La entrada en la sala por los tres pasillos fue con O Sacrum Convivium (Mofino) que actuó como auténtico bálsamo curativo de toses y ruidos, tal fue el impacto para los socios e invitados del coro, entre los que me incluyo (¡Gracias!).
El primer bloque de polifonía comenzaría con una de las obras obligadas en Tolosa, Sanctus-Benedictus de Josep Vila i Casañas (1966), bien en conjunto tras el "calentamiento" de las dos primeras obras en una obra de dificultades varias y bien solventadas. El doctor Busto ya escribió de ellos que "… el ENTUSIASMO QUE IRRADIA EL CORO, tocará los corazones de los jurados y audiencia" antes de su fenomenal concurso en Maribor, y como especialista y maestro coral creo que es la mejor explicación para comprender lo especial de "los leones" y entender su palmarés en los diez años de andanza por estos mundos. A él se deben también las palabras que aparecen en la presentación de la nueva y renovada Web del coro: "... El trabajo, la tenacidad y, sobre todo, la fortaleza del grupo son los responsables del éxito".
No podía faltar el homenaje a Victoria con Vidi speciosam, perfecto en todos los aspectos y asombrando, como una de las señas de identidad, con su gama dinámica sin olvidarnos de la fidelidad a la obra, polifonía de oro para estos leones.
Dominando todo el repertorio que les pongan delante, otra de sus trabajadas partituras, Warum ist das Licht gegeben dem Mühseligen (Brahms), delicia sonora llena de matices increíbles y romanticismo a rebosar, claroscuros musicales y meditaciones en este motete deudor de los bachianos que llenó de hondura el teatro.
Un breve descanso nos abrió la parte folclórica con obras vascas y un estreno absoluto que siempre es de agradecer por lo que supone de ampliar repertorio coral de calidad.
Xabier Sarasola (1960) es autor habitual del coro y con Zuk Zure Ama, también obligada en Tolosa, un soplo de frescura inundó la sala, y Neskatx' ederra que resultó de un lirismo embriagador desde un euskera que nunca suena duro cuando está bien cantado, al contrario, todo un clásico continuador de la gran cosecha de compositores vascos con el Padre Donostia a la cabeza, y en medio nada menos que Javier Busto y su Bidasoa y Cantábrico común hecho música, otra demostración de buen hacer por parte de todos, trabajo bien comandado por Marco García que saca de ellos siempre lo mejor.
Para finalizar el duro concierto Segalariak de Josu Elberdin (1976), nueva vuelta de tuerca en el repertorio vasco igualmente querido y cercano para los asturianos cuyas dificultades técnicas no hacen más que crecerlos: lujo de vocalización, empaste, rítmica y afinación envidiable. Un auténtico placer comprobar que llegarán al concurso guipuzcoano en el punto álgido de su temporada.
Y con "poderío" todavía nos regalaron el Rosas Pandán (G. Hernández) que volvió a rebosar contagiosa alegría entre todos más el bis del estreno para evitar comentarios del tipo "habrá que esperar una segunda escucha para profundizar en la obra".