El cine de animación a veces nos sorprende con algunos ejemplos que precisamente se alejan de los estereotipos más clásicos. En este caso, El libro de la vida cumple con esta norma. Lejos de centrarse en una historia de amor convencional, su director prefiere ahondar en las leyendas y folklore mexicanos. Y lo hace de una manera sencilla pero adornada tal y como corresponde a la mitología mexicana. No solo eso, sino que las canciones que salpican algunas de las escenas nos acercan a la realidad del país y a sus costumbres como por ejemplo los mariachis.
El color inunda cada una de las escenas que componen El libro de la vida. Desde los modernos peinados y tintes de los niños que escuchan la bonita historia de San Ángel, hasta el vestido del ser más mágico en el día de los muertos en México.
El viaje que nos propone su director es una montaña rusa que nos lleva desde un pueblecito del México rural hasta los más recónditos rincones del reino de los muertos. ¿Tendremos tiempo de sujetarnos los machos? Pues depende del momento. En algunas ocasiones estaremos preocupados en no caernos tal y como le sucede al protagonista y en otras sí que podremos, deleitándonos además con el colorido que domina cada paso que dan los personajes en este cuento.
No habrá camino de baldosas amarillas pero su director prefiere concentrarse en los detalles que hay a ambos lados del mismo.
La mano de Guillermo del Toro no se centra solo en la cantidad de dinero que ha aportado al proyecto como productor sino que muchas de sus ideas subyacen en este largo. Comenzando con los distintos monstruos del inframundo y acabando con un guiño a un laberinto que nos recuerda a uno de sus filmes más conocidos.
En resumidas cuentas, con El libro de la vida estamos ante una película que además de entretener trata de acercar parte de la cultura e historia mexicana al resto de habitantes del planeta. Y a fe que lo consigue.