Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg.
El libro negro.
Traducción de Jorge Ferrer.
Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores. Barcelona, 2011.
Mi padre fue sacado de casa a culatazos. Mientras mi hermana Roza se vestía apresuradamente alcanzó a ver que uno de los policías avanzaba hacia mi madre empuñando un puñal. Mi hermana hizo ademán de correr en socorro de nuestra madre, pero una lluvia de culatazos cayó sobre su cabeza y la empujó hacia la calle descalza y a medio vestir. Roza cayó al suelo; mi padre consiguió levantarla a duras penas y la ayudó a llegar hasta el punto de reunión, ubicado frente a la iglesia que se alza en la Plaza del mercado.
Así se iniciaba una macabra peregrinación a una muerte anunciada. Así se lo habían contado a él, oficial del ejército rojo que volvía a Bráilov, su pueblo, tras la liberación de la ocupación nazi.
Y así lo contaba en El libro negro, en el que Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg organizaban un ingente material con el que completaron un memorial de crímenes del ejército alemán en los territorios ocupados de la Unión Soviética y en los campos de concentración de Polonia.
Entre 1943 y 1946, Grossman y Ehrenburg, por encargo del Comité Judío Antifascista y a instancias de Albert Einstein, recogieron testimonios del genocidio en conversaciones con supervivientes, en diarios y cartas personales, en relatos de testigos directos del exterminio.
Todo ese material documental de primera mano, que ocupó casi treinta tomos y que fue utilizado parcialmente en el juicio de Nuremberg, se iba a publicar en 1947, aunque Stalin impidió su impresión a última hora y no se editó hasta 1988 en Jerusalén por el Museo de la Shoá.
Ahora acaba de aparecer en español en Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores con traducción de Jorge Ferrer y con introducciones de Irina Ehrenburg e Ilyá Altman.
Poco después de la invasión alemana en junio de 1941, un grupo de escritores soviéticos se alistó en el ejército rojo para luchar contra el nazismo y la ocupación extranjera. Uno de esos voluntarios era Vasili Grossman, que por problemas de salud tuvo que limitarse a acompañar a las tropas como corresponsal de guerra.
Y desde esa posición –privilegiada o desgraciada, según se mire- esos escritores fueron testigos de las masacres y portavoces de las víctimas de la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial, de una maquinaria destructiva y perfecta al servicio de un calculado plan de exterminio de la población judía de esos territorios.
De todas esas masacres que habían ido perpetrando las tropas alemanas ninguna impresionó tanto a Grossman como el holocausto de la población judía en Ucrania, Bielorrusia, Lituania o Polonia.
Cuando las tropas soviéticas liberaron Berdíchev, su ciudad natal, Grossman se enteró del asesinato de treinta mil judíos, entre ellos su madre. Poco después, en Odessa y en Kiev, comprobó que las matanzas habían sido sistemáticas y habían triplicado aquella cifra.
Y al avanzar por territorios polacos como Maidanek o Treblinka, conoció los campos de exterminio y fue el primero en entrevistar a los supervivientes. De esa experiencia y de aquellos testimonios surgió su informe El infierno de Treblinka, que se aportó como prueba documental en el juicio de Nuremberg.
El libro negro contiene, además de esas aportaciones testimoniales de las víctimas y los testigos de las masacres, las crónicas y los reportajes de los escritores soviéticos sobre aquella realidad diabólica y criminal y las confesiones de los verdugos y de sus instigadores ideológicos.
La brutalidad de los alemanes y los rumanos, los refugios y los huérfanos, los guetos y la resistencia, las complicidades colaboracionistas de parte de la población ucraniana, la clandestinidad, las muchachas y los ancianos, las imprentas y los bosques, las fugas y las ejecuciones masivas, los campos de concentración y de exterminio, Auschwitz y los médicos asesinos, los saqueos y el levantamiento del gueto de Varsovia, las declaraciones de los nazis... recorren las mil doscientas intensas páginas de una obra que refleja uno de los momentos más negros de la historia.
Santos Domínguez