Existe una estrecha relación entre el cine
post-apocalíptico y el western. De hecho, muchas películas de temática post-apocalíptica no dejan de ser cintas del Oeste convenientemente disfrazadas para la ocasión, sustituyendo los caballos por chatarra tuneada a modo de transporte y a los indios salvajes por zombies/infectados/mutantes/caníbales a los que mejor ni acercarse. Algunos de los ejemplos que le vienen rápidamente a uno a la cabeza, ni siquiera se esfuerzan en disimularlo:
Mad Max, Mensajero del futuro o
Resident Evil: Extinction, son buenas muestras de ello. Una de las que recientemente se ha apuntado a engrosar la lista, de forma muy obvia además, es
El libro de Eli.
La peli empieza presentándonos a nuestro prota,
Eli, un tipo solitario, con nombre de chica, que sobrevive en un mundo hostil y post-apoclíptico en el cual la humanidad se ha visto drásticamente reducida en número, y en el que nuestro héroe sobrevive a base de papearse gatos callejeros. Eli tiene un objetivo claro: debe viajar hacia el Oeste, sin tener muy claro que espera encontrar allí una vez consiga llegar. Aunque, como suele suceder en este tipo de productos, el camino está lleno de peligros, la comida y el agua escasean y uno no debe fiarse ni de su propia sombra. De hecho, al poco de empezar la cinta, Eli ya cae en una especie de emboscada. Por suerte para la trama el tipo soluciona la difícil papeleta con una frase molona en plan “si me vuelves a tocar vas a perder la mano” y una serie de rápidos movimientos que ni Son Goku pasado de speed.
Se podría decir que Eli es una de esas personas que, a pesar de estar evitando de forma continuada meterse en líos, siempre termina en medio en todos los fregaos. Después de la emboscada que les contaba, el tipo sigue caminando, rumbo al Oeste, hasta que llega a un pueblo, que ha ido creciendo en medio del desierto, controlado por un tipo con unas pintas de ser el malo de la función que tira para atrás y que, a su vez, es el jefe de un grupo de pandilleros con más pintas de malos, si cabe. Evidentemente, Eli, no tardará mucho en empaparse de la hospitalidad del lugar y hacer nuevas amistades. A todo esto, resulta ser que el tipo malo que tiene pintas de mandar mogollón está buscando un libro en concreto que, según él, le abrirá las puertas del éxito (como si no le bastara ser el mandamás del pueblo), libro que dará la casualidad de que está en posesión de nuestro héroe post-apocalíptico (vaya por Dios). Como ustedes ya habrán advertido, Eli no está mucho por la labor de darles el libro por las buenas, lo que provocará que los chungos quieran adjudicárselo por las malas.
La película está dirigida por los hermanos
Albert y Allen Hugues, quienes en el año 2001 ya realizaran Desde el infierno, la difícil y fallida adaptación de la novela gráfica de Allan Moore y
Eddie Campbell. Su dirección no aporta nada nuevo al género: paisajes estériles, carreteras destruidas, cielos digitalmente encapotados y luchas a lo Matrix, son el signo de identidad de la cinta. En esta ocasión han contado para el reparto con
Denzel Whasington (
Día de entrenamiento, John Q, American gangster) como protagonista;
Gary Oldman como malo oficial (papel que suele interpretar una y otra vez desde que ya ejerciera como tal en
Leon, el profesional) y
Mila Kunis (de la serie
Aquellos maravillosos 70) como la chica que se pega al prota y lo acompaña en su camino. Ninguno está especialmente bien ni especialmente mal. La interpretación de Whasington no requiere grandes alardes (apenas se mueve o gesticula si no es para luchar), Oldman interpreta una vez más al malo tirando a histriónico que ya nos empieza a tener acostumbrados y Kunis, básicamente, funciona como comparsa y poco más.
La película podría definirse, básicamente, como torpe. Realmente no aporta nada nuevo en la mayor parte de su metraje. Nos conocemos, los escenarios, nos conocemos los personajes (planos a rabiar), nos conocemos la situación, nos conocemos las luchas e, incluso, nos conocemos prácticamente el desenlace. Ni siquiera cuando la película busca dar un giro de guión se logran salvar los muebles, debido a que todo el conjunto termina resultando sobado y facilón, por mucho que en algún momento vaya de solemne y trascendente, regalándonos una grandilocuente moraleja final que provoca la risa en un producto de estas características. Realmente lo mejor que se puede decir de la película es que resulta ligera en su mayoría, con un ritmo pasable que evita que el espectador termine por cortarse la venas.
Resumiendo: Western disfrazado de cine post-apocalíptico que no aporta nada nuevo y que resulta de rápida digestión y posterior olvido.
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