He aquí una preciosa novela sobre la integridad de una persona. Se trata de El Leviatán, de Joseph Roth, que traduce Miguel Sáenz (Siruela, Madrid, 1992). Nos traslada la historia de Nissen Piczenik, un comerciante de corales que los tiene por el ideal máximo de la belleza, y que sueña con el mar donde anidan y se desarrollan. Cuando el negocio decae por la incursión en el mercado de los corales artificiales (superchería que no está dispuesto a tolerar y que le parece un signo espantoso de la decadencia de los tiempos), se embarca hacia las tierras de Canadá para empezar una nueva vida. Pero el barco en que viaja se hunde, y él se ve engullido por las aguas incluso con gozo. Va, feliz, hacia el país de los corales.Creo que es un hermoso libro. Cada vez me gustan más las obras donde se retrata el interior de un ser humano que vive en función de sus quimeras, y que es extravagante frente al mundo anodino que lo circunda. Ese individualismo preserva quizá lo mejor de la persona, la esencia del corazón, la marca que nos distingue a unos de otros y que nos garantiza la solitaria felicidad. Una frase para enmarcar: “La pobreza es la más irresistible inductora al pecado”.
He aquí una preciosa novela sobre la integridad de una persona. Se trata de El Leviatán, de Joseph Roth, que traduce Miguel Sáenz (Siruela, Madrid, 1992). Nos traslada la historia de Nissen Piczenik, un comerciante de corales que los tiene por el ideal máximo de la belleza, y que sueña con el mar donde anidan y se desarrollan. Cuando el negocio decae por la incursión en el mercado de los corales artificiales (superchería que no está dispuesto a tolerar y que le parece un signo espantoso de la decadencia de los tiempos), se embarca hacia las tierras de Canadá para empezar una nueva vida. Pero el barco en que viaja se hunde, y él se ve engullido por las aguas incluso con gozo. Va, feliz, hacia el país de los corales.Creo que es un hermoso libro. Cada vez me gustan más las obras donde se retrata el interior de un ser humano que vive en función de sus quimeras, y que es extravagante frente al mundo anodino que lo circunda. Ese individualismo preserva quizá lo mejor de la persona, la esencia del corazón, la marca que nos distingue a unos de otros y que nos garantiza la solitaria felicidad. Una frase para enmarcar: “La pobreza es la más irresistible inductora al pecado”.