este caso estar más de acuerdo con los supremos académicos de la suprema academia.
Fuente: El Legado de Below. Diario Sur.
El sentido de la vida y la literatura. Babelia.
Ficha del Libro: Galaxia Gutenberg.