Comenzaremos presentando a los personajes que circulan por esta ¿novela? O mejor dicho epopeya. El primero de ellos es Manoil, al que siempre acompaña su hermana Zenaida, les acompaña Yogurta, un intrépido pirata, Antropófago y su simpático mono, también un espía que sabe como pasar desapercibido Languedoc, y por último Zoe, una republicana que mantiene los pies en la tierra a todos sus compañeros. Marcharán de Samos a Bucarest para rescatar y liberar a los rumanos de los tiránicos turcos, pasando por todo tipo de aventuras y pruebas en una pequeña Odisea situada en pleno siglo XIX.
Y tan valerosos como audaces se dirigen a surcar los mares del Levante, con dagas y pistolas con una resplandeciente empuñadora de marfil, cargados de alimentos para embotar sus sentidos llegado el momento, por liberar los Cárpatos del yugo otomano dejando tras de sí griegos que se hacen llamar luchadores y valedores de la libertad son, en realidad, unos sencillos salteadores.
Cărtărescu, que nos brinda una gran sorpresa en esta novela y al mismo tiempo nos describe de una forma barroca, densa en las descripciones y bella en su trascurso, lírico narrativo como un si al mismo tiempo fuera un poema que se narra hoja a hoja o una novela que a través de sus versos nos muestra un gran mundo envuelto en paisajes paradisiacos o en áridas ciudades todo ello de forma dando lugar a un texto en el que reina la posmodernidad. Son continuas las autorreferencias, los comentarios metalitarios o la crítica satírica para hacer justicia a la literatura, política y social que impera por aquel entonces en el reino por el que se mueven sus valientes personajes. Una forma moderna de mostrar las diferentes injusticias que asolaban a un protagonista inadvertido, que ajusta las cuentas con las letras y la literatura no sólo de Rumania, también la europea y la universal. En definitiva, un pequeño pero complejo juego literario que nos encierra en un universo tan basto como las estrellas y las galaxias que se descubren en su interior; una travesía en la que las batallas, las gestas y los caminos insospechados nos llevan a una insospechada parte final en la que nos veremos reflejados como en un espejo. La traducción es a cargo de Marian Ocho de Eribe que ha conseguido una calidad infinita en descifrar los imaginativos textos del autor, el prólogo de Carlos Pardo nos describe de esta manera tan acertada el esfuerzo de Mircea Cărtărescu para la traducción de este libro: "Esto que lees aquí fue un libro de poemas de siete mil versos. El libro, contra el pronóstico del autor, fue reconocido como una de las cimas de la poesía rumana del siglo XX. Ni corto ni perezoso, Cărtărescu decidió años más tarde (pues no en vano sabía que esto también era una novela), eliminar las referencias locales, los iros dialectales y pasar el verso a prosa. Con esto pretendía facilitar la lectura y las traducciones de El Levante a otros idiomas. Si ya hemos insistido en que la lectura de este libro es un placer, que nadie piense que es solo gracias a esos recortes del autor".
Recomendado para aquellos que gusten de los mundos en los que se mezcla la realidad con los sueños; la historia con la ficción; lo cómico con lo épico. Aquí se encontrarán con grandes textos (en prosa y verso). También para aquellos que crean que dentro de un párrafo no se puedan encontrar con los mismos personajes que recorren la travesía hacia la libertad, y por último para aquellos que quieran dar con el primer título del escritor que sentado en una mesa de hule junto a sumáquina de escribir dará lugar a esta curiosa epopeya y de la que dudaba de su publicación por el comunismo, redescubriremos a Mircea Cărtărescu gracias como siempre al magnífico trabajo de la editorial Impedimenta.
Manoil, hago que ondee tu cabello y que centelleen tus ojos, hago que te humedezcas los labios con la punta de la lengua, enciendo vuestras coronillas nimbos como los de los iconos antiguos, queridas criaturas de papel. Manoil, quiero que pienses en la redonda faz del mar, en os bramidos de las olas que escuchas desde arriba, desde el cielo. Piensa en la libertad siquiera tú, en este relato como de dibujos animados que intento escribir desde hace más de un año sobre un mantel de hule. Puedo hacer que pierdas la cabeza, puedo hacer que vueles, pero ¿qué voy a hacer yo? Yo, que llevo una vida dispersa como el polvo entre mi casa y mi trabajo, en un siglo sin alas, en una casa sin calefacción. A mí solo me queda cederte la voz a ti, como un ventrílocuo. Me desespero cuando llega la hora de la comida y tengo que salir volando a la escuela 41, coger tranvías abarrotados, leer, de pie, a Bajtín y a Bolintineanu, los Cantos de Maldoror o a Cortázar. Y luego hablarles a los escolares sentados en sus pupitres sobre Coşovei, sobre conjunciones y genitivos con los que no han soñado jamás. ¡Maldita sea la suerte que me ha traído hasta aquí! Pero calla, tú, autor, y sigue con la historia.
Así pues, allá va: por aquel entonces, los franceses combatían contra los ingleses. Y la guerra, como la sarna, se había extendido por todos los reinos del mundo hasta llegar al mar de Mármara, rodeado de palacios. En el golfo de Estambul se habían adentrado miles de veleros de madera de cedro, clíperes con seis líneas de velas: Tiger Rolf, Royal Sword, The Proud Lily, Queen Victoria y otros, con sus mástiles y vergas repletos de ágiles marineros. Arriba, recostado entre almohadones púrpuras, en el serrallo de cristal, el sultán estaba cansado de mojar en tinta roja su portaplumas de oro, con florituras y filigranas, para garabatear en los documentos su rúbrica descuidada. Lores altaneros lo acosaban con miles de solicitudes de concesiones, y el visir las aprobaba, pues temía a Rusia. Se tejían tupidas urdimbres diplomáticas, los cañones disparaban, las goletas hacía maniobras y las gacetas aullaban a voz en grito. Está implicado también nuestro espía, Languedoc Brillant, en estas tramas. Con una credencial falsa se infiltró entre los atentos oficiales de frontera de Zante, antes de convertirse en el rudo amante de las esposas del comandante de los jenízaros. Aişé -de cuyo gorjeo emanaba perfume de narciso y de sus caderas, pura sensualidad- se lo recomendó al esposo que el Corán le había asignado. También intercedió ante él la dicharachera Lilit. Recibió airadas protestas de Lalé, dulce como un alhelí, y Fatma, la de los blancos brazos, le hizo pucheros, así que finalmente Brillant recibió el caftán de agá de manos del propio ignorante, el cornudo oficial de los jenízaros. A partir de aquí se dedicó a organizar una red clandestina: los espías inundaban el Archipiélago, los francmasones y los jesuitas se escondían en casas secretas, en establos y posadas, camuflados, con las barbas rasuradas y tiznados con afeites, disfrazados de mineros, de viejas, de chavales y de imames. Se agazapaban en los armarios, debajo de los divanes, detrás de las cortinas, y aguzaban las orejas como asnos.