Esta es otra de las novelas que, aunque el argumento más o menos me lo imaginaba, consigue ser una lectura absorbente y muy agradable. Fue un regalo editorial que me llegó hace unas semanas, y me informaron, además, de que en septiembre editarán una nueva novela de la autora, Katherine Webb, que se titulará Una canción casi olvidada y que, por supuesto, ya está en mi lista infinita, después de haber disfrutado tanto con esta primera.
El legado comienza en los primeros años del siglo XX, donde la autora nos deja entrever un acontecimiento terrible: una mujer se quiere deshacer de un bebé y, en un momento de ansiedad y precipitación, lo abandona en el bosque. Pero no sabemos quién es esa mujer, quién es el niño y por qué ha decidido cometer un acto tan cruel… Y así, en medio de esta conmoción, nos trasladamos a la época actual.
Erica y Beth vuelven a la mansión de su abuela, Storton Manor. Es un lugar del que tienen buenos recuerdos de la infancia, pero al que no han vuelto desde que su primo Henry desapareció en uno de los veranos que pasaban allí. Se convirtió en un lugar maldito y ahora, cuando su abuela ha decidido dejársela en herencia, vuelven a reencontrase con sus recuerdos. Los de Erica son fanásticos; recuerda lo bien que se lo pasaba jugando con su hermana y con Dinny, un niño de un campamento itinerante de gitanos que llegó a ser inseparable de las chicas e incluso fue el amor platónico de Erica, que tan solo tengía 8 años por aquel entonces. Pero los recuerdos de Beth están enterrados en el fondo de su corazón y no quiere ni oir hablar del pasado, un pasado que Erica sospecha que ha estado atormentándola durante toda su vida adulta, llegando a provocarle una terrible depresión y, como consecuencia, un divorcio y la inestabilidad emocional de su hijo, Eddie.
Por otra parte, intercambiados entre los capítulos de Erica y Beth, tenemos a Caroline, esa mujer que abandonó al bebé 100 años atrás en esa misma casa y que es la bisabuela de nuestras protagonistas. Esta historia se contará desde el principio, desde que Caroline decide desobedecer a su tutora y se casa con el hombre del que está enamorada, Corin, para dejar su cómoda vida en Nueva York y dirigirse a la granja de su amado en el oeste de los Estados Unidos. ¿Cómo acabó abandonando a un bebé en Inglaterra, en la mansión que ahora es de Erica y Beth? Eso es lo que irá descubriendo el lector poco a poco, avanzando por las habitaciones de la casa, uniendo ambas historias en una especie de bucle del destino.
Es una novela que te atrapa desde la primera página pues ambas partes, la del pasado y la del presente, tienen su historia trágica, su secreto familiar que algún día, cuando ya a nadie le importe, tendrá que ser revelado. Todas las protagonistas son mujeres que en algún momento de sus vidas cometieron una equivocación por la que no les podemos perdonar. Quizás sí a Beth, que era casi una niña cuando aquello sucedió, pero desde luego no a Caroline, pese a haber compartido su angustia durante los primeros años de su matrimonio en su nueva casa en el oeste, un lugar al que nunca perteneció y en el que solo tenía el consuelo de Corin, que la quería con locura.
Pero no solo sufrimos en el pasado, y es que Erica, pese a ser la hermana pequeña, es la que cuida de Beth, intenta animarla y “curarla” de esa terrible depresión que sufre. Es curioso que nos sentimos impotentes como ella a la hora de hacer que la hermana mayor cambie de actitud, evitando tocar los temas tabú y tratando de que intente volver a ver el lado positivo de las cosas… vivir. Tiene que ser muy agobiante pasarte los días tratando de ayudar a alguien que cree que ya no tiene nada que ofrecer; que ha perdido la esperanza. Erica te ablandará el corazón con su optimismo y su tenacidad pese a las circunstancias.
Y, en definitiva, es una novela que recomiendo porque creo que os atrapará como a mí. Quizás más apropiada para el invierno, por aquello de los secretos, la mansión durante las navidades, las cosas que se quieren ocultar… Pero gustará en cualquier época, estoy segura.